La infamia. Ricardo Monreal Ávila

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que podrían ser propicias para realizar las acciones de los fraudes del pasado, como rellenar urnas con boletas.

      En el texto se precisa que esas 300 casillas se instalarían en los seis municipios donde la oposición no había presentado candidatos para ayuntamientos y en las zonas donde el traslado de la documentación electoral implicaba desplazamientos de más de 30 minutos, al ser de nula o escasa acreditación de representantes de la oposición, pues estaban ubicadas en zonas de alto analfabetismo, rurales, semirrurales o mixtas.

      El fraudulento plan establecía también la manera en que se tendrían que seleccionar los representantes y funcionarios de las 320 casillas, estableciendo que el perfil de las personas indicadas debería ser proporcionado por la Secretaría General de Gobierno, y que los operadores electorales —a cargo cada una de cuatro casillas— estarían acreditados como asistentes electorales, y podrían participar en el traslado de las urnas, “facilitándose el trabajo de campo poselectoral donde así se requiera”.

      En el documento también se constataba el cinismo con que operaba la oposición, pues refería que era recomendable que en la adulteración de las actas se le dieran algunos votos a la oposición, “para evitar las impugnaciones por casillas zapato”. En el colmo de la desfachatez, el escrito llegaba al grado de indicar que las líneas de acción para la Coordinación de Información y Propaganda eran las siguientes:

      Concluido el periodo para hacer proselitismo, repartir propaganda adversa al principal candidato opositor; la Secretaría General de Gobierno “inducirá” declaraciones públicas de líderes de las cúpulas empresariales, la Iglesia y “dirigentes afines” de asociaciones civiles “demandando responsabilidad y madurez de la ciudadanía al momento de votar”.

      Además, el día de la elección, según el plan, el diseño muestral de las encuestas de salida se realizaría en función de las 320 casillas seleccionadas, así como de “las casillas ubicadas en secciones electorales probadamente priistas”. La difusión de esas encuestas sería a través de televisión nacional, para lo cual —advierte el documento— se requería una negociación especial y superior con los directivos.

      Por último, el texto señalaba que, de acuerdo con las circunstancias, el candidato del PRI podría comparecer alrededor de las 22 horas del domingo 5 (el día de la elección) ante los medios de comunicación para reconocer su ventaja irreversible, subrayando que serían las autoridades del Instituto Electoral del Estado de Zacatecas (IEEZ) las que difundirían los resultados oficiales.

      Durante la entrevista, Andrés Manuel refirió también que estos lineamientos fueron aplicados rigurosamente y hubieran llegado a su objetivo de no ser porque un desconocido le entregó varias audiocintas el día de la elección. Como lo expresó el ahora presidente, cuando escuché las cintas, mi reacción fue de sorpresa absoluta, pues aunque sabía que las tendencias y la voluntad popular me favorecerían, la posibilidad de que se cometiera un fraude era latente y cercana.

      En una de las grabaciones, poco después del cierre de las casillas, se escuchaba al gobernador saliente de Zacatecas, Arturo Romo (AR), quien comunicaba a José Ascención Orihuela (AO) —secretario de la Segunda Circunscripción Regional del CEN del PRI— la estrategia que había llegado “desde arriba”; por su relevancia vale la pena transcribir un segmento:19

      AR: Bueno, falta un elemento, no solamente la protesta, sino que las encuestas de salida, de empresas serias, arrojan un virtual empate con ligera ventaja para el partido. Y en esa virtud nadie se puede pronunciar en estos momentos, sino hasta que se cuente.

      AO: Aquí hay que decir que en los municipios donde se hizo la encuesta...

      AR: ¿Saben qué, Chon? [lo interrumpe] Estoy pasando una instrucción de allá arriba.

      AO: Está bien.

      AR: Aquí mi obligación es decirte lo que así fue exactamente, ¿no?

      AO: Okey.

