Loca pasión. Mary Lyons

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Loca pasión - Mary Lyons Bianca

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en la que Matt la miró cuando apareció a las siete y media en punto, examinándola de arriba abajo, no pareció que él se sintiera muy decepcionado. Entonces, sin dejar de contemplar el pelo rubio platino que le caía a ella por los hombros, la escoltó hasta la limusina que les estaba esperando a la puerta del hotel.

      Con las mesas situadas alrededor de una maravillosa plataforma de mármol, el restaurante ciertamente hacía honor a su reputación como uno de los lugares de moda de Nueva York.

      Pero lo que nadie le había dicho a Samantha es que también era un lugar muy romántico, aunque probablemente aquel ambiente se debiera a que la tarde, por lo menos para ella, estuviera adquiriendo un halo de magia y encanto.

      Parecía imposible que, después de tantos años, ella y Matt hubieran sido capaces de conectar tan rápidamente, como si absolutamente nada hubiera cambiado entre ellos. Aunque aquella sensación debía de ser un espejismo, ya que todo había cambiado mucho desde entonces. Pero, precisamente por eso, ella iba a tener que ir con mucho cuidado.

      El hecho de que los dos se estuvieran riendo con las mismas cosas y disfrutando los cotilleos que circulaban sobre el mundo de los negocios no significaba demasiado. Lo que a ella le había dejado completamente sorprendida era que todavía lo encontrara tan tremendamente atractivo y sintiera un verdadero deseo de arrojarse en sus brazos, aunque era muy poco probable que él sintiera lo mismo.

      Desgraciadamente, Samantha no tenía ni idea de lo que Matt estaba pensando. Frío, tranquilo, y profundamente encantador, estaba claramente dispuesto a hacerle pasar una noche inolvidable. Pero, mientras le contaba cómo lo había contratado un banco de Norteamérica cuando trabajaba de profesor en Oxford y cómo se había unido a su actual empresa como Presidente, no daba ninguna señal de lo que sentía por ella o por su anterior relación.

      No era de extrañar que su relación hubiera acabado tristemente. Cualquier relación sentimental entre los estudiantes y sus profesores no había sido nunca bien considerada por las autoridades universitarias. En la actualidad, Samantha comprendía que Matt había actuado correctamente, tanto para proteger su posición académica como la futura carrera de ella.

      Sin embargo, a pesar de que ella se había sentido completamente desolada cuando él decidió terminar abruptamente su relación, no parecía que nada hubiera cambiado. Matt seguía siendo, para ella, el hombre más atractivo que ella había conocido.

      Samantha no estaba segura de si sería el vino, pero se sentía débil y con la mente aturdida. Fuera lo que fuera, tenía que serenarse, luchar por aclararse la mente. Desgraciadamente, le estaba resultando demasiado difícil. ¿Cómo podría ella intentar apartar los recuerdos de la cabeza cuando estaban tan cerca el uno del otro? Cada gesto, cada movimiento de Matt, cada vez que le rozaba el muslo con el suyo, hacía que le resultara a Samantha mucho más difícil olvidar las veces que fiera y apasionadamente habían hecho el amor.

      –Vale, Sam –dijo Matt, sacándola de sus pensamientos–. Ya he hablado yo bastante. ¿Qué has estado tú haciendo durante los últimos nueve años?

      –Bueno… –empezó ella, intentando olvidar el enorme atractivo sexual del hombre que tenía delante de ella–. He estado bastante ocupada. Ahora me encargo de administrar los fondos de pensiones de varias empresas y…

      –No es a eso a lo que me refería –le interrumpió él, con un gesto rápido de los dedos–. Me interesa mucho más tu vida privada. Por ejemplo, me he dado cuenta de que no hay mención de un marido en tu currículum…

      –Bueno… –repitió ella, mientras intentaba encontrar una respuesta.

