Los años setenta de la gente común. Sebastián Carassai
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Índice
Sebastián Carassai
LOS AÑOS SETENTA DE LA GENTE COMÚN
La naturalización de la violencia
Carassai, Sebastián
Los años setenta de la gente común.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2021.
Libro digital, EPUB.- (Hacer historia)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-801-051-9
1. Historia Política Argentina. 2. Violencia. 3. Memoria.
CDD 320.982
© 2013, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de portada: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: marzo de 2021
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-051-9
He tenido sumo cuidado de no burlarme de los actos humanos, ni lamentarme o maldecirlos, sino comprenderlos. Los sentimientos amorosos, por ejemplo, odio, cólera, envidia, gloria, misericordia y restantes movimientos del ánimo, no los he considerado vicios de la naturaleza humana, sino propiedades semejantes al calor, al frío, al mal tiempo, al rayo y otras que son manifestaciones de la naturaleza de la atmósfera. Por muy desagradables que estas cosas sean, son, sin embargo, necesarias y tienen causas ciertas por las cuales tratamos de comprobar su naturaleza.
Baruch Spinoza
Introducción
“Nuestra clase media es un gag. Por eso nos reímos de ella […] Si no hay complacencia para nosotros mismos, tampoco puede haber piedad para la clase media argentina, para nuestra clase”, escribió David Viñas en 1972, en el prólogo a una obra de teatro crítica de la familia de clase media argentina.[1] La sentencia de Viñas no era una frase escrita al pasar. Condensaba un juicio peyorativo sobre la clase media que, comenzado a mediados de los años cincuenta, mantenía todo su vigor tres lustros más tarde entre intelectuales, artistas, el periodismo progresista y la juventud comprometida políticamente. Durante la primera mitad de la década de los setenta, un amplio sector de la intelligentsia argentina, especialmente en su metrópoli, dedicó páginas en los periódicos y en las revistas, obras de teatro y producciones cinematográficas a cuestionar a la clase media.
El mismo año en que Viñas escribió la frase citada, el periodista Tomás Eloy Martínez publicó en el diario La Opinión una serie de artículos titulada “La ideología de la clase media”.[2] Llegada al país desde Europa a finales del siglo XIX con ánimo de regresar más que de quedarse, en un primer momento la clase media argentina –según Martínez– no encontró problemas en someterse a los gobernantes, e incluso permanecer indiferente ante el fraude electoral. Décadas después, obsesionada por el consumo y sin otro horizonte que el de conseguir el automóvil y la casa que envidiarían sus vecinos, conquistó las características que la definían entonces: resistencia al cambio, temor a perder la comodidad, desconfianza ante cualquier comunitarismo, disposición a aceptar los líderes que le imponían, adscripción a los valores difundidos por los grandes diarios, renuencia a discutir la historia, represión sexual y culto a la apariencia. En su desesperación por ser aceptada, la clase media –también según Martínez– adhería a los intereses de las clases dominantes, imitaba sus costumbres y plagiaba su indumentaria y sus comidas. En resumen, la clase media argentina era, para esta visión, una criatura sin ideología.
Por esta misma cualidad, sin embargo, en el contexto de los agitados primeros años setenta la clase media constituyó un botín que disputar. Porque si, a diferencia de lo que sucedía con la clase obrera, a la clase media se la criticaba sin contemplaciones, en contraste con el tratamiento que recibían las elites económicas o militares, no se la juzgaba irrecuperable. Los dardos que se lanzaban contra ella a menudo asumían la forma de medicinas para un enfermo. Si a pesar de ser un gag era un deber criticarla impiadosamente, como escribió Viñas, no era porque fuera un sector social del que ya nada podía esperarse. La denuncia acerca de sus vicios solía ir acompañada por una apuesta, tácita o explícita, a su transformación.
En el cine y en el teatro hubo claras expresiones de esa apuesta. En Las venganzas de Beto Sánchez (1973) –película dirigida por Héctor Olivera, con libro de Ricardo Talesnik– un joven de clase media decide vengarse, revólver en mano, de una serie de personas a las que considera responsables de su propio fracaso: la maestra que lo educó convencionalmente, el sacerdote que le inculcó tabúes, la novia que reprimió sus instintos sexuales, el militar que lo humilló en la conscripción, el jefe de su oficina que lo condenó a la rutina y el amigo que le enseñó a codiciar estatus. A la vez que mostraba el callejón sin salida al que conducía esa reacción individual, el film buscaba sublevar al espectador. “Beto Sánchez se esfuerza por individualizar al culpable”, escribió un crítico de la película, “hasta que comprende que el verdadero responsable no es una persona, ni varias, sino ese mecanismo inaprehensible que se denomina Sistema”.[3] Las frustraciones de la clase media no debían empujar a sus miembros a rebeliones individualistas, sino al cuestionamiento del orden establecido.
Tal vez no haya ejemplo más claro de esta misión pedagógica que la obra teatral titulada Historia tendenciosa de la clase media argentina, de los extraños sucesos en que se vieron envueltos algunos hombres públicos, su completa dilucidación y otras escandalosas revelaciones, de Ricardo Monti.[4] Escrita en 1970 y estrenada al año siguiente, Historia tendenciosa… parodiaba el comportamiento de la clase media argentina desde Marcelo T. de Alvear, en la década del veinte, hasta los albores de la década del setenta. La crítica combinaba castigo y apuesta al cambio. Aunque la clase media resultaba culpable (cobarde, complaciente, mezquina y racista), la obra apelaba a su conciencia: la enfrentaba con aquello que, según se asumía, constituían sus miserias. Aspiraba, además, a cambiar su actitud, incitándola a dejar de inclinar la balanza de la historia en beneficio del imperialismo y la oligarquía, ambos alegorizados en la obra. Al terminar la trama propiamente dicha, los actores se negaban a abandonar el escenario, se resistían a que todo concluyera igual que siempre, y se preguntaban si no habría alguna otra respuesta que no fuera reiterar su histórico comportamiento servil. Entretanto, detrás de ellos se producía el nacimiento de un nuevo ser, la Criatura, “un joven bello y blanco, hermoseado por una luz pura”–según escribió un crítico–, que se levantaba lentamente, metralleta en mano. La Criatura era “la alegoría de lo posible, la posible respuesta”, la vía armada como solución.[5]
Este llamado –que aspiraba simultáneamente a cuestionar e interpelar a la clase media, a criticarla y enseñarle por dónde pasaba la historia– vale como apropiada introducción para el presente libro, cuyo tema es el enorme público que desestimó o ignoró esa apelación. Estudio aquí a las clases medias no involucradas de manera directa en la lucha