Miravalle. Cuentos y relatos de vida. Pablo Iván Galvis Díaz

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Miravalle. Cuentos y relatos de vida - Pablo Iván Galvis Díaz Ciencias Humanas

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los camuflados, y fueran apareciendo los sujetos, campesinos, llenos de pasión por la vida y por la generación de acciones pacíficas, una de ellas la escritura.

      No fue fácil la misión de abrir las experiencias de la guerra al mundo de las letras, pero fue la disponibilidad, el interés colectivo e individual, y las ganas de conocer el mundo los que permitieron, como en la metáfora de la llegada de la biblioteca al punto transitorio de las Farc, ir adentrándose gradualmente en la intimidad de sujetos con ansias de cambio y reconciliación. El primer encuentro con la guerrillerada1 fue frío, distante y sin mayores acuerdos. Se desarrolló en la escuela de Miravalle, a unos kilómetros del punto transitorio. El segundo se realizó en la recepción del ETCR con la intención de aclarar situaciones, tras lo cual se generó el primer encantamiento narrativo, los ojos bien abiertos y corazones palpitantes, que permitió la llegada de la biblioteca por la paz. El tercer encuentro, ya en el aula de aprendizaje, tuvo como ambiente unos diálogos en medio de cuentos, historias inconclusas, lecturas en voz alta, y un ambiente de apertura a lo nuevo, a lo mágico, en el que se desarrolló la creatividad.

      Ya en la cotidianidad de los espacios de lectura y escritura, aparecieron las narrativas farctásticas2 que permitieron el intercambio de realidades personales y colectivas, y ampliaron el horizonte a la aventura de la escritura creativa. Talleres que se realizaban tres veces por semana, con una duración de dos horas, y en los que aproximadamente treinta excombatientes participaron de la experiencia. Al final del proyecto, en torno del fogón o a orillas del río Pato, se presentaron los escritos a los excombatientes, en su forma original. Dos años me llevó la construcción de los relatos de vida, con la información básica que se había recogido en los talleres, llevando el relato a nuevas formas e interpretaciones a través de giros literarios y de ficción.

      Como fruto de estos nueve meses de talleres literarios (la metáfora de un parto es este libro, que inició con las distancias que puede generar el encuentro entre extraños), se crearon los cuentos colectivos que permitieron acortar las distancias y dieron paso a los registros de la cotidianidad del diario vivir. De esta manera, se rompió el hielo con la escritura de acrósticos, mitos y leyendas en medio de la guerra, y alcanzamos la profundidad de algunos relatos e historias de vida en los procesos permanentes, estables de lectura y escritura.

      Tiempo en el que los autores de mundos diversos y mágicos nos acompañaron en la fabulosa experiencia de buscar en los libros los aliados y amigos para la construcción de convivencia pacífica y espacios de reconocimiento y estima por el otro, sin importar los abismos ideológicos o de experiencias de vida en extremos opuestos. Autores de cuentos, novelas y crónicas que fueron creando la necesidad del encuentro diario con la lectura y el compromiso de dejar plasmadas las visiones del mundo personal y común de los excombatientes. Espacios y diálogos que posibilitaron unas relaciones cercanas y de confianza en torno a los procesos de una biblioteca por la paz.

      Quiero hacer también la salvedad de que el proceso de conocimiento de los excombatientes tuvo sus limitaciones propias. Lo comparo con una casa esquinera que solo deja ver un frente y que, al intentar darle la vuelta y conocerla en su totalidad, encontramos mil obstáculos, y se torna difícil, no por decisiones de los excombatientes, sino por las condiciones de desconfianza que imperaban en el primer año de implementación de los acuerdos. Y aunque la biblioteca por la paz en la metáfora propuesta pudo ingresar en esa casa y ver la sala, la cocina, los pasillos, nunca llegó a ver los cuartos, el solar, ni los áticos. Por ello, puede el libro estar limitado a una versión de los excombatientes, versión que constituye un subuniverso de la realidad de sus experiencias de vida.

      Luego de más de cincuenta años de guerra, y específicamente de veintitrés años de creación de la Columna Móvil Teófilo Forero (la más beligerante de las Farc), no fue sencilla la creación de lazos de confianza para asumir el reto de contar las verdades de la guerra, así fuera a través de cuentos. Pero los espacios de literatura, encuentros con la palabra escrita, narrada y contada, fueron abriendo las posibilidades, hasta llegar a la creación de cuentos cortos.

