The twittering machine . Richard Seymour
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Con todo, lo que produce la máquina de trinar es en realidad un neohíbrido. Se da a la voz una nueva encarnación escrita, pero es una corporeización masificada, que llega a estar asombrosamente despegada de cualquier individuo. Adquiere vida por sí misma: inmensa, impresionante, bromista, polifónica, caótica, demótica, a veces pavorosa. La sagrada música del canto de las aves se transforma, no en un coro, sino en el rugido de un organismo cibernético.
XII.
Dada esta masificación, es irónico que tanta charla a través de las redes sociales esté obsesionada con la liberación del individuo. Lo que hace la industria social es fragmentar a los individuos de maneras nuevas –cada uno es muchas empresas, cuentas, proyectos– y rutinariamente reagrupa las piezas como un nuevo colectivo transitorio: llamémoslo un enjambre, por razones de marketing.
La otra cara de la moneda de esta supuesta liberación del individuo es la idea de un «nuevo narcisismo», de palito de selfie, de mirarse el ombligo con cada actualización de estado. En verdad, siempre hay narcisismo y eso no es ningún pecado. Y si escribir tiene que ver con darse un segundo cuerpo, de algún modo, no se trata sino de narcisismo sublimado. Sin embargo, la estructura de caja de Skinner postula como su sujeto ideal al narcisista extremadamente frágil, alguien que necesita alimentarse constantemente de galletas de aprobación para no caer en la depresión.
La máquina de trinar invita a los usuarios a constituir nuevas identidades creativas para sí, pero lo hace sobre una premisa competitiva, empresarial. Puede empoderar a quienes han estado tradicionalmente marginados y oprimidos, pero también hace que producir y mantener esas identidades se vuelva para ellos imperativo, agotador y absorbente. Las plataformas de las redes sociales comprometen al individuo en una respuesta permanente y siempre en curso a los estímulos. El usuario nunca puede realmente retener o demorar una respuesta; todo tienen que suceder en este timeline, ahora mismo, antes de pasar al olvido.
Habitar en la industria social es estar en un estado de constante distracción, una fijación adictiva a mantenerse en contacto con ella, sabiendo qué está pasando y cómo participar. Pero también es para enlazar lo que el psicoanalista Louis Ormont llama «el ego observador» en un elaborado panóptico para que la autovigilancia se redoble muchas veces. Este aspecto es fundamental para la faz productiva de la industria social. En realidad, no es otra cosa que producción –de escritura interminable–, más eficiente en su forma de operar que un taller clandestino. Jonathan Beller, un teórico del cine, ha argumentado que con internet «mirar es trabajar». Sería más preciso decir que mirar y ser mirado es una irresistible incentivo para trabajar.
¿En qué estamos trabajando? En el trabajo de parto de una nueva nación. Así como el capitalismo impreso inventó la nación, para muchas personas la plataforma de su preferencia es también su país, su comunidad imaginada. Los sistemas educativos, los periódicos y las cadenas de televisión aún difieren del estado nacional. Pero, cuando los sociólogos describen la proliferación de los entornos vitales (los Lebenwelten de Husserl) online, se hace evidente que sus porosos contornos tienen muy poco que ver con las fronteras nacionales.
De manera que, si está naciendo un nuevo tipo de país, ¿qué clase de país será? Y, ¿por qué parece continuamente tan a punto de estallar?
[1] A lo largo del presente libro se utiliza indistintamente la forma «me gusta» en español y la forma like/likes en lengua inglesa [N. del ed.].
[2] Un sitio web de contenido «viral» especializado en vídeos e historias edificantes e inspiradoras.
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