Medico cirujano del interior. Amadeo Papa
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Es mi testimonio como profesional, para que pueda ser conocido y evaluado por pacientes y médicos compararando sus experiencias y vivencias con el relato, en plena libertad de hacerlo. El relato de casos testigos tiene el aval de las historias clínicas y los testimonios de mis pacientes.
Durante años he analizado y vivido intensamente, la relación médico paciente, su impacto social y mediático. He tenido muchas experiencias y anécdotas, he visto otro tanto y más de mis colegas.
La lucha por la vida es nuestro norte y se ve enfrentada con una realidad por demás compleja; las enfermedades, con sus variadas maneras de manifestarse y los momentos en que ellas lo hacen.
Algunas enfermedades se detectan temprano y otras tardíamente, con sus individualidades propias de cada persona y con las circunstancias de tiempo y lugar.
La medicina, en los últimos 30 años, ha progresado más que en toda la historia de la humanidad, se ha mejorado la expectativa y esperanza de vida al nacer, desde los cincuenta años en los años sesenta, a los noventa años en la actualidad, pero todavía no se logró el don de la vida eterna.
Tenemos protocolos de trabajo médico en todas las ramas de la medicina, con una gran base científica, pero no comprenden a la totalidad de las enfermedades y tratamientos, porque cada persona es única e irrepetible y es propio de cada individuo, cómo se manifiesta en él, la enfermedad.
La ciencia médica usa la valoración probabilística y estadística de “La Campana ó Curva de Gauss”, que engloba las probabilidades de ocurrencia de una enfermedad en la población y se incluyen las mayorías en 2 ó 3 desviaciones estándares de la media, pero siempre queda un pequeño porcentaje que se aparta, lo que siempre hace que exista la posibilidad de ocurrencia de un fenómeno patológico no contemplado, que corresponde a los casos excepcionales y únicos, para los que la creatividad y el arte médico ayuda a la normativa científica para tratarlos.
Los médicos, actuamos, en la gran mayoría de los casos individualmente, principalmente en la consulta profesional, en los grandes centros se trabaja un poco más en equipo, pero todavía tiene una fuerte impronta el personalismo profesional, que enlentece la mejora continua de la integralidad y eficacia del acto médico.
Los profesionales de la salud, padecemos, según mi humilde opinión, de una enfermedad profesional, propia de nuestra práctica, conocida como, ”la soberbia de la Ignorancia”; esto es, que cuanto más ignoramos, mas soberbios somos, porque pensamos que lo que no sabemos o no conocemos no existe y “carecemos de la humildad del conocimiento”; y esto nos indica que tenemos que ser humildes, por cuanto es más lo que no sabemos y conocemos de lo que hemos atesorado con nuestro estudio y trabajo”.
Está muy arraigado en nuestra profesión, el hablar con desconocimiento de los hechos y casos, opinamos de cualquier tema médico sin saberlo y ante cualquiera, léase; pacientes, familiares, amigos, extraños, otros profesionales, abogados, etc., y lo hacemos con una seguridad determinante y esto lleva, en innumerables oportunidades, a que se inicien juicios por supuestas mala praxis, sólo porque se ha opinado sin conocer los hechos en su totalidad y en un ambiente que no tiene conocimiento médico.
Los médicos no podemos hacer aseveraciones diagnósticas y terapéuticas terminantes, como, ciento por ciento de efectividad diagnóstica y de cura y cero por ciento de complicaciones terapéuticas. Porque en nuestro trabajo no tenemos infalibilidad, porque no conocemos la totalidad de la enfermedad o estado de salud de los pacientes. Si podemos poner todos los medios de diagnóstico y tratamientos que poseemos, pero sin asegurar los resultados.
Esta es la principal razón por la que ocurren los supuestos casos de mala praxis. Todos los médicos y profesionales de la salud estamos expuestos a que nos ocurra. Pero tratamos, con la mejora continua de los protocolos diagnostico-terapéuticos, bajar al mínimo las posibilidades.
Un capítulo especial de éste apartado es la muerte. Esta puede ocurrir en cualquier momento y en las mejores manos que existan, porque hay una sola condición para que ocurra; ¡estar vivos!. La ley natural de la vida y muerte es inflexible.
En el camino recorrido desde el momento del nacimiento hasta el día final, vivimos una compleja historia personal, que es nuestra historia clínica, la que nosotros, los médicos, recabamos cuando iniciamos la atención de un paciente, cualquiera sea su edad.
Dicha historia clínica, comprende la evaluación de los signos y síntomas, los análisis y estudios complementarios y los antecedentes personales y familiares, desde el comienzo de la vida hasta el día de la consulta.
Estos antecedentes son recordados o no, valorados por los pacientes y familiares como importantes o no, visibles u ocultos, lo que hace que no sepamos la totalidad de su padecimiento.
Esto indica que no controlamos todas las variables, que intervienen en nuestras enfermedades, por lo tanto, nunca estaremos el ciento por ciento en control del diagnóstico y tratamiento de cualquier enfermedad.
Por esta sencilla y natural razón, todos los agentes de salud, que trabajan con pacientes y aún aquellos que están dentro de un laboratorio, sin contacto con ellos, tienen la potencialidad de realizar una supuesta “mala praxis” en el diagnóstico-tratamiento de los mismos.
La mala praxis puede ser simple, menor, con daños reparables, con daños irreparables, e incluso la muerte. Así es la profesión médica, un servicio humano, falible y noble que no puede garantizar resultados milagrosos.
Por esta razón y ante la muerte, aún sin una causa aparente concreta, estamos en presencia de un daño no querido y no deseado pero esperable, sin la más mínima intención de dolo.
Los médicos no somos infalibles, mágicos o dioses, por tanto ante la ley natural de la vida y muerte no somos asesinos. Somos servidores intermediarios, capacitados para tratar de evitar la muerte y curar las enfermedades.
No poseemos el conocimiento completo del fenómeno vida-muerte, por lo tanto, cuando podemos pensar y analizar, en un acto médico, nos guiamos con una máxima: “primun non noccere”, primero no dañar.-
La mala praxis se define judicialmente como, imprudencia, impericia y negligencia, que pueden producir un daño no querido, es decir, actuar con todos estos condicionantes, o algunos de ellos. Ella se refiere a la responsabilidad profesional por los actos médicos realizados con negligencia.
El ejercicio de la medicina se define como una actividad que tiene dos fines; la búsqueda del menor error posible y el mayor beneficio probable.
Cuando nos demandan por un supuesto caso de “mala praxis”, se rompe en su totalidad la relación médico paciente, que es el principalísimo inicio del acto médico, “la relación de confianza entre el paciente y el médico”.
El acto médico se realiza en equipo, la ciencia que provee el equipo médico y el cumplimiento del tratamiento y medidas indicadas por parte del paciente y sus familiares.
La mala praxis, no ocurre solamente en el acto médico, ocurre en todas las profesiones y trabajos, mientras lo realicen seres humanos, porque somos esencialmente falibles y cometemos errores de todo tipo, pero pareciera que a nuestra sociedad solo le importan los errores médicos y no los errores de las otras ciencias y prácticas humanas.
Deberíamos ser más justos y equitativos y hablar de una supuesta “mala praxis social individual y colectiva”.
Con estas simples reflexiones, me