      Posteriormente, hice el trabajo de reconstrucción de esos primeros relatos y les di giros literarios y congruencia de sentidos. Cada narrativa la transformé en cuento y delimité un lugar, una vereda del Caguán, como territorio que se narra en la voz de cada excombatiente. Construí treinta cuentos cortos, de tal manera que, siendo fiel a la idea inicial, se pudiera tomar una distancia necesaria, y así delimitar nuevas historias con giros literarios y cierres que representaran la realidad de la vida rural en tiempos de posacuerdo de paz. Igualmente, me uní a la tarea de creación de cuentos como parte del proceso colectivo de memoria.

      También en estos dos años me di a la tarea de construir los relatos biográficos como elementos comunes en todos los escritores de estas historias, hacer de cada autobiografía un hecho común que muestre la realidad de los excombatientes como aquellos campesinos que vivieron una guerra de más de cincuenta años. Entendiendo los relatos de vida como fuentes multidimensionales que hablan de una experiencia que sobrepasa al sujeto que relata, para construir testimonios de excombatientes que, como evocación de la guerra, transmiten la dimensión subjetiva e interpretativa del sujeto, y como reflexión, contienen un análisis sobre la experiencia vivida (Zamudio Cárdenas et al., 1998, p. 84).

      Otro fin de los relatos de vida es dar sentido a la cotidianidad invisibilizada de las opciones en el mundo rural, de sus contradicciones, sobre todo, al ver la contraparte del relato literario, pues una es la vida en tiempos de la guerra y otra la escritura en los tiempos del posacuerdo de paz. Unos relatos que entre silencios, olvidos y efímeros recuerdos son testimonio de las vicisitudes a la hora de juzgar la presencia de hombres y mujeres en una de las antiguas columnas móviles de las Farc, quienes experimentaron la guerra y le apostaron a la paz. Estos relatos son expresiones subjetivas únicas, aunque ficcionadas, de la forma como los excombatientes definen culturalmente su mundo y, de este modo, arrojan información sobre la visión que este sujeto tiene de sí mismo, sobre su situación en la vida y la versión del mundo que tiene en un momento particular (Jimeno Santoyo, 2006).

      El trabajo de ilustración de los relatos y de los escritores los desarrollé como homenaje a los rostros que la memoria no olvida y para recrear esas historias de la selva, lo cual permitió que los paisajes caqueteños permearan el libro con sus maravillosas formas y sentidos. Igualmente, es una ventana que se abre en la posibilidad de que realmente la palabra sea su única arma. Hablo de campesinos, porque quienes participaron de los talleres de literatura fue la guerrillerada rasa, jóvenes que, sin rango mayor dentro del movimiento, delimitaron la experiencia más sutil de la reinserción.

      Como complemento de la construcción de los relatos de vida, como elemento subjetivo de la mirada de la guerra, realicé el trabajo visual de ilustrar los rostros, las posturas, desde el recuerdo, el anhelo o el impulso de quien desde la profundidad del compromiso por la paz, poco a poco, se hizo consciente de su rol en la implementación de los acuerdos. Por ello, no dejé solo a la palabra escrita la misión de dejar memoria, sino que di paso a que la ilustración de rostros, de performatividades, de miradas y de las manos, que una vez empuñaron un arma, y ahora toman un lápiz para escribir su experiencia del conflicto armado, hablaran en su propio lenguaje.

      Aclaro que, aunque me basé en algunas fotografías, fueron mis recuerdos, mis experiencias íntimas, mis deseos y mis impulsos los que me orientaron en la labor de pasar del relato de vida a la ilustración. En un primer momento, dibujados con sus camuflados, pues así fue como permanecieron durante todos los talleres de escritura en 2017. Pero el proceso me fue llevando a desdibujar a los combatientes y permitir la aparición de esos campesinos que con lápiz y papel desearon pasar la página de la guerra. Reconocer en los usuarios de la biblioteca (la mayoría jóvenes) unos rostros, cuerpos, que han pasado por la guerra y que a través del dibujo hacen conciencia de la dimensión afectiva en el proceso de construcción de la paz, más allá del trabajo literario y del relato de vida. Escribir, observar y dibujar la juventud de los excombatientes permite experimentar toda la fuerza y la pasión de esa primera edad.

      Por

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