La vida como centro: arte y educación ambiental. Ana Patricia Noguera de Echeverri

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La vida como centro: arte y educación ambiental - Ana Patricia Noguera de Echeverri страница 16

La vida como centro: arte y educación ambiental - Ana Patricia Noguera de Echeverri

Скачать книгу

o desea que existieran. Su utopía gira alrededor de la belleza y de la fabulación: “Sólo anhelo lo posible imposible, un mundo sin víctimas”.

      Puede ser un río, una gota de agua, una cascada o hasta el mar. Todo cabe en el poema sabiéndolo acomodar. O el viento y el pájaro en vuelos desprogramados. O la tierra aérea y simbólica. O la palpable y caminable de los días. La sembrada de vida o la dañada por los humos de la estupidez humana. En nuestro país, José Emilio Pacheco (que en paz descanse) es un estupendo ejemplo de la crítica contra la destrucción de la naturaleza, pero también de la capacidad de ella de pervivir y transformarse. Veamos:

       Apunte del natural

      Una rama de sauce sobrenada en el río,

      Huida por la corriente se encamina hacia el ávido mar.

      Al tocar el follaje el viento impulsa la navegación, la rama entonces se estremece y prosigue. En sus hojas se anuda una serpiente. En sus escamas arde la luz del sol, los rastros de la lluvia. Rama y serpiente se enlazaron para constituir una sola materia. Piel es la madera y la lengua un retoño afilado, venenoso. La serpiente ya no florecerá en la selva intocable. El árbol no lanzará contra las aves sus colmillos narcóticos. Ahora, vencidas, prueban la sal del mar en las aguas fluviales. Luego entran en el vórtice de espumas y llegan al Atlántico mientras la noche se propaga en el mundo. Serán por un momento islas, olas, mareas. Unidas llegarán al fondo del océano y ahí renacerán en la arena inviolable.

      “Todo lo que vemos –escribe Paul Cézanne– se dispersa, se volatiza. La naturaleza es siempre la misma, pero nada queda de ella, nada queda de los fenómenos que percibimos. Es nuestro arte lo que da duración a la naturaleza, a todos sus elementos y todos sus cambios”. Esa dispersión de la que habla Cézanne es el riesgo y obstáculo mayor que tiene el escritor contemporáneo. La concentración en un punto es necesaria para crear una obra. Las distracciones son su mal mayor dice Octavio Paz.

      Con respecto de nuestro preciso tema, Rainer María Rilke ilustra de manera poderosa. Escribe en sus Cartas a un joven poeta: “El creador debe de ser todo un universo para sí mismo, y encontrar todo en sí, y en el fragmento de la naturaleza al que se ha incorporado”. La poeta chilena Gabriela Mistral se concentra en imágenes y ritmos alrededor de un solo asunto: La cordillera de los Andes. Aquí fragmentos de ella:

       Cordillera

      ¡Cordillera de los Andes!

      Madre yacente y Madre que anda.

      Caminas, madre; sin rodillas,

      dura de ímpetu y confianza;

      con tus siete pueblos caminas

      en tus faldas acigüeñadas;

      caminas la noche y el día,

      desde mi Estrecho a Santa María

      y subes de las aguas últimas

      la cornamenta de Aconcagua.

      Pasas el valle de mis leches,

      amoratando la higuerada;

      cruzas el cíngulo de fuego.

      Viboreas de las señales

      del camino del Inca Huayna,

      veteada de ingenierías

      y tropeles de alpaca y llama,

      de la hebra del indio atónito

      y del ¡ay! de la quena mágica.

      Donde son valles, son dulzuras;

      donde repechas, das el ansia;

      donde azurea el altiplano

      es la anchura de la alabanza.

      Extendida como una amante

      y en los soles reverberada,

      punzas al indio y al venado

      con el jengibre y con la salvia;

      en las carnes vivas te oyes

      lento hormiguero, sorda vizcacha;

      oyes al puma ayuntamiento

      y a la nevera, despeñada,

      y te escuchas el propio amor

      en tumbo y tumbo de tu lava…

      Bajan de ti, bajan cantando,

      como de nupcias consumadas,

      tumbadores de las caobas

      y rompedor de araucarias.

      ¡Carne de piedra de la América,

      halalí de piedras rodadas,

      sueño de piedra que soñamos,

      piedras del mundo pastoreadas;

      enderezarse de las piedras

      para juntarse con sus almas!

      ¡En el cerco del valle de Elqui,

      bajo la luna de fantasma,

      no sabemos si somos hombres

      o somos peñas arrobadas!

      En “Vida y poesía” el filósofo alemán Wilhelm Dilthey expone ideas iluminadoras sobre el arte. Escribe: “Toda obra poética actualiza un determinado acaecer. Proyecta, por tanto, ante nosotros, la simple apariencia de un algo real, por medio de las palabras y sus combinaciones. Debe pues, emplear todos los medios del lenguaje para producir impresión e ilusión y en este modo artístico de tratar el lenguaje reside uno de los primeros y más importantes valores estéticos de la obra poética […] El genio artístico de las más grandes poetas consiste precisamente en presentar el acaecimiento de tal modo que resplandezca en él la trabazón misma de la vida y su sentido”. Estas palabras geniales de Dilthey bien se pueden aplicar al siguiente poema clásico (referencial e instaurador) del gran escritor francés Charles Baudelaire (1821-1867). Se titula “Correspondencias”. En él presenta a la sinestesia no como un recurso literario externo sino como una necesidad para integrar el cosmos, lo humano incluido. Y en el centro de todo la naturaleza. Donde todos sus elementos están y aparecen –por la gracia del poema– íntimamente relacionados.

       Correspondencias

      La Naturaleza es un templo donde a los pilares vivientes

      Se les escapan a veces confusos susurros;

      El hombre va atravesando bosques de símbolos

      Que lo observan familiar mirada.

      Como largos ecos que a lo lejos se confunden

Скачать книгу