Para leer el hacktivismo y la cuestión de la técnica. Stefanía Acevedo

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Para leer el hacktivismo y la cuestión de la técnica - Stefanía Acevedo Para Leer

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      D.R. © 2020, Editorial Tintable

      Concepción Béistegui 2103-C4

      Colonia Narvarte

      México, CDMX.

      Diseño de la colección

      Estudio Sagahón

      Leonel Sagahón y Carmina B. Salas

      Cuidado de la edición

      Roberto Barajas

      Formación y captura

      Carmina B. Salas

      Primera edición

      Agosto de 2020

      ISBN: 978-607-8346-49-3

      Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

      Contenido

       Introducción

       Técnica y creación

       Hackers y hacktivistas

       La libertad son vínculos: hackerspaces

       Conclusión

       Fuentes

       Semblanza

      Introducción

      La Filosofía occidental tiene la particularidad de regresar a interrogantes planteadas desde hace miles de años dentro de su historia, encontrando distintas respuestas cada vez. Esta esfera del conocimiento se distingue de otras porque puede poner todo en cuestión, sobre todo aquello que resulta obvio para una época, problematizando su propio contexto y la actualidad de su propia práctica. Por ejemplo, las preguntas acerca de la libertad, el acto creativo o el vínculo ético continúan siendo de interés filosófico, pero su reflexión implica situarlas en las condiciones de emergencia en las que se vuelve posible realizar esas preguntas. Por ello, la Filosofía conjuga su desenvolvimiento histórico, es decir, lo que es diferente en cada contexto con aquello que no cambia: la incertidumbre filosófica ante la existencia y la sospecha sobre lo que parece tener una respuesta definitiva.

      En ese retorno continuo que realiza la Filosofía sobre sí misma se encuentra implícita la existencia de un soporte material que posibilita que, de hecho, conozcamos lo que se ha escrito a lo largo de la historia. La escritura es una de las primeras técnicas de la memoria que logra dar una permanencia a aquello que con la voz es efímero. En la historia de la Filosofía es conocido el posicionamiento epistemológico contra la escritura de uno de los filósofos de quien tenemos noticia, paradójicamente, no porque él haya escrito su propia obra, sino porque uno de sus alumnos se dio a la tarea de plasmar sus enseñanzas a través de los llamados Diálogos. Se trata de Sócrates, quien a través de la escritura de Platón afirmó que para llegar a conocer la verdad sobre una idea era mucho más importante el diálogo vivo con el que, a través de la mayéutica, se pudiera discutir con uno o varios interlocutores. Éstos estarían presentes para dar respuesta y refutar los argumentos necesarios, mientras en la escritura esa oportunidad estaría negada.

      Desde este momento, en la historia de la Filosofía se muestra una paradoja en la relación del pensamiento con la materialidad que le permite perdurar en el tiempo, es decir, con la técnica que posibilita su aparición. Así, comienza un vínculo entre pensamiento y técnica en el que ambos se necesitan mutuamente para aparecer en el mundo y, a la vez, para transformarse y dar paso a un acto de creación. Sin la obra de Platón, recuperada siglos después por sus traductores en la Edad Media, no tendríamos acceso a una teoría del conocimiento que excluye a la escritura misma como una vía para acceder a él. La escritura, como una forma de la técnica, le permitió a Sócrates cuestionarla como modo de conocimiento, aun cuando sus enseñanzas se transmitieron gracias a ella y, en una segunda determinación de la técnica, lograron perdurar en el tiempo debido a las traducciones que se realizaron de su obra.

      Gracias a los traductores que llevaron el texto del griego al latín o al árabe, la dupla Sócrates-Platón se posicionó, en la Filosofía occidental, como parte fundamental del relato histórico que remonta sus orígenes al pensamiento griego. La traducción permitió a la Filosofía misma contar con una historia y perpetuarse como una práctica que podría llegar a cuestionar incluso los medios y técnicas a través de los que se expresa el pensamiento.

      Por su parte, la traducción logró tener un impacto primordial no sólo en el ámbito del pensamiento filosófico, sino en el desarrollo de la técnica misma. Se trata de la programación como una forma de traducción que ha provocado los cambios más inusitados para nuestra actualidad. Un tipo de escritura o código que, valiéndose de una forma de pensamiento específica, a saber, el orden lógico y el sistema binario, programa una serie de instrucciones que las computadoras traducen para realizar operaciones complejas (Priestly, 2011: 1).

      Uno de los primeros desarrollos de la programación tuvo lugar en el siglo XIX con la máquina analítica, proyecto de Charles Babbage que, a pesar de no llegar a ser construida, ya planteaba el uso de diferentes tipos de tarjetas perforadas (operation cards), para realizar operaciones aritméticas y generar una especie de memoria propia o espacio de almacenamiento y recuperación de datos que le permitiría transferirlos a tarjetas encargadas de ejecutar operaciones aritméticas (Priestley, 2011: 32).

      El diseño de esta máquina tendría importantes avances gracias a Ada Lovelace, conocida como la primera programadora de la historia, quien en su tarea de traducir del italiano al inglés un artículo de L. F. Menabrea sobre los planteamientos de Babbage, introdujo sus propias contribuciones en extensas notas (Priestley, 2011: 36). Lovelace estaba mucho más interesada en el aspecto matemático de la máquina y de sus posibilidades que en el aspecto mecánico. En ese sentido, le parecía más importante explicar cómo operaba esta máquina para que cualquiera que quisiera usarla pudiera realizar cálculos; este gesto fundó uno de los primeros ejercicios de documentación en programación. Además, Lovelace sugirió la idea de que las tarjetas perforadas se modificaran para llevar a cabo una automatización de las operaciones o ciclos, así como la posibilidad de que se realizara más de una tarea a través de esta máquina.

      Este proceso de automatización y de operaciones complejas derivó en máquinas igualmente complejas como las computadoras actuales, que no realizan una función específica, a diferencia de las máquinas simples, sino que tienen el potencial de realizar un rango ilimitado de tareas. Sin embargo, esto depende en gran medida de la capacidad misma de la persona que programa y describe las acciones que puedan ser interpretadas por las computadoras. De esta manera, las instrucciones pueden llegar a ser tan complejas en tanto el pensamiento mismo logre traducir a este tipo de escritura lo que se quiere realizar. Los programas son entidades lingüísticas,

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