La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo
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Además del prólogo, el libro consta de nueve capítulos y un epílogo, de extensión e importancia desigual para el tema que tratamos de desarrollar. Así, los tres primeros capítulos pueden considerarse preparatorios e introductorios. En el primero se trata de enmarcar el movimiento Nueva Era en el grupo más amplio de los llamados nuevos movimientos religiosos, mostrando la riqueza que dicho término abarca, término que prefiero sustituir por el de Nuevos Movimientos Espirituales. El capítulo segundo, antes de entrar propiamente en la Nueva Era, atiende brevemente al fenómeno del resurgir de los fundamentalismos e integrismos religiosos que se produce al mismo tiempo que el despertar de la Nueva Era, esto es, fundamentalmente en el último cuarto del siglo XX, si bien puede considerarse que estamos en las antípodas del espíritu de la Nueva Era. Tanto en el judaísmo, como en el cristianismo (protestante y católico) y el islam asistimos a una “revancha de Dios” después de los anuncios de su muerte, intentando no ya la modernización de estas tres tradiciones, sino la rejudaiza-ción, recristianización y reislamización de la Modernidad. Dado que en otra ocasión me he ocupado del equivalente hindú, no lo hemos incluido aquí, pero sabemos que tanto en la India como en Japón se ha llevado a cabo un notable recrudecimiento de posturas tradicionalistas, fundamentalistas, de manera simultánea al avance de movimientos más próximos a una comprensión postmoderna. El capítulo tres constituye una primera aproximación al fenómeno de la Nueva Era, planteando las dificultades que nos encontramos al abordarlo, insinuando la necesidad de ponerlo en relación con sus raíces en el esoterismo tradicional y esbozando quiénes son sus pioneros y cuáles sus corrientes fundamentales.
A partir de ahí comienza lo que he denominado las tres dimensiones constitutivas de la Nueva Era: la dimensión oriental (capítulo 4), la dimensión psico-terapéutica (capítulo 5) y la dimensión esotérica (capítulo 6). Puesto que de Oriente y especialmente de la India he hablado en obras anteriores, aquí no se trata más que de insinuar la influencia de algunas doctrinas y prácticas orientales en la formación y desarrollo de la Nueva Era, sobre todo de aquellas corrientes hindúes y budistas que pueden considerarse más próximas al espíritu de la Nueva Era o que han influido, siquiera de manera indirecta, en ella. Así, Goenka, Taisen Deshimaru, Thich Nhat Hanh o las distintas escuelas del budismo tibetano, por parte del budismo; o los Hare Krishna, Swami Muktananda, Maharishi Mahesh Yogi, Osho o diversas maestras espirituales como Amma o Mother Meera. Pero, una vez más, el desarrollo más significativo lo ocupa el vedânta y Yoga integrales de Sri Aurobindo, autor que, además de constituir una de mis influencias mayores, puede ser considerado uno de los pioneros decisivos en la gestación de un pensamiento como el que encontramos en la Nueva Era.
En el capítulo 5, una vez mostrada la herencia oriental de la Nueva Era, pasamos revista a su dimensión psico-terapéutica, distinguiendo entre sus precursores (W. James, C.G. Jung, R. Assagioli), el amplio espectro de terapias alternativas que surge en este contexto, que comparten una visión holística del ser humano y de la enfermedad, y dos de las corrientes más cercanas a la Nueva Era, como son la psicología transpersonal y la terapia de vidas anteriores. Esta última la tratamos en otra obra, de ahí que nos limitemos a evocarla y remitir a ese otro lugar. En cuanto a la psicología transpersonal, nos hemos atenido a esbozar algunas de las ideas más fecundas de Stanislav Grof y de Ken Wilber, dos de sus máximos representantes, aunque su actitud no se halle exenta de críticas a ciertos aspectos del movimiento analizado.
