El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way
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Carol pensó que podía hacer un comentario respecto a los kilos que Dallas había acumulado con los años, pero era demasiado educada.
–Querida, Carol está preciosa –declaró Maurice Chancellor al instante, como avergonzado del comentario de su esposa–. No es alta, mi madre tampoco lo era.
–Esperemos que no acabe como ella –observó Dallas, siempre empeñada en tener la última palabra.
El ama de llaves había vuelto para recoger y se estaba marchando con el carrito cuando entró Troy.
Después de saludar a sus padres, se acercó a Carol, bajó su oscura cabeza y la besó en la mejilla.
–Estás guapísima, como de costumbre, Caro –entonces, se volvió a Damon–. Hola, Damon, ¿qué tal? Vaya, parece que el éxito profesional te persigue.
–No me va mal –a Damon no le había gustado el beso que Troy le había dado a Carol–. Bueno, y ahora que ya estamos todos, me gustaría realizar la lectura del testamento.
Los ojos de todos se volvieron hacia él.
–No te preocupes, no vamos a impedírtelo –dijo Troy guasonamente.
Troy se había sentado al otro lado de Carol y la había tomado del brazo, y no exactamente como primo.
–Vaya, el viejo por fin se acordó de ti, Caro –murmuró Troy inclinándose sobre ella.
–¿Por qué no te callas, Troy? –respondió Caro.
Damon decidió asumir plenamente su papel como abogado y dijo en tono profesional:
–Les voy a pedir que guarden silencio mientras leo el testamento. Y ahora, si me lo permiten…
* * *
Fue una tragedia. Carol, la persona a la que la familia había dado la espalda, era la principal beneficiaria.
–Te quedas con todo prácticamente –Troy, al igual que sus padres, se mostró estupefacto.
–¡Esto es horrible, horrible! –Dallas se puso en pie bruscamente, parecía un volcán a punto de entrar en erupción–. Es una pesadilla, una auténtica pesadilla. ¿En serio Selwyn ha dejado el grueso de su fortuna a Carol? Pero si Carol no sabe nada de nada –Dallas dio un puñetazo en el escritorio–. Maurice, no te quedes ahí sentado con la boca abierta, di algo. Tenemos que luchar. Es evidente que Selwyn no estaba en su sano juicio.
–Mi padre tenía la cabeza perfectamente –declaró Maurice con amargura.
Su padre nunca le había hecho caso, nunca le había tenido en cuenta. Sin embargo, le había dejado en herencia una considerable fortuna. No le extrañaba que a Dallas no le hubiera dejado nada, ni él compartiría nada con ella de poder borrarla de su lista. Pero Dallas sabía muchas cosas sobre él. Ni su hermano Adam ni él habían sabido elegir a las mujeres. Y su hijo Troy, que se daba tantos aires, ahora tenía que agachar la cabeza… aunque también iba a recibir una considerable herencia.
Pero Troy no lo creía así.
–Esto es inconcebible, es un insulto –Troy estuvo de acuerdo con su madre, para variar–. El viejo era un miserable. ¿Sabéis por qué lo ha hecho? Por despecho. ¡Y nosotros que creíamos que íbamos a heredar de la forma normal, como todo el mundo! El viejo nunca quiso a mamá. No, el viejo no se fiaba de mamá, igual que no se fiaba de esa bruja, de Roxanne.
–Te agradecería que no hablaras así de mi madre, Troy –declaró Carol, aún atónita por la magnitud de su herencia y de las responsabilidades que aquello conllevaba.
–¿Quieres saber la verdad? –gritó Troy.
–Troy, será mejor que te sientes. Usted también, señora Chancellor –dijo Damon en tono de autoridad–. Durante los últimos años, Selwyn Chancellor estaba muy preocupado por cómo se había tratado a su nieta. Sin entrar en el hecho en sí, tras la muerte del padre de Carol, el señor Chancellor manifestó su voluntad de hacerse con la custodia de Carol, pero nosotros le hicimos ver que ningún tribunal le daría a él preferencia sobre la madre.
–¡No tenía ni idea de eso! –declaró Maurice–. Todos sabemos el papel que mi cuñada jugó en la muerte de mi hermano.
Damon notó la mueca de Carol.
–Señor Chancellor, debo recordarle que el juez declaró el fallecimiento de su hermano como muerte accidental.
–¡Querrá decir que no lograron demostrar que fue ella! –gritó Dallas, que sentía una envidia enfermiza por su cuñada.
–La difamación es un delito, señora Chancellor –le recordó Damon–. Se aceptó la versión de los hechos de Roxanne Chancellor. Los accidentes de barco son algo corriente.
–Mi marido tiene razón –dijo Dallas con malicia–, Roxanne nunca ha sido de fiar.
Troy se dejó caer en su asiento, se le veía perplejo. Aunque no iba a pasar apuros económicos de ningún tipo, el asunto se le antojaba injusto. Sospechaba que su padre aceptaría la nueva situación con relativa facilidad; en realidad, la única ambición de su padre era escribir un libro. Llevaba años queriendo hacerlo. Quería escribir ficción y obtener éxito y reconocimiento internacional. Lo único que no iba a perdonar era perder Beaumont, siempre había considerado aquella casa su hogar.
También se vieron beneficiadas en el testamento algunas organizaciones dedicadas a la defensa de los animales, investigaciones médicas, las artes, museos y universidades. Selwyn Chancellor también había testado en favor de la Asociación de Productores de Lácteos.
–¡Eso, viva las vacas! –gritó Troy–. Deben estar encantadas.
–¿Cuánto tiempo tenemos para abandonar la casa? –preguntó Dallas apenas conteniendo la ira.
Caro tardó unos segundos en contestar:
–No hay prisa. Tengo intención de terminar mis estudios universitarios, y eso será a finales del año que viene. La casa es lo suficientemente grande para que podamos estar todos… si es que yo decidiera pasar algún tiempo aquí, cosa más que probable. Supongo que vendré a pasar algunos fines de semana, vacaciones y esas cosas. Y antes de que me lo preguntéis, también podéis seguir utilizando la casa de Point Piper hasta que la venda.
–¿Que la vas a vender? –dijo Dallas con incredulidad–. ¡Qué valor tienes! ¿Es que no respetas nada?
Troy lanzó una maldición.
–Sí, eso es lo que pretendo hacer –continuó Carol con calma.
–Carol no está aquí para responder vuestras preguntas –declaró Damon en tono de advertencia.
–¡Esto es una pesadilla! –repitió Dallas–. ¿Qué voy a decirles a mis amigas?
–¿Qué amigas, mamá? –preguntó Troy con malicia.
–Troy, no le hables así a tu madre –interpuso Maurice, que estaba harto tanto de su mujer como de su hijo. Ninguno