La batalla por el buen cine. Emilio Bustamante
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Lógicamente, la etapa final de este desarrollo del cine, en el capítulo que estamos viviendo, se ha desarrollado en un plano argumental. Sintetizándolo en la producción italiana contemporánea, que es la más alta a que haya llegado el cine de nuestros tiempos, podemos ver que estos filmes son, todos, argumentales, y sacan del argumento mucho de su fuerza y belleza.
La dulce vida, Rocco y sus hermanos, Dos mujeres, La aventura y El general de la Rovere, son narraciones. La grandiosidad monumental de la expresión y el logro cinematográficos va pareja con el tema. Por supuesto nadie admitiría que la historia de un periodista de tercer orden en una sociedad envilecida, o la de dos mujeres violadas, o la de un aventurero cobarde, encierra grandeza alguna; pero el genio de Fellini, de De Sica y de Rossellini, con el arte del cine extrae y muestra su grandeza.
Con estas películas parece que el cine ha llegado al máximo de su capacidad de expresión. Todo indicaría que ahora solo puede repetirse. El arte es la capacidad de descubrir y mostrar la belleza y la verdad en todo. Si hubiera algo en el universo carente de verdad y belleza, absolutamente todo carecería de verdad y belleza.
Y es entonces cuando aparece la nueva ola, termino, por desgracia, comercializado, falsificado.
Los amantes, de Malle; Hiroshima, mi amor, de Resnais; y Horas candentes, de Godard, muestran que el cine no necesita repetirse.
Es evidente que estas películas señalan el comienzo de una nueva era cinematográfica; no son, por consiguiente, obras cumbres, sino obras iniciales. Pero en ellas, más que en ningún otro cine de todos los tiempos, se siente vibrar la pureza solitaria del arte cinematográfico.
Son desconcertantes, como toda revolución; tan desconcertantes, que cuando se las ataca, se ataca su argumento; es decir, lo que menos valor tiene.
Cuando Ricardo Wagner emprendió la revolución musical que fue su obra, desconcertó a medio mundo; pero, que yo sepa, ningún crítico atacó por ejemplo a Tristán e Isolda en la necedad de su argumento. Y el mismo Wagner dijo que ante la necesidad de que Tristán se enamorara de Isolda, más económico que desarrollar toda una serie de episodios era hacer que este tomara un brebaje encantado. El amor no está en el argumento, sino en la música.
Y lo mismo en el cine. Llegará a liberarse completamente este arte tan fuerte que, por ejemplo, puede trasmitir a los espectadores, con más fuerza que la misma realidad, el sentimiento del amor, sin una palabra, sin una razón; solo con dos o tres planos, una sombra y una luz.
(7 Días del Perú y del Mundo, 13 de agosto de 1961, pp. 16-17)
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