Escribir en tiempos de pandemia. Varios autores

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Escribir en tiempos de pandemia - Varios autores

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aunque sé que no es así. No soy tonto. Me he quedado antiguo y nunca he sido capaz de vivir con las nuevas tecnologías. Me compraron un móvil para estar localizado. Nunca lo he usado. Me han comprado una tablet que no sé usar, me han comprado muchas cosas, pañales, por ejemplo. No me hacen falta, de momento estoy bien, pero nadie me pregunta.

      Una vez, sólo una vez, me oriné encima y me compraron cincuenta paquetes de pañales para viejos, sí, para viejos. Soy mayor, pero me controlo, bueno, a veces ¿Tendrán razón?

      Bueno, voy a abrir la puerta a mi hija y ya directamente le voy a echar la bronca. Seguro que me dice que soy un guarro y que no puedo vivir solo y que me mandarán a una residencia, donde hay muchos viejos y que voy a estar muy bien ahí y me van a cuidar. He visto en el telediario que los mayores se mueren en las residencias y que los que te cuidan te maltratan.

      Puede que me mande a una persona que me cuide en casa y no me deje hacer lo que suelo hacer y me empuje y me chille. No quiero que me griten. Llevo muchos años viviendo solo…

      Realmente, desde que murió mi mujer, mis hijos y mis nietos venían. Yo hacía la comida. Hubo un tiempo feliz, pero no sé por qué me estuve encerrando en mí mismo. Supongo que no acepté que me hacía más viejo.

      ¡Dios! ¡Cómo echo de menos a mi mujer! Ella sabía buscar la palabra adecuada en el momento adecuado. Cuando murió yo intenté hacer lo mismo que ella, pero siempre he sido un desastre. ¡Cómo te echo de menos!

      Bueno, voy a abrir la puerta y que sea lo que Dios quiera.

      ¡Mi hija! ¡Qué buena es!

      Se va a quedar a dormir en casa de momento y después me buscará a una persona que se quede conmigo toda la semana, día y noche. Esta persona me sacará a pasear, aunque yo no quiera, pero es bueno para mí. Me presentará a sus amigas, que también pasean a personas mayores y nos sentaremos en un banco para hablar. Mis hijos me verán de vez en cuando, estarán en casa, cambiarán mis cosas de sitio o las tirarán. Me darán un beso desde lejos y, ¿cómo le llaman?, ¿virtual, telemático? No sé. Todo es diferente ya. Nos vemos por los balcones. Así he visto a mis nietos, desde la terraza. Pero después los veo con sus amigos con la cerveza todos juntos y eso que veo poco. Yo no entiendo nada. Estoy bien y haré lo que me digan mis hijos. Seguro que es bueno para mí.

      ALESANDRO RIVERO DELGADO

      Dypso encuentra la felicidad

      Francia, 1680.

      En el relato de hoy les quiero contar la historia de Dypso, un pastor de los pirineos ( berger des Pyrénées) de dos años, que vivía en la ciudad de Toulouse, localizada en la región de Occitania, al sur de Francia.

      A Dypso le habían adoptado, con solo un mes, una familia adinerada compuesta por el conde Humbert, su mujer Amelie y su hija Celine. Cabe decir que Dypso no siempre se llamó así, puesto que en sus dos primeros años de vida, su nombre era Luc. La vivienda era nada más y nada menos que un castillo, y Dypso tenía todo tipo de lujos, desde luego. Sin embargo, la familia no se ocupaba ni se preocupaba de él. La encargada de la limpieza en el castillo, Giselle, era quien le daba de comer a diario, además de cepillarle el pelo.

      Dypso se ponía como loco al recostarse sobre una alfombra de piel al lado de una gran chimenea en el salón. Pero aparte de eso, y por muchas comodidades que tuviese, no se sentía feliz en aquel lugar. A la familia solo le interesaba tenerle como capricho de su hija Celine, quién a los pocos meses de llegar allí ya se había despreocupado totalmente de él. Estaba claro que únicamente le quería Giselle y el mayordomo Damien, que de vez en cuando jugaba con él.

      Pero eso sí, toda la actividad del perro estaba dentro de la casa, a Dypso no le dejaban salir a la calle, ni siquiera a dar un paseo, simplemente para que no se manchase ni cogiese nada por ahí. Así de tiquismiquis era la familia del conde Humbert.

