Teorías de la comunicación. Edison Otero
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Una necesaria aclaración se impone, en esta edición, en lo referente al título del libro. Se trata de una advertencia que ha madurado con el paso de los años y se refiere al concepto de ‘teoría’. En el capítulo I de su libro Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra, el etólogo británico Richard Dawkins se enfrenta a la equivocada opinión de que la teoría de la evolución es ‘sólo’ una teoría (Dawkins 2009). Con el propósito de refutar tal percepción, Dawkins distingue dos acepciones del término ‘teoría’, las que podríamos identificar como dura y blanda. La acepción dura refiere un conjunto de afirmaciones acerca de hechos, expresadas en el formato de hipótesis y que han sido confirmadas o establecidas sólidamente por medio de evidencias. En este sentido fuerte, la teoría de la evolución es una teoría. En cuanto al sentido blando, ‘teoría’ se refiere a hipótesis, especulaciones o conjeturas que no han sido confirmadas y que se mantienen en la condición de propuestas. Decididamente, en el estudio de los fenómenos de la comunicación no hay aún teorías en el sentido duro. En consecuencia, uso el término como sinónimo de ideas, conceptos, modelos, hipótesis.
Los gobiernos designan entre sus funcionarios a un experto en comunicaciones. Las empresas contratan expertos para mejorar las comunicaciones entre los miembros de sus cada vez más complejas organizaciones. Los ministerios de salud emplean a agencias publicitarias para desarrollar sus campañas contra enfermedades como el sida, el cólera o el virus anta. Los candidatos a presidentes incluyen a profesionales de la comunicación en sus comandos y los políticos se preocupan de cuidar su imagen entrenándose en destrezas de gesticulación y presentación personal; los terapeutas de pareja o de familia diagnostican ‘falta’ de comunicación o comunicación insuficiente en el origen de los problemas de sus pacientes. Un ciudadano cualquiera, sin necesidad de erudición alguna, sabe por su propia experiencia que puede comunicarse con quienquiera, a la hora que lo desee, por alejado que esté físicamente. Lo que habría tomado días, semanas y hasta meses en el pasado, hoy se logra casi instantáneamente gracias al fax, el teléfono, el correo electrónico o la video-conferencia. El satélite permite a un televidente cualquiera asistir a una final de fútbol o a una conferencia internacional de mandatarios sin desplazarse de su domicilio. Como prefiera decirse, el planeta se ha achicado o las velocidades de transmisión y transporte han aumentado pasmosamente. Las percepciones cotidianas del espacio y del tiempo se han modificado drásticamente.
Es fácil constatarlo: la comunicación está por todas partes. Pero, antes que un hecho reciente, se trata de un descubrimiento reciente. Si bien en ciertas dimensiones del fenómeno –como, por ejemplo, el desarrollo y consolidación de la industria publicitaria– se trata de algo de corta data, históricamente hablando, la comunicación no verbal, la hablada y luego la escrita, hunden profundamente sus raíces en el pasado remoto del hombre. No será la primera vez que algo que está delante de los ojos resulte ser lo menos visible y evidente. Otro dato a consignar es que el fenómeno de la comunicación es algo complejo: ocurre en diversos niveles, conlleva diferentes tipos de factores en juego, se entrecruza con variadas estructuras relacionales e institucionales, etc.
Como lo ha sancionado la tradición intelectual, el procedimiento más razonable para abordar un tema, asunto u objeto complejo y abarcador, consiste en dividirlo en partes más simples y luego abordar cada una por separado. Técnicamente, eso es lo que se llama ‘análisis’. Siendo una manera útil de proceder, hay que aplicarla teniendo en cuenta una contraindicación que resulta sustantiva a la hora de pretender una comprensión satisfactoria del fenómeno estudiado: es necesario no creer que la fragmentación inducida o provocada por el método del análisis corresponda necesariamente a una fragmentación en el fenómeno mismo. Tal confusión es causa de muchos malentendidos.
