Un amor inimitable. Anne Weale

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Un amor inimitable - Anne Weale Jazmín

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verdad era que se había enfadado cuando le había dicho que tenía modales de dictador, delante de las otras dos mujeres. Pero nunca podía durarle demasiado tiempo el enfado con su madre. Muchas veces, en vida de su padre, había mediado entre padre e hijo y había impedido enfrentamientos entre ellos. Él sabía que su madre había pagado un alto precio por amar a un hombre que, aunque declaraba adorarla, había esperado de ella que respondiera a su idea de esposa perfecta y nunca le había permitido la libertad de adaptar ese papel a sus propias necesidades.

      Grey sabía que su madre deseaba que él imitara a sus hermanas casándose y formando una familia. Pero no creía que eso fuera a suceder. Había disfrutado de varias relaciones con mujeres, pero no había conocido a ninguna que lo hubiera tentado con abandonar su libertad. Y no pensaba que pudiera ocurrir algún día.

      Cuando Lucía se despertó, se encontró sola con Rosemary, que estaba trabajando en una pieza de bordado.

      –Lo siento. ¿Cuánto tiempo he estado dormida?

      –Solo una hora aproximadamente. No tiene que disculparse. Lo necesitaba. Grey ha vuelto a Londres. Vive al lado del río, en el mejor sitio en el que se pude vivir en una gran ciudad. Yo lo puedo aguantar cuarenta y ocho horas, pero después siento claustrofobia. Necesito volver al campo. Le diré a Braddy que está despierta. Tomaremos un poco de té y luego la llevaré a dar un paseo.

      A las siete, cenaron algo liviano mientras veían las noticias en la televisión. Luego había un programa sobre jardinería que Rosemary quería ver, y más tarde una serie cómica.

      Cuando terminó, Rosemary dijo:

      –Yo, en su lugar, me acostaría temprano, o al menos leería en la cama. En la mesilla encontrará una selección de libros que he pensado que podían interesarla.

      Mientras ambas se ponían de pie, Lucía dijo:

      –No sé cómo agradecerle la oportunidad que me brinda. Haré todo lo que esté en mi mano para que jamás se arrepienta de ello.

      –Estoy segura de que no lo haré –dijo Rosemary amablemente–. Buenas noches, Lucía. Espero que duerma bien. Mañana planearemos juntas nuestra primera expedición.

      Para su sorpresa, la mujer puso sus manos en sus hombros y le dio un beso en ambas mejillas.

      Durante su permanencia en la cárcel, había podido soportar la actitud autoritaria de algunas de las vigilantes, y el comportamiento hostil de sus compañeras. Sin embargo lo que siempre había debilitado su autocontrol había sido la inesperada amabilidad.

      El afectuoso gesto le había formado un nudo en la garganta y le había llenado los ojos de lágrimas. Pero hasta que no se encontró a solas en su habitación, no se permitió el lujo de sollozar.

      Más tarde, después de lavarse la cara, cepillarse el pelo y los dientes, y de ponerse un camisón blanco bordado que había para ella encima de la cama, abrió las cortinas y apagó las luces.

      No tenía ganas de leer aquella noche. Simplemente quería estar tumbada en la cama y observar la luna por la ventana sin rejas, e intentar acostumbrarse al milagroso cambio de suerte.

      Dudaba que pudiera hacer cambiar de opinión a Grey. Para él, como para tanta gente, ella llevaría el estigma de su delito toda su vida.

      Cuando sintió que temblaba su barbilla, y que iba a ponerse nuevamente a llorar, se dijo que no debía sentirse mal. ¿Qué importaba que Grey siguiera despreciándola? Era un hombre rico y arrogante, que no sabía nada acerca de la vida de la gente normal y de las presiones que tenían que soportar. Evidentemente no estaba acostumbrado a que nadie lo desafiara. Seguramente la culparía a ella de que su madre se negara a abandonar su plan. Y seguramente también buscaría el modo de salirse con la suya.

      Si lo hacía, ella opondría resistencia, como lo había hecho aquella mañana cuando él había intentado comprarla. Le vendría bien tener a alguien que se negase a ser sumisa con él.

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