      Un día Dypso miraba, por la gran ventana del salón, como dos perros se divertían con sus dueños jugando y paseando por la calle. Qué envidia sentía, mientras él estaba allí metido y aburrido. En ese momento a Dypso le afloraron los instintos naturales del pastor de los Pirineos. Fuerte y lleno de energía, rasgó la ventana y se puso a corretear y ladrar por toda la casa. Quería salir de allí ya.

      Amelie y Celine solo le gritaban que se callase, la única que pareció entenderle el mensaje al perro fue Giselle. Ella era consciente de que Dypso no era feliz allí, e incluso le oía alguna que otra noche llorando. Entonces, Giselle, abrió la puerta principal del castillo de par en par y Dypso, más rápido que la luz, salió corriendo hacia la calle mientras se alejaba de aquel castillo a toda velocidad. Pudo escuchar a lo lejos a una Giselle que gritaba de felicidad: Court Dyspo, court! (¡Corre Dypso, corre!).

      Dypso atravesó bosques, ríos, y muchos campos abiertos. Cabe destacar que la raza del pastor de los Pirineos es muy resistente y tiene la capacidad de recorrer grandes distancias con su gran velocidad. A pesar de esto, Dypso no dejaba de ser un perro domesticado desde muy pequeño, y le costó mucho al principio adaptarse a la naturaleza, así como encontrar comida por sus propios instintos. Aunque eso fue cambiando con el paso de los meses, como es lógico.

      Pasó un año, y llegó un día en el que tuvo un encontronazo con una manada de lobos, en las montañas del Midi-Pyrénées. Él estaba solo contra cuatro lobos, que al igual que él, solo buscaban comida. Dypso había conseguido atrapar un cerf (ciervo en francés), era su comida, pero aun así mostró solidaridad y estaba dispuesto a compartir la comida con los lobos, pero estos no tenían la misma intención. Le querían robar la comida, algo que Dypso no permitió. Él solo, con su agilidad y audacia característica de su raza, se enfrentó a los cuatro lobos, saliendo por supuesto victorioso.

      Aunque había ganado, espantado a los lobos y pudo comer, Dypso estaba completamente agotado y con varias heridas de la pelea. Además, hacía mucho frío allí arriba, empezaba a nevar y estaba anocheciendo. Intentó buscar refugio, pero sin éxito, así que finalmente cayó rendido. Lo último que vio, antes de perder definitivamente la conciencia, fue a una persona acercarse deprisa.

      •

      Desde que Dypso salió corriendo de Toulouse, hacía ya un año, se había alejado 136 kilómetros, y desde entonces, en los últimos meses, merodeaba por aquellas tierras, llegando finalmente a las cercanías del pequeño pueblo de Conques, en la prefectura de Aveyron, donde sería rescatado por una humilde familia granjera.

      Se temió por la vida de Dypso, estaba en muy malas condiciones por las heridas, además de estar aquejado por hipotermia. Sin embargo, pasaron las horas y Dypso despertó. Se encontraba en una pequeña cabaña de no más de 20 metros cuadrados. En seguida se acercaron un hombre y un niño que decían: Il s’est réveillé! Cours Marcel, apporte de l’eau et de la nourriture. (¡Se ha despertado! Corre Marcel, trae agua y algo de comida.). Dypso no sabía por qué, pero se sentía increíblemente bien una vez se hubo recuperado y repuesto fuerzas con la comida. Le gustaba el humilde ambiente de aquel hogar, y el buen humor de sus nuevos dueños, el padre, de nombre, Bastien y su hijo de 8 años, Marcel.

      Marcel lo abrazó y abrazó, como nadie antes lo había hecho, y fue entonces cuando le preguntó a su padre si se lo podían quedar, a lo que este afirmó. Marcel entonces dijo: Tu t’appelleras Dypso. (Te llamarás Dypso.).

      Dypso entonces ya tenía 3 años, y no solo fue la mascota y mejor amigo de Marcel, también acompañaba al campo a Bastien para controlar el rebaño de ovejas que tenía, pues este era pastor.

      Podrían pasar épocas de hambre, frío, y no tener

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