El capítulo 6, como irá intuyendo el lector a medida que avance en la obra, constituye el núcleo del libro. Efectivamente, desde nuestra interpretación, sin quitar importancia a las dos dimensiones anteriores, cruciales en la gestación de la Nueva Era, el verdadero corazón que hace latir la Nueva Era y otorga su sentido más profundo es su dimensión esotérica. De ahí que el capítulo ocupe por sí solo más de una tercera parte de toda la obra. Comenzamos recorriendo algunos de los hitos del esoterismo occidental tradicional, bajo la denominación de hermetismo, sin ignorar que tanto el gnosticismo como el neoplatonismo constituyen partes esenciales de ese complejo proceso histórico. Tras el recorrido histórico, exponemos –de la mano en ambas ocasiones de A. Faivre– algunas de las características esenciales del esoterismo occidental clásico, para pasar a continuación al esoterismo contemporáneo que puede ser considerado –con W. Hanegraaff– un esoterismo secularizado. En éste, después de abordar la cuestión de la Era de Acuario y la astrohistoria, así como el tema estrella de la Nueva Era, que sería el fenómeno de las “canalizaciones” en tanto revelaciones espirituales procedentes de fuentes no-físicas (Seth, Ramtha, Kryon y otros), nos centramos en la corriente que podemos llamar teosófica en un sentido amplio, incluyendo no sólo la obra pionera de la teosofía de Blavatsky, sino también la antroposofía de R. Steiner (si bien termina más cerca de una concepción rosacruz que teosófica) y la presentación que prefiero llamar posteosófica de A. Bailey, V. Beltrán, D. Spangler y otros. Tres temas han sido seleccionados para representar este enfoque: el papel central que desempeña el Cristo en la Nueva Era (deteniéndonos especialmente en la cristología antroposófica de Steiner); la cuestión de los devas o ángeles y su colaboración con la evolución humana (privilegiando aquí la obra de V. Beltrán), y de manera especial lo que denominamos la clave septenaria, sobre todo a través de la obra de A. Bailey.
El capítulo 7 atiende al desarrollo más reciente de algunas manifestaciones de la Nueva Era, muy especialmente la reactualización de la sabiduría maya llevada a cabo por J. Argüelles, con una interpretación esotérica del Tzolkin (calendario maya) y de la procedencia de los mayas (maestros galácticos del tiempo), así como las enseñanzas presuntamente procedentes de canalizaciones cuya fuente no sería sino algún miembro avanzado de una civilización perteneciente a las Pléyades (a través de B. Marciniak y B. Hand Clow), Sirio o Arcturus. Todo ello queda enmarcado en un ciclo que comenzaría con la Convergencia Armónica de 1987 y terminaría en el 2012, fechas que han ido pasando a un primer plano en muy distintos mensajes y enseñanzas (Argüelles, Marciniak, Kryon, Sri Kalki Bhagavan, V. Essene, Maestros Ascendidos, etc.). Por cierto, también los Maestros Ascendidos, relacionados con el movimiento Yo Soy, Saint Germain y la llama violeta, son esbozados como peculiar divulgación estadounidense de las enseñanzas teosóficas que han ocupado y ocupan un espacio destacado en ciertos campos de la Nueva Era. Un último autor queremos destacar de los incluidos en este capítulo por compartir la atención prestada a la cuestión de la Ascensión –individual y planetaria–, tan central, junto a la posible mutación del ADN, en múltiples enseñanzas de las últimas décadas; se trata de Drunvalo Melchizédek.
El capítulo 8, muy breve, constituye una especie de despedida del grueso del trabajo a través de unas palabras procedentes del “canal” esotérico y Nueva Era que más cerca de mi corazón ha estado y que presentamos bajo la denominación de OMnia.
El capítulo 9 entra en diálogo con algunas de las críticas dirigidas contra la Nueva Era. He seleccionado cuatro frentes opositores: el racionalismo ilustrado (tomando como ejemplo el análisis de M. Lacroix), el protestantismo evangélico (de Peretti a Groothuis), el esoterismo tradicionista encabezado por R. Guénon, y, finalmente, al que dedicamos una mayor atención, entrando en un diálogo más detenido que sin duda exige ser continuado, el catolicismo vaticanista.
Un breve epílogo nos ayudará a recapitular el recorrido realizado y a matizar algunas cuestiones, así como a clarificar el sentido de esta obra.
PRÓLOGO:
FRAGMENTOS
DE UNA MEMORIA VIVA
No es mi propósito escribir