      No quería decirle la verdad, ya que, con toda seguridad, él querría saber la verdad que se ocultaba tras la ruptura de aquel breve, pero desastroso matrimonio.

      Al acceder a casarse con el pintor Alan Gifford a pesar de seguir enamorada de Matt, Samantha había cometido la peor equivocación de su vida. ¿Cómo podría explicarle que ella había sabido que el matrimonio estaba sentenciado al fracaso incluso desde el momento que salían por la puerta de la iglesia? ¿Cómo podría explicarle que sólo lo había hecho para demostrarle a Matt que no sentía nada por él, y que incluso si él no la deseaba ni la encontraba atractiva, había muchos otros hombres que no opinaban lo mismo?

      No… aquello era demasiado vergonzoso. No podía contarle nada de aquello a Matt, y mucho menos en aquel maravilloso restaurante. Por eso, a pesar de que sabía que no contárselo podía acarrearle muchos problemas, Samantha respiró profundamente y dijo:

      –No… no estoy casada. Por supuesto he tenido algunas relaciones serias pero…

      –Sí, ya me lo imagino –respondió él lentamente, mirandola con intensidad el suave pelo rubio y los grandes ojos–. ¿Hay alguien importante en tu vida en estos momentos?

      –No… no –murmuró ella, dándose cuenta con amargura de que se estaba sonrojando–. ¿Y tú? –añadió ella, para evitar que la atención se concentrara en su vida.

      –Sigo soltero –le respondió Matt–. Aunque, por supuesto, he tenido algunas relaciones bastante serias durante los últimos años… –añadió. Samantha se dio cuenta de que no era inmune a los celos, que le atravesaron como agujas–. Y he tenido una relación bastante duradera durante los últimos tres años.

      –¿De veras? –murmuró ella, intentando parecer interesada en lo que él acababa de confesarle–. Tal vez deberías haberla invitado esta noche para que cenara con nosotros. En cualquier caso, la próxima vez que venga a Nueva York tienes que presentármela.

      –Bueno… no. Me temo que eso va a ser un poco difícil –replicó Matt, con un brillo divertido en los ojos–, porque esa relación ha acabado no hace mucho.

      –¡Vaya! Lo siento –le dijo ella, sorprendiéndose de lo fácil que le resultaba mentir–. ¿Por qué… por qué rompisteis?

      –Fue culpa mía –confesó Matt–. Cuando llegó el momento de hacer algún tipo de compromiso permanente, como el matrimonio, de repente me di cuenta de que no podía dar ese paso. Supongo –añadió tras una pequeña pausa–, que la pura verdad es que no deseaba pasar el resto de mi vida con esa mujer en particular. Así que eso fue todo –concluyó, encogiéndose de hombros–. Esa es mi historia.

      –Siento que no saliera bien.

      –No hay por qué sentir nada –le replicó él, con una ligera sonrisa–. Francamente, entre tú y yo, ¡me parece que me he librado de una buena! En cualquier caso, todo esto pertenece al pasado. De hecho, mi querida Sam, yo diría que es el presente y el futuro inmediato lo que me parece más prometedor. ¿No te parece?

      Samantha intentó tranquilizarse de nuevo mientras él pagaba la cuenta, aunque le estaba resultando más que difícil. Sabía perfectamente cuando un hombre se le estaba insinuando, pero tras haber pasado más de dos horas intentando ignorar la atracción que sentía por aquel hombre le había dejado agotada. Le resultaba muy difícil sumar dos y dos, y mucho menos podía adivinar lo que él tenía en mente para el resto de la noche.

      –Yo… yo no estoy segura de lo que quieres decir –musitó ella, cuando el camarero se marchó.

      –¡Venga ya, Sam! –exclamó él con una ligera sonrisa burlona–. Lo que quiero decir es que ya va siendo hora de que nos vayamos a mi apartamento, ¿no?

      Por fin Samantha empezó a comprender el mensaje, pero quería que él se lo dijera palabra por palabra. Después de todo, había sido

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