Su seductor amigo. Alison Kelly
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–Jye…
–Hmm –¿qué perfume era ese? No era el de siempre. Resultaba más almizcleño y empalagoso.
–¡Jye! –su mano dejó de ser gentil al tirar de la muñeca–. ¿Me estás escuchando?
–¿Eh? Lo siento, ¿qué has dicho?
–Que tenías razón…
–¿Me lo puedes dar por escrito?
Ella sacó la lengua y le golpeó el hombro.
–He decidido que estar abatida no le hace ningún bien a mi situación, razón por la que estoy aquí. Necesito tu ayuda, Jye.
–¿Mi ayuda?
–Sí, porque en esta ocasión no pienso arrastrarme como una criatura patética y rechazada para desperdiciar meses curándome las heridas en un exilio social autoimpuesto.
La idea de que alguna vez perdiera una semana en un exilio social autoimpuesto, por no mencionar meses, resultaba fantástica en extremo. Durante los últimos diez años de su vida Stephanie había saltado de «un amor de su vida» a otro con apenas un día o dos para recuperarse.
–Vas a luchar, ¿eh? Es un buen síntoma. Deja que adivine. Piensas quitarle la alfombra de los pies al oportunista Carey diciéndole a Duncan que su matrimonio es un ardid para ser ascendido en…
–¡No seas ridículo! –exclamó perpleja–. El padrino lo despediría en el acto si lo supiera.
–¿Y? ¿Qué mejor manera de vengarte de él?
–Pero yo no quiero vengarme, Jye; sólo quiero recuperarlo.
–¿Estás loca? El tipo se ha casado.
–En realidad, no –sacudió la cabeza–. No es un matrimonio de verdad. No se casaron en una iglesia y no duermen juntos.
–¿Te lo contó Carey? –la expresión de ella hizo que la pregunta fuera retórica–. ¿Y tú le creíste?
–Por supuesto. Brad no me mentiría.
–Claro. ¿Se te ha ocurrido que el sincero y viejo Brad podría estar intentando conseguir la tarta y comérsela también?
–No –dijo–. No conoces a Brad como yo.
–Te conozco a ti, Steff, y no estás hecha para el papel de amante. Por el amor del cielo, siempre has comparado la infidelidad con el asesinato; recuerdo que cuando salí con dos chicas al mismo tiempo lo llamaste «violación emocional». ¡Y eso que no me acostaba con ninguna! ¿De verdad crees que eres capaz de tener una aventura con un hombre casado y vivir contigo misma?
–Te lo repito, Jye, no está casado de verdad.
–Escucha, puede que no haya pasado por el altar, pero, pequeña, ¡casarse es casarse! Créeme, ¡a su esposa no le va a gustar tu intento de arrebatárselo! Sin importar los motivos calculadores que haya podido tener Carey para casarse con esa pobre mujer, te apuesto dinero contra donuts que el único motivo por el que ella se casó es porque se imagina enamorada de él.
–¡Oh, Jye, eres tan ingenuo! –lo absurdo de esa acusación lo dejó mudo, pero, por desgracia, Stephanie no sufrió ese problema–. Fue Karrie Dent quien en primer lugar le sugirió a Brad lo del matrimonio fingido –explicó–. Dio por hecho que él querría conseguir la dirección del departamento cuando éste quedó vacante y le pidió que la recomendara para ocupar su puesto. Cuando él le informó de que ni siquiera lo considerarían para el ascenso porque al padrino le gustaba que sus ejecutivos estuvieran casados, a Karrie se le ocurrió la idea de un matrimonio de conveniencia. Tenías razón con la evaluación que hiciste de ella, Jye –continuó–. Karrie es una mujer que sólo piensa en su carrera. El interés que tiene por Brad es sólo profesional, nada más.
–¡Tonterías! –replicó él–. Puede que tenga planes para su futuro profesional, pero también los tiene sobre Carey. Piensa en ello, Steff. Si sólo persiguiera el anterior puesto de él, le habría bastado con convencerlo de que se casara con alguien… –calló para dejar que las palabras surtieran su impacto–. Por lo que tú has dicho, se ofreció voluntaria al papel.
La duda nubló los ojos de Stephanie mientras se mordía el labio.
–¡Te equivocas! –exclamó con énfasis–. Karrie le dijo a Brad que no ponía objeción alguna a que tuviera relaciones durante su falso matrimonio, siempre y cuando fuera discreto.
–Imagino que eso también te lo contó Brad, ¿no es cierto? –gimió Jye.
–Sí, y le creo.
–Entonces se reduce a un cara o cruz entre proponerte a ti para el premio a la Señorita Ingenua del año o a él para un Oscar.
–Basta, Jye –imploró–. ¿No puedes ver que lo que tienen Karrie y él es sólo… un acuerdo de negocios? Un acuerdo temporal. Lo que yo siento por él es… –enderezó los hombros–. Bueno, de verdad creo que lo amo.
–¡Pues tu proceso mental apesta! –rugió, incapaz de contener la frustración–. Dios mío, Stephanie, ¿te oyes a ti misma? Estás ahí tratando de justificar tu participación en un asunto sórdido con un hombre casado. Bueno, cariño, si esperas que te dé mi bendición, tendrás que esperar mucho. ¡Puede que a mí no me interese el matrimonio, pero considero sagrado el de los demás!
–¡Deja de ser tan santurrón, Jye! ¡Te repito que no es un matrimonio de verdad!
–¡Si es legal… es real!
–¡No es espiritualmente real!
–Dame fuerzas –Jye alzó la vista al cielo en busca de una pista sobre cómo tratar a una mujer decidida a sabotear su cordura–. De acuerdo –decidió cambiar de táctica–. De acuerdo, finjamos que debido a tus estrechos conceptos de cómo debe ser un matrimonio de verdad, Brad Carey esté «técnicamente» libre. ¿Por qué, entonces, armas tanto revuelo por el asunto? Quiero decir, dado que lo quieres y él te quiere a ti, si no lo consideras «casado de verdad», ¿dónde demonios radica tu problema?
–El problema –repuso– es que todo el mundo sabe que Karrie no sale mucho, y Brad es tan agradable que siente que no está bien colocarla en una posición en la que, si alguien averiguara que él y yo nos veíamos, quedaría como una tonta.
–¡Pero si el tipo es un santo!
–Pero para mí no tiene sentido esperar hasta que Karrie empiece a salir con alguien –hizo caso omiso de su sarcasmo–. Santo cielo, Jye, ¡lo único que hace es trabajar! Está tan entregada a su carrera que los hombres a los que es probable que conozca son otros ejecutivos que, gracias al pensamiento medieval del padrino, estarán todos casados.
–Bueno, quizá tengas suerte y el chico que se encarga del mantenimiento de las fotocopiadoras se encapriche de ella –sugirió con tono seco.
–Imposible