Las extremas derechas en Europa. Jean-Yves Camus

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Las extremas derechas en Europa - Jean-Yves Camus Mayor

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de Bruselas. Durante los escarceos políticos de ambas formaciones, Vox llegó a asegurar que había logrado que Salvini dejara de apoyar el proceso de independencia de Cataluña, una afirmación que el líder italiano dejó que circulara hasta que su proyecto de toma de las instituciones europeas fracasara en los comicios europeos de mayo de 2019.

      Este problema se repite con los nacionalistas flamencos con los que Vox comparte espacio en el Grupo Parlamentario de Conservadores y Reformistas Europeos. La Nueva Alianza Flamenca (N-VA) es quizás el máximo apoyo de Carles Puigdemont y los soberanistas catalanes en Europa. El partido belga de extrema derecha es el que ha dado soporte durante estos años al expresidente de la Generalitat de Cataluña a través de sus líderes Theo Francken y Bart de Wever. El choque de identidades quedó patente en marzo de 2019, tras la comparecencia de Javier Ortega Smith en la Eurocámara invitado por Kosma Zlotowski, del partido polaco Ley y Justicia, en la que tuvo un durísimo enfrentamiento con Mark Demesmaeker, europarlamentario belga del N-VA. A pesar de las líneas discursivas incompatibles de Vox y N-VA, tras las mencionadas elecciones europeas ambos partidos comparten grupo, por lo que la formación de la derecha radical española aseveró que entraban en