De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López

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De la deconstrucción a la confección de lo humano - Oscar Nicasio Lagunes López

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humano cuya apariencia superficial presuma respeto y tolerancia, libertad y diversidad, autorrealización y gozo, pero que, en lo más hondo, siga infeliz; mas ello no importa, porque ese “más hondo” no se ve, sólo se siente, y se siente a diario, aunque sólo pocos se atrevan a reconocer cuando ese “más hondo” existente en cada uno vive insatisfecho y clama por la verdadera libertad.

      Ahora bien, por lo que toca a lo humano aludido en el título de esta obra nos referimos no a esa vastedad de mínimas diferencias existentes entre individuos, simplemente respetables y de naturaleza intrascendente, y que hacen que la vida sea para cada cual un conjunto de elecciones al gusto personal. Por el contrario, por lo humano de fondo en cada uno designamos a aquel conjunto de propiedades previas en cada cual que nos preceden incluso antes de irnos autoafirmando como personas conscientes y libres, y que nos asemejan a toda otra persona humana en capacidades y en dignidad. Nos referimos, pues, a todas esas cualidades de la persona sin las cuales no hay persona humana en cuanto tal y que, por lo mismo, son inmutables e imprescindibles para la auténtica realización personal.

      Por lo mismo, la gravedad de nuestra era estriba en el hecho de que la pretendida confección, que hoy se promueve para la persona humana, se dirige hacia esas cualidades, esenciales a la especie, que nos anteceden como potencias que se pondrán al servicio de la felicidad de cada uno. Más aún, dicha confección promete falsamente poder cambiar las cualidades esenciales de las personas, especialmente aquellas con las que una determinada persona se sienta inconforme o insatisfecha. El error o, peor aún, la mentira, detrás de todo ello consiste en hacer creer que los individuos vienen, por así decir, imperfectos por naturaleza y es posible erradicar para siempre de ellos aquello que hace que sus vidas se sientan miserables, aunque ello incluya hasta eliminar partes del propio cuerpo o alterar el sexo mismo con el que la persona viene determinada a este mundo.

      Ahora bien, a esa ingente cantidad de informaciones y promociones que difunden por doquier una mentalidad a favor de esta concepción del ser humano, la denominamos aquí ideología. El siglo XX se destacó por el perfeccionamiento de la propaganda y la publicidad, con el fin de imponer una mentalidad específica que congenie con los productos a ofrecer en el mercado del diseño humano global; la ideología de hoy en día se alza con aires de petulancia científica, pero atenta siempre contra el sentido común, con el que choca de continuo. El sentido común es entendido aquí, a partir de la tradición anglosajona, como ese cúmulo de experiencias recabadas por generaciones anteriores y por las experiencias de cada individuo, que se alista para cada cual como el trasfondo lleno de contenidos que se vuelve fundamento de cada nueva experiencia; es el respaldo que asistirá al individuo humano para sus rendimientos cognitivos y discursivos en la interacción social.

      Pues bien, justamente contra ese respaldo fundamentador que es el sentido común chocan continuamente los mensajes y propuestas de la actual ideología de género, ya que ésta pretende diluir, por ejemplo, lo natural-previo de la sexualidad en lo confeccional-posterior de la sociedad mediante una especie de solución ácida que agita continuamente —con afán de disolver— todos los productos de la cultura, especialmente aquellos que se consideran tradicionales y/o naturales, es decir, los que anteceden a la persona de manera previa a sus realizaciones más elevadas, como son el conocimiento y la acción libre. Para esta ola ideológica, el sexo es menos determinante que el género, ya que éste implica la decisión que la persona toma sobre lo que quiere ser en sociedad. En la gastada sentencia “hombre —o mujer— se hace, no se nace”, se omite, cometiendo garrafal error, que para las realizaciones posteriores del individuo le antecede una determinación que es irrenunciable: su sexo.