Para usar otra analogía, si los fenómenos de la comunicación constituyen un territorio variado y multiforme, nos es preciso avanzar por él con algunos mapas, algunas referencias básicas, distinciones elementales que permiten introducir un primer orden en la diversidad.
Sin lugar a dudas, la expresión más común de aplicación del análisis a nuestro tema es la distinción entre niveles de la comunicación: interpersonal, grupal, organizacional y medial. El primero y más socorrido de los criterios utilizados para establecer esta distinción de niveles es el número de personas implicadas: desde dos, tres o cuatro, en el nivel interpersonal hasta millones de personas en el nivel medial. Los niveles intermedios –grupal y organizacional– funcionan con cantidades mayores que en el nivel interpersonal y claramente menores que en el nivel medial. Un ejemplo de nivel interpersonal serían, por ejemplo, una pareja o una familia de tamaño nuclear. Un ejemplo de nivel grupal serían, por ejemplo, un curso de estudiantes, un equipo de basquetbol o una pandilla de barrio. Ejemplos del nivel organizacional lo serían una empresa, un gobierno, una institución policial, o una iglesia. Millones de personas siguiendo las alternativas del funeral de la princesa Diana o cientos de miles viendo el noticiero de su canal favorito de televisión, son ejemplos de comunicación medial. En todos estos ejemplos, la diferencia entre un nivel y otro es estrictamente cuantitativa: cantidad de personas implicadas.
Un segundo criterio en juego para generar la distinción entre niveles es de la proximidad física. La relación de pareja o de familia, de un par de amigos o de un par de empleados en el mismo departamento de una organización, implica la mayor proximidad física. Esta proximidad física no ha de ser ocasional sino contínua en el tiempo, de modo de llegar a ser una verdadera condición necesaria de la relación de comunicación interpersonal. En las grandes organizaciones e instituciones, la proximidad física se vuelve una condición cada vez menos importante, particularmente cuando se trata de empresas complejas que operan en distintos lugares dentro de una misma ciudad, en distintas ciudades e incluso en diferentes países. En el caso de la comunicación medial, tratándose de grandes audiencias, de grandes cantidades de públicos, de millones de lectores, de grandes números de auditores, la proximidad física es prácticamente nula, amén de innecesaria. La comunicación es estrictamente medial, lograda por la tecnología, no importando el lugar físico ni la distancia desde la que se utiliza un medio de comunicación. Un mismo programa televisivo es visto por millones de personas distantes entre sí cientos o miles de kilómetros, en distintos países y continentes.
La intermediación tecnológica es otro criterio para construir la distinción entre niveles de la comunicación. Si bien una pareja de amantes o un par de amigos puede hablar por celular, enviarse emails o WhatsApp, la comunicación interpersonal que protagonizan no es fruto ni depende de la intermediación de tecnologías: un televisor, una radio o un diario. En ella han jugado roles sustantivos la proximidad física, la atracción física, la convivencia cotidiana en un mismo entorno, la frecuencia de los contactos, la existencia de amigos comunes, etc. La intermediación tecnológica juega un papel algo más determinante en las grandes organizaciones, en las que las diversas funciones suponen de coordinaciones constantes; es el caso del anexo telefónico y el fax. Pero es en la comunicación medial, también llamada ‘masiva’ o ‘social’, donde la tecnología adquiere una condición protagónica. Esta intermediación entre los componentes del público es obrada por los medios de comunicación: el libro, la radio, el cine, la prensa, la televisión. Una transmisión televisiva permite que millones de personas puedan asistir a un acontecimiento en el momento en que está ocurriendo, eliminando así las barreras que el tiempo y el espacio pusieron en el pasado. Simultaneidad e instantaneidad son experiencias comunicacionales que implican a muchísimas personas y que sólo los medios tecnológicos pueden posibilitar.
Hay todavía otro criterio posible de ser sumado a los de cantidad de participantes, proximidad física e intermediación