Arte, liturgia y teología. Группа авторов

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traducido al griego como schola, de donde surge la palabra “escuela” en español —lugar de estudio, conocimiento, reflexión y meditación por medio del ocio—. Según la filosofía, debido al ocio el hombre se ve completamente humano. En la perspectiva bíblica, sabemos que sólo en su encuentro con Dios el hombre se entiende verdaderamente hombre. Podemos decir, incluso, que no hay posibilidad de producción de arte sin una relación con el ocio.

      Negar el ocio es destruir la simiente que fecunda la genialidad creativa que genera arte. Los hombres, al negar el ocio, lo sustituyeron por el negocio. El negocio es la negación del ocio. Necesitamos redescubrir ese camino del reencuentro con Dios a través de la priorización de una búsqueda íntima y verdadera.

      Una fábula atribuida a Esopo narra la historia de la hormiga y la cigarra. Aquella trabajaba incesantemente en tanto que esta vivía la vida cantando. Cuando el invierno llegó, la hormiga tenía su hogar caliente y las provisiones almacenadas, pues había hecho buenos negocios en su lucha. La cigarra, en cambio, tuvo necesidades cuando llegó el invierno y llegó a morir de hambre y frío; porque vivió cantando, “no produjo nada” que garantizase su sustento.

      Esa fábula ha sido asimilada y abrazada por buena parte de la población, en especial la iglesia, que además refuerza esta tesis citando Proverbios 6.6: ¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga!

      El mismo juicio sufrió María por parte de su inquieta hermana Marta. Jesús vino a visitarlas. Mientras María se sentaba a los pies de Jesús en una profunda comunión, oyendo sus enseñanzas, Marta estaba afanada en muchas labores. Incomodada con la comunión quieta y silenciosa de su hermana con Jesús, Marta la reprobó y le dijo al Señor: Dile que me ayude. Todo aquel que es dado al negocio normalmente tiene la mala costumbre de querer dar órdenes a Jesús y de irritarse con aquellos que llevan en serio una espiritualidad silenciosa a los pies del Señor. Servir a Jesús sin antes estar a sus pies es lanzarse al negocio desmedido. Así se producen obras muertas que de nada sirven al Rey y a su reino. ¡Marta, Marta! Estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria (Lc 10).

      La obra del sociólogo Domenico Demasi se hizo conocida por medio de sus libros que rescataban el sentido del “ocio creativo”. Debemos, como iglesia y artistas cristianos, descubrir el camino del “ocio inspirativo” visto en María.

      La misión sólo tiene sentido en el encuentro con el Señor de la Misión. Misión que nace del negocio es una terrible equivocación. La misión debe nacer del ocio con Cristo, o del ocio en Cristo. De la misma forma, el arte cristiano como negocio es una equivocación. El verdadero arte que apunta hacia el reino nace a los pies de Cristo.

      El arte como negocio es el anhelo del mercado. El término “industria cultural”, desarrollado en la primera mitad del siglo xx por los pensadores de la Escuela de Frankfurt, ya denunciaba esa relación. Ellos entendían que la obra de arte perdería su “aureola” por medio de la “reproducibilidad técnica”. Su sentido se vaciaría cuando se hiciese un producto repetido en serie para un mercado ávido por el consumo de bienes. Pero lo que hemos visto hoy va más allá de esa previsión de Walter Benjamim. Además de perder su aureola, el arte se vació de su contenido por la exigencia de un dios llamado mercado.

      Eso influye directamente a la iglesia en su caminar. La creatividad artística ha sido sacrificada en nombre de lo que es impuesto por los medios de comunicación de masas. Grandes disqueras, con la intención de vender sus productos, fabrican ídolos que se convierten en celebridades, y estos recorren estadios repletos de admiradores anunciando discursos vacíos, pues la regla del mercado de entretenimiento es no incomodar a los consumidores con verdades inquietantes de la Palabra de Dios, sino apenas emocionarlos con un evangelio diluido y apetitoso. Un arte cristiano que camina por esos caminos corre el serio riesgo de ser alienante en lugar de liberador, de ser una reproducción del statu quo, en vez de apuntar hacia el reino de Dios y su justicia.