      Es verdad que en la citada sentencia se hace un subrayado de la libertad humana, condición que le permite a toda persona diseñar su existencia según su ingenio y arbitrio, pero jamás hay que olvidar que esa libertad es justamente humana, es decir, limitada. Y uno de los límites que de suyo trae la libertad humana es el sexo con y en el que el individuo se realizará a lo largo de su vida. Es verdad que hay una relación estrecha entre sexo, género y cultura, pero la hay en la medida en que esta última, precisamente porque advierte en el individuo su muy particular condición sexuada, lo reafirma como hombre o como mujer. Así pues, la tan fustigada cultura humana no hace otra cosa que reconocer lo que el individuo humano trae ya de manera previa. Hacer de ello una imposición o una falta a la libertad y dignidad del individuo nos parece claramente una exageración.

      De lo anterior se desprende la relación, artificial, que hallamos entre género y derechos humanos, ya que éstos son invocados en los debates, en la educación y en la legislación como las nuevas garantías que asisten al individuo en una pretendida sociedad civilizada, que supuestamente se ha desarrollado al grado de que ya no se conflictúa con estos asuntos. Creemos, pues, que aquí se revuelven y confunden muchas cuestiones. De entrada, porque se hace de las situaciones particulares de formación de las personas concretas la base para una legislación universal que se impone a las mayorías. En segundo lugar, porque se confunde el tema de la dignidad de la persona y el respeto que merece con aquel otro de los comportamientos que le están o no permitidos. Y, sin ánimo de ser exhaustivos, porque se cree de manera ingenua que atender este tipo de problemas sociales consistiría simplemente en ponerse del lado de las personas implicadas y, en una actitud paternalista o maternalista, consentir sin más sus acciones —desconociendo que por esa vía en realidad se les está confinando aún más al sufrimiento de una vida desgarrada.

      Todo lo anterior nos lleva a decir una palabra esclarecedora sobre lo que podría denominarse el espíritu de esta obra. La frase con la que iniciamos esta introducción viene aquí a colación, ya que, movidos por una sincera pasión por el ser humano, vemos con reiterada disconformidad lo que está aconteciendo en el mundo de la cultura y la sociedad actual. Para muchos, estos movimientos del pensamiento no son sino signos de que las cosas están cambiando para bien y mejor. Nada mejor que eso desearíamos también nosotros. Sin embargo, también vemos que, aprovechándose de dichos movimientos que tienen intenciones legítimas de mejoramiento de lo humano, los poderes globales se sirven al gusto, pero con intenciones diversas. Nada más triste e indignante que ser testigos de acciones de gobiernos de tercer mundo —nacionales, estatales y municipales— con serios problemas de pobreza e inseguridad, alistarse al lado de las campañas y propuestas de la ideología de género con la intención de redimirse públicamente y presentarse como gobiernos desarrollados, como cualquiera de los de primer mundo; nada más perturbador que ver el falso humanismo de las grandes firmas globales, difundir clientelarmente publicidad explícita a favor de asuntos de la ideología de género.

      Como se ha dicho recientemente,2 este tipo de costumbres globales en nuestro siglo debe, de entrada, generar indignación, entendida ésta como el imprescindible punto de arranque de un nuevo pensar lo humano, y de nuevas formas de vivir la humanidad, intentando siempre rescatarla de las consabidas manipulaciones, manipulaciones que hoy lucran con el sufrimiento ajeno. Y es justamente este sufrimiento el que respetamos, junto con la dignidad de la humanidad de cada uno. Nos sentimos, pues, en plena sintonía con la expresión y la intención de fondo del programa “una preocupación por la humanidad del hombre”,3 esto es, cuidar esa dimensión sagrada que habita a la persona humana y de la cual todos debemos encargarnos con verdadera pasión; en una palabra, buscar por todo medio el “perfeccionamiento ético, espiritual o antropológico”.4 Así pues, la verdadera melancolía, la humanamente productiva, surge de la perenne añoranza de un estado mejor para nuestras sociedades y de un talante mejor para nuestras vidas.

      Volviendo al tema del espíritu de esta obra, hemos de decir que desde una sincera pasión por el ser humano queremos, como profesionales de la investigación y la docencia universitaria, aportar lo propio al debate y al consecuente enriquecimiento que ello traerá. Abundan en los medios y en las redes las discusiones llenas de descartes mutuos y de ofensas. Nada más ajeno al espíritu de esta obra. Aquí, estamos convencidos de que toda provocación e insulto, toda intención oculta o fraudulenta, todo sentimiento de odio y violencia, son en extremo perniciosos para el discurso que debe procurarse en torno a estos temas. Ingresar juntos

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