El amor de sus sueños. Julie Cohen

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El amor de sus sueños - Julie  Cohen elit

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cabello mientras agarraba con fuerza el teléfono en la otra mano. El vendedor de coches la miraba por la ventana. Se imaginó que la habría visto saltar de alegría segundos antes. Pero eso ya no le importaba. Si tenía trabajo, no tendría que deshacerse de su coche. Podría hablar con el banco y reorganizar el pago de sus deudas de algún modo…

      –Mamá, tengo la agenda en el coche. Te llamo dentro de un minuto para que me des el teléfono del señor Taylor, ¿de acuerdo? Además, necesito hablar con alguien antes.

      Kitty metió el móvil de nuevo en el bolso y entró en el despacho. El hombre no se molestó en levantarse al verla pasar.

      –He decidido no vender mi coche, señor Dawson –le dijo tomando las llaves que estaban sobre la mesa–. Perdone las molestias.

      Se quedó tan sorprendido que Kitty no pudo evitar sonreír al salir de allí. Su suerte estaba cambiando por fin. El cine Delphi era un gran paso.

      Salió deprisa hasta su coche, tenía ganas de llamar a su madre y conseguir ese teléfono pronto. Quería ese trabajo. Por el dinero y por sí misma. Había tenido éxito en California pero su matrimonio con Sam había sido un fracaso. Se suponía que volver a Maine debería haberle servido como nuevo comienzo. Quería probar que podía valerse por sí misma. Pero hasta el momento no había sido capaz de conseguirlo y sus ahorros estaban desapareciendo.

      Estaba convencida de que toda su vida dependía de que consiguiera ese trabajo y lo hiciera bien. Un cine era un trabajo muy importante. Era como un escaparate para su talento que le proporcionaría más trabajo en el futuro.

      Llegó al coche con una amplia sonrisa en la cara. Llevó la mano al bolso para abrirlo pero vio que la cremallera ya estaba abierta. Se le borró la sonrisa, metió la mano y vio que el bolso estaba vacío.

      –¡No!

      Miró hacia atrás en el aparcamiento. Su monedero, las llaves del coche, su espejo, varios lápices, un pintalabios, un cepillo y su elegante y extremadamente caro teléfono móvil estaban esparcidos formando una especie de camino tras ella.

      Comenzó a recoger sus cosas pero tuvo que pegar un salto cuando oyó un claxon muy cerca y vio como un Lexus de color rojo pasaba por encima de su teléfono haciéndolo crujir.

      –¡Eh! –gritó enarbolando su bolso vacío contra el coche–. ¡Imbécil! ¡Acabas de aplastar mi móvil!

      Corrió tras el coche, pero éste no paró. El conductor ni siquiera miró por el retrovisor.

      –¡Espero que compres el coche y te estafen! –exclamó exasperada mientras se agachaba para recoger el resto de sus cosas.

      Miró lo que había sido su teléfono. Estaba claro que había muerto y no podía permitirse comprarse otro. Ahora tenía que concentrarse en otras cosas, como en conseguir el contrato para la restauración del Delphi y hacerlo muy bien.

      Su madre le había dicho que podía simplemente pasarse por el cine y hablar con el dueño. Así que eso era lo que iba a tener que hacer.

      Afortunadamente, llevaba con ella su portafolios a todas partes. Siempre preparada por si aparecía una oportunidad. Además, estaba vestida adecuadamente, llevaba su mejor traje, uno de marca en seda de color marfil. Su intención había sido impresionar al vendedor de coches. Su pelo tampoco estaba mal.

      Kitty había aprendido que las apariencias eran importantes. Sabía que una diseñadora de interiores tenía que tener una apariencia elegante. También era esencial que pareciese tener éxito. El llevar ropa cara y conducir un coche lujoso daba confianza al futuro cliente. Al menos eso creía. No siempre le había ido bien. Desde luego no había ayudado con su matrimonio ni había hecho que consiguiera trabajo en Maine hasta el momento.

      Pero Kitty entró en su Mercedes convencida de que eso estaba a punto de cambiar. Y si su nuevo cliente era Jack Taylor, tendría que aceptarlo, por mucho que le costase la idea.

      Pero sabía que no lo sería. Había cientos de Taylors y Tailors en la guía telefónica. Había muy pocas posibilidades de que su nuevo cliente fuera el chico del que estaba enamorada en el instituto. Sabía que era imposible.

      –Jack, ¿no has considerado la posibilidad de que te estés embarcando en un proyecto tan complejo sólo para distraerte de tu frustración sexual? –le preguntó Oz.

      Jack gruñó y arrancó el último trozo de la vieja moqueta.

      –Te equivocas. Sabes que hace años que quería hacer esto. Recuerda que siempre que pasábamos por aquí pensábamos en cómo habría sido cuando era nuevo.

      –Tú lo pensabas. Yo sólo decía: «Tío, este sitio es una ruina».

      Jack ignoró el comentario de su amigo.

      –¿Y recuerdas lo que escribí en el anuario sobre nuestros proyectos futuros? Yo quería tener mi propio cine y que mi vida fuera una película. Bueno, ya he cumplido la primera parte y sólo he tardado diez años –dijo mientras arrastraba la moqueta a un lado dejando al descubierto los suelos de parqué–. Si a alguien le interesara hacer una película sobre lucha libre con moquetas malolientes también podría cumplir la segunda parte de mi sueño de juventud.

      –No creo que tuviera mucho éxito –contestó Oz mientras estudiaba el suelo.

      –Por otro lado, eso de frustración sexual que has dicho parece implicar que no puedo tener relaciones sexuales, y sí que puedo. De hecho, anoche me encontré con Sally McKenna y parecía muy interesada en revivir experiencias pasadas conmigo.

      –¿Sally quiere acostarse contigo de nuevo? ¿Después de que la rechazaras? ¿Le diste mi teléfono?

      –Búscate una novia sin mi ayuda, Oz. La cuestión es que si quisiera acostarme con alguien podría hacerlo. Pero he decidido no hacerlo. Hasta que llegue el momento apropiado.

      Oz pasó su mano por el parqué y empujó con fuerza.

      –Espero que tu cuerpo esté resistiendo la desatención mejor que este suelo. ¿Cuánto tiempo hace que elegiste el camino de la castidad? ¿Un año?

      –Once meses, seis días y ocho horas. Aproximadamente –contestó Jack suspirando–. Y a mi cuerpo no le pasa nada.

      –Me alegro mucho de que estés tan seguro porque la adquisición de esta inmensa erección arquitectónica podría ser interpretada como una respuesta compensatoria a las insuficiencias de tu rendimiento físico.

      Jack no pudo evitar reír con ganas mientras se limpiaba el sudor de la frente y se echaba su oscuro pelo hacia atrás.

      –Muy bien, doctor Strummer. No necesito más lecciones de psicología barata. Compré el cine Delphi porque me gustaba. No tiene nada que ver con mi miembro viril.

      Oz levantó la vista para mirar a Jack y abrió la boca para responder pero sólo sonrió.

      –Di lo que quieras pero no necesito un título de psicólogo para interpretar eso –dijo señalando algo que había tras Jack.

      Éste se dio la vuelta para ver el enorme rollo de moqueta apoyado de pie en la pared. En ese momento, comenzó a doblarse por la mitad y caer poco a poco hasta precipitarse en el suelo.

      Jack echó la cabeza hacia

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