Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera. Sarah Morgan
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Después empezó a bajar por el camino, intentando ver entre la niebla.
¿Llegarían a tiempo para salvar a esos chicos?
Una hora después, estaba de vuelta con el equipo de rescate. Cuando consiguieron subir al primero de los chicos en una camilla sujeta por cuerdas, Ally se quedó boquiabierta.
–¡Andy! ¿Qué ha pasado?
–Lo siento mucho, doctora McGuire…
–Siéntelo por ti, no por mí –suspiró ella.
–¿Quién es el otro chico? –preguntó Jack Morgan, el jefe del equipo.
–Pete Williams –contestó Andy.
–¡Pete! –exclamó Ally, acercándose al borde del barranco. Podía oír por radio que había problemas para subirlo porque tenía varios huesos rotos.
Conocía a Pete desde que era niño. Tenía diabetes y parecía querer probarle a todo el mundo que eso no era obstáculo para hacer las mismas cosas que sus compañeros de instituto. Era un habitual de las escayolas, pero en aquel momento estaba gravemente herido.
–Va a ser difícil subirlo sin la ayuda de un helicóptero, pero con esta niebla es imposible –dijo Jack.
Quince minutos después, lograban subir la segunda camilla.
–Gracias a Dios –murmuró Ally.
–¿Nicholson?
–Hola, Jack –lo saludó el extraño, quitándose el casco.
–¡Sean Nicholson! ¡Qué alegría verte!
–¿Os conocéis? –preguntó Ally, calándose el gorro sobre las orejas para protegerse del frío.
–Desde luego. Pero cuando me dijiste que había un machista insoportable intentando bajar al fondo del barranco, no imaginé que sería Sean Nicholson.
–Muchas gracias, Jack –murmuró ella, haciendo una mueca.
–¿Cómo estás, Sean? –preguntó Jack, abrazando a su amigo–. ¿Y qué haces aquí?
–Estoy en el sitio equivocado, como siempre –contestó él, quitándose un guante para examinar al chico–. Este chaval no está bien. Tiene una contusión, varias costillas rotas y la tibia fracturada.
–¿Algo más?
–Está al borde de la hipotermia. Lo hemos cubierto con una manta, pero hay que llevarlo al hospital inmediatamente. Estaba intentado escalar con zapatillas de deporte.
–¿Zapatillas de deporte? ¿Por qué no se quedan en casa viendo la televisión? –exclamó Jack, irritado.
–Es miércoles. No hay nada en la tele –intervino Ted Wilson, el más bromista del grupo.
Ally se puso de rodillas, al lado del muchacho.
–Pete… Pete, ¿me oyes?
El chico no contestó. Su palidez era impresionante.
–¿Lo conoce? –preguntó Sean.
–Sí. Es uno de mis pacientes.
–¿Chicos del pueblo? –murmuró Jack, sacudiendo la cabeza–. Increíble. Ahora, además de los turistas, tenemos que rescatar a los de casa.
Ally hubiera querido decirles que Pete solo intentaba probar que era un chico como los demás, pero era más importante reanimarlo.
–¿Pete? –lo llamó, dándole golpecitos en la cara. El muchacho abrió los ojos poco a poco–. Vamos a llevarte al hospital. No te preocupes.
–Deberías regañarlo, Ally –dijo, Jack, tomando la radio para dar órdenes.
–Lo siento –murmuró el chico, haciendo un gesto de dolor. Tenía los labios amoratados y respiraba con dificultad.
–¿Algún problema? –preguntó Sean, arrodillándose a su lado.
–No puedo… –empezó a decir Pete, abriendo la boca para buscar aire. Parecía muy asustado.
–No pasa nada –dijo Ally–. Tranquilízate.
–Tiene varias costillas rotas –murmuró Sean.
Y una de esas costillas podría haber perforado un pulmón. No lo dijeron, pero los dos pensaban lo mismo.
–¿Qué ocurre? –preguntó Jack.
Sean se levantó para explicarle la situación mientras Ally examinaba al chico. Cuando desabrochó la cazadora y le vio el cuello, su corazón se encogió al comprobar signos de neumotórax.
–Tiene desviada la tráquea. Hay que llevarlo al hospital inmediatamente –explicó en voz baja, apartándose un poco.
–No hay tiempo –dijo Sean–. Se ahogaría antes de llegar. Hay que abrir una vía de aire.
–¿Y qué sugieres? –preguntó Jack.
–Tendremos que perforar la cavidad torácica.
–Llevamos equipo para ello, pero no lo he visto hacer nunca –dijo Jack.
–Pues quédate por aquí. Hoy es tu día de suerte –sonrió Sean, intentando disimular su preocupación.
–¿Qué más necesitas?
–Anestesia y un bisturí.
–No puede hacer eso. Es demasiado arriesgado hacerlo aquí… –protestó Ally.
–¿Alguna sugerencia? –preguntó Sean, quitándose los guantes.
–No –murmuró ella, mirando al chico–. Pero estamos muy lejos del pueblo. Podría morir…
–Si no hacemos nada, morirá seguro. Mírelo, no puede respirar.
–Pero esa es una técnica de emergencia…
–Esta es una emergencia –la interrumpió Sean.
Quizá tenía razón. Quizá no había alternativa.
¿Cuál sería su especialidad?, se preguntó Ally. No parecía nervioso a pesar de las condiciones en las que tendría que operar.
–Muy bien. Adelante.
–Necesito oxígeno, Jack.
–Ahora mismo –murmuró el hombre, que volvió un segundo después con una mascarilla–. ¿Queréis Entonox?
–En este caso, no –contestó Ally–. ¿Hay otro anestésico?
–Iré a ver –contestó el jefe del equipo. Unos segundos