El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla - Margaret Way страница 4
–Roxanne no sabía nadar, eso es verdad. Y la creyeron.
–No todo el mundo –Bradfield suspiró–. Mi mujer, por ejemplo, nunca la creyó. El viejo Selwyn tampoco, y Elaine mucho menos. Elaine nunca aceptó lo de la muerte por accidente. Los dos somos aficionados a la vela, por lo tanto, sabemos que pueden ocurrir muchas cosas mientras se navega. Pero los padres de Adam Chancellor siempre consideraron a su nuera una homicida.
–Quizá con razón –sugirió Damon–. Es innegable que se comportó de forma muy extraña justo después del accidente: ni una lágrima, siempre impecablemente vestida. Por supuesto, eso no la convierte en una asesina. Pero todo fue muy extraño, por lo que he visto después de leer todo lo que se escribió al respecto.
Bradfield se miró las manos, como si en ellas pudiera encontrar la respuesta.
–Lo único que podemos hacer es especular, y eso no nos conducirá a ninguna parte. Además, aquello pasó hace años, todo el mundo lo ha olvidado.
–Eso no es verdad, Marcus.
–No entiendo a qué viene tanto interés –dijo Bradfield, que quería olvidar el asunto–. El veredicto es lo que cuenta. Jeff Emmett hizo lo correcto: adoptó a la hija de Roxanne al poco tiempo de casarse con ella.
–Estoy convencido de que Roxanne le obligó a ello –Damon agarró su cartera–. Bueno, creo que me voy ya. Ha sido un día de mucho trabajo.
Hacía ya un tiempo que Damon era el primero en llegar a la oficina y el último en marcharse.
Marcus se puso en pie trabajosamente. Había engordado mucho los últimos años.
–Sí, yo también. En fin, ponte en contacto con tu cliente lo antes posible.
Damon se encaminó hacia la puerta.
–Eso pensaba hacer.
Bradfield le puso una mano en el hombro, haciéndole detenerse.
–¿Vas a venir el sábado por la noche?
–No me lo perdería por nada del mundo –respondió Damon aparentando más entusiasmo del que sentía. En realidad, no tenía ninguna gana de ir a la fiesta de cumpleaños de Julie Bradfield, que cumplía treinta.
–No hago más que rezar para que mi Julie encuentre un buen marido –le confió Marcus.
Damon sabía que Marcus le tenía echado el ojo a él.
–Estoy seguro de que lo encontrará –Damon dedicó a su jefe una sonrisa.
«Siempre y cuando no sea yo».
* * *
Sabía su dirección, en las afueras. Se había marchado de la casa de su madre y su padrastro al entrar en la universidad. También sabía que estudiaba Derecho, que era buena estudiante y que podía ser mejor si se aplicaba. Y lo sabía porque contaba con buenas fuentes de información en la facultad donde se había graduado con sobresalientes. Las mismas fuentes le habían contado que Carol Emmett era muy «famosa». No había fiesta a la que asistiera sin que la persiguieran los paparazzi. Por las fotos en la prensa, sabía que era increíblemente bonita, aunque diminuta, con una gloriosa cabellera de rizos rojizos, piel de porcelana y ojos azules.
Y, por su trabajo, debía encontrarla lo antes posible.
El piso que Carol Emmett compartía con dos amigas se encontraba en un edificio con una veintena de apartamentos alquilados en su mayoría por estudiantes universitarios. El edificio estaba en buenas condiciones, en una zona principalmente residencial y con un pequeño parque al lado.
Damon se detuvo delante de la puerta número ocho e iba a pulsar el timbre cuando dos chicas salieron del ascensor. A juzgar por su indumentaria, y una de ellas llevaba una minifalda que mostraba bastante más que sus rollizas rodillas, iban de fiesta.
Las chicas, entre risas, le miraron de arriba abajo. Nada de extrañar, ya que era un hombre de un metro ochenta y ocho de estatura, guapo y próspero.
–¿A quién buscas, guapo? –le preguntó la más descarada de las dos, la de las rodillas rollizas.
–A Carol Emmett –respondió él con tranquilidad, pero con autoridad.
–¡No es posible que seas policía! –la atrevida se fijó en su traje de corte italiano, en la camisa, en la corbata e incluso en los zapatos.
–No, claro que no. Mis intenciones son amistosas.
–¡Vaya suerte que tiene Caro! –la chica lanzó un silbido–. Un poco mayor para ella, ¿no? Los chicos con los que sale Caro son de nuestra edad.
¿Treinta años era ser viejo? Deprimente.
–¿La conocéis?
–Claro –respondió la otra chica, de aspecto normal y corriente, con un mechón de cabello teñido de rosa, sin duda para desviar la atención de su pronunciada nariz–. Es nuestra compañera de piso. Pero no está en casa, ha salido a buscar a Trace.
–¿Y quién es Trace?
–Una amiga –respondió la más atrevida–. Trace siempre está metida en líos y Caro se encarga de ayudarla a salir de apuros.
–¿Tenéis idea de adónde ha ido? Necesito hablar con ella urgentemente. Es muy importante.
Las dos chicas se miraron antes de decidir si se merecía una contestación.
–Supongo que en el agujero en el que vive Trace –contestó la atrevida–. No vive aquí, no puede permitírselo. Ni nosotras, de no ser por Caro. Caro nos ayuda económicamente. No se ha metido en un lío, ¿verdad? –de repente, las dos chicas parecieron preocupadas.
–No, en absoluto. Es solo que tengo que hablar con ella. ¿Dónde… vive Trace?
La atrevida le dio una dirección, en una de las zonas poco recomendables de la ciudad.
* * *
Damon aparcó detrás de un coche con matrícula personalizada que, poco más o menos, anunciaba a Carol Emmett. Las sospechas de sus compañeras de piso se veían confirmadas, Carol estaba en casa de Trace. Y a él no le gustó. A pesar de haber adoptado el apellido de su padrastro, todo el mundo sabía que era la nieta de Selwyn Chancellor. A las puertas de la muerte, su abuelo había expresado el deseo de que adoptara de nuevo el apellido de su padre. De ahora en adelante, Carol Chancellor necesitaría un guardaespaldas.
Damon salió del coche, lo cerró y miró hacia la casa victoriana dividida en apartamentos. Debía de haber sido impresionante en sus buenos tiempos; aún lo era, a pesar de estar tan descuidada. No había ningún tipo de seguridad, la puerta delantera incluso estaba entreabierta. La empujó suavemente, se adentró en el vestíbulo