      AR: En ese sentido, en los municipios donde se realizó la encuesta, aún en ésos, tenemos una ligera ventaja, pero que, como somos un partido responsable, vamos a esperar...

      AO: A que se den.

      AR: ... a que den los resultados los órganos responsables. Punto. Hasta ahí, no más, mano. Y a las siete de la noche va a corregir ya la televisora, porque además no hicieron un trabajo serio. Me consta a mí.

      AO: A todos, yo ya se lo informé al presidente.

      AR: Sí. Y es importante que salga con fuerza esa declaración, ¿no?

      AO: Muy bien.

      Con base en la información de ésta y de las otras cintas, Andrés Manuel tomó la decisión de telefonear a la otrora residencia presidencial, Los Pinos. La llamada se dio alrededor de las 9:20 horas; al otro lado de la línea estaba Liébano Sáenz, secretario particular del entonces presidente Zedillo. Sin temor alguno, fiel a sus convicciones democráticas, Andrés le comunicó que tenía información de que se fraguaba un fraude electoral en Zacatecas: “Dile [al mandatario] que tengo unas grabaciones sobre ese operativo. Y como botón de muestra, que le pregunte a Labastida si habló con Salazar Toledano alrededor de las nueve de la noche sobre esto. Infórmale que si no dan marcha atrás, denuncio ahora mismo el operativo y doy a conocer las grabaciones”.

      La respuesta del funcionario fue que se lo comentaría al presidente Zedillo, y que le hablara en media hora. Pasado ese tiempo, llamó nuevamente a Liébano. “Me quiso apretar —dijo Andrés Manuel— con el argumento de que era ilegal grabar conversaciones telefónicas”. Él le reviró que ése no era el asunto, sino que se exigía que se respetara la elección, a lo que el secretario particular contestó que el presidente no sabía nada, y que siempre actuaba con legalidad. Andrés terminó diciendo que lo que necesitaba era una respuesta, y que, si no se daba, haría público el operativo. Su interlocutor respondió con molestia, casi gritando: “¡Ten confianza, Andrés Manuel! Espera el reporte de la televisora a las 10 de la noche”.

      Transcurrieron cuatro horas y había un silencio casi total de los medios de comunicación nacionales y locales, esperando que el fraude se impusiera. Aún recuerdo aquel momento cuando, a la hora señalada por Liébano, el locutor Guillermo Ortega salió al aire para decir que el PRD estaba arriba en Zacatecas. Entonces Andrés me pegó una palmada fuerte y me dijo: “¡Ciudadano gobernador!”. Después de tantos sinsabores, de angustias y frustraciones, de resistir ataques constantes, de mantenernos firmes, por fin empezaba a pensar que podría tomar un respiro.

      Habíamos rentado dos habitaciones en el Hotel Emporio, en una se encontraban mi esposa María de Jesús, mis hijas Caty y María, y mi hijo Ricardo; y en la otra, Andrés Manuel y yo. El hotel está frente al Palacio de Gobierno, así que por vez primera lo vi de manera diferente, pensé que ese lugar sería mi segunda casa por seis años, y desde ahí podría impulsar todos los proyectos e ideas que había estado pergeñando durante tanto tiempo, parecía que el sueño se convertiría en realidad.

      No puedo olvidar que en el hotel pasé las horas más angustiosas de todo el proceso electoral, pero al mismo tiempo las más excitantes y alentadoras: por un lado, conforme iban llegando las actas se iba confirmando que habíamos triunfado y, por el otro, la gente, muy entusiasmada, comenzaba a reunirse en la Plaza de Armas y a usar el claxon de sus vehículos expresando su apoyo por haber logrado una victoria que parecía imposible; nos habíamos enfrentado al régimen, y lo habíamos derrotado. La verdad fue que el carácter de AMLO, como dirigente político, defendió la voluntad popular de las zacatecanas y los zacatecanos, hecho que me vinculó políticamente con el movimiento que abanderó y dirigió.

      Andrés

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