      La creatividad al servicio del reino de Dios

      La creatividad es un regalo de Dios a los seres humanos. Revela el imago Dei, la imagen y semejanza de Él en nosotros, sus criaturas especiales. No es privilegio de unos pocos especiales, como a veces se piensa, sino que es la marca de Dios en el hombre como el ápice de la creación: “…y vio Dios que era muy bueno”.

      Michael Card, un conocido cantante norteamericano, dijo que “los que no conocen a Dios viven bajo la ficción de que el arte es la humanidad obrando como Dios. Sin embargo, para los que conocen al Señor de la Historia y de la Creación, adoramos al Señor respondiéndole con nuestra creatividad”. La creatividad es nuestra respuesta amorosa al Dios a quien servimos.

      Fuimos llamados por Dios para crear. Esto se halla expresado en el mandato cultural. Dios nos da un jardín para cultivar y guardar de manera creativa. Con la caída, ese llamado permanece y vemos, en varios momentos de la Biblia, a Dios capacitando al hombre para un servicio creativo.

      Normalmente, cuando tratamos de los asuntos de la creatividad en el arte, nos remitimos a la estética, una rama de la filosofía. El paradigma que normalmente se encuentra para el arte es que el espíritu creativo se basa en el deseo del hombre por lo bello como una derivación de esa búsqueda por lo divino.

      Sin embargo, debemos observar el hecho de que Dios es bello, pero no siempre bonito. Por otro lado, vemos que Satanás se viste de bonito, de ángel de luz. Isaías nos recuerda que Jesús en su obediencia rumbo a la crucifixión no tenía hermosura alguna, pero revelaba al Padre; es decir, lo feo también puede revelar a Dios. El arte, en este sentido, no sólo celebra la belleza de la vida, sino también denuncia el resultado del pecado y la gracia de Dios en medio de lo feo del mundo caído.

      Los artistas cristianos necesitan tener los ojos abiertos para esas realidades que nos rodean. La misión de la iglesia en su integralidad comprende que el hombre no es sólo alma. Lo ve en este intrincado mundo caído y se dedica al rescate del ser humano, de la cultura y de la sociedad. El evangelio de Cristo es para todo el hombre y toda la vida. Los artistas deben darse cuenta de esa realidad y creativamente dedicarse a tratar temas que se refieran al todo de la vida. Nuestras canciones tratan básicamente de las relaciones del hombre con Dios, en el sentido de la adoración. Pero debemos ir más allá. Necesitamos del arte que se refiera a las relaciones del hombre con su prójimo, del hombre consigo mismo, del hombre con la creación que gime y soporta angustia hasta el momento presente, por la caída que también la afectó. Necesitamos poner alas a la creatividad y ver más allá de lo que ya hemos visto, coartados por nuestra realidad religiosa que impone límites. Es necesario desarrollar temas como la ecología, las injusticias sociales, el rescate de las relaciones familiares, las denuncias políticas, entre muchas otras. Necesitamos expresar lo bello, pero también lo feo, las tensiones de la vida olvidadas por el arte cristiano.

      Nuestro arte debe apuntar hacia Dios y eso exige de nosotros una postura de constante búsqueda creativa. Lo que no podemos dejar que suceda es permitir que la creatividad sea sacrificada por un sistema que piensa por nosotros, habla por nosotros y actúa por nosotros. La creatividad es un ejercicio y debe ser cultivada.

      Por un lado, tenemos que resistir con firmeza el peso de las tradiciones eclesiásticas y, por otro, las nuevas imposiciones mediáticas y abrir espacios para que la creatividad vuelva a tener su lugar entre el pueblo de Dios, como ya fue en el pasado. Hubo tiempos en que la iglesia era una de las principales promotoras del arte e influenciaba al mundo a través de ella por medio de obras fantásticas. Necesitamos resistir a la alienación que nos propone el mercado con su dominio sobre el mundo contemporáneo, cuando segmenta las artes cristianas y reserva un espacio al llamado gospel, y así nos aparta del verdadero sentido de la misión, que es ser sal de la tierra y luz del mundo. Si la iglesia deja de estar en el mundo, deja de ser iglesia de Cristo

      Son muchos los desafíos que tenemos para pensar respecto a estos temas. Que Dios nos dé sabiduría para que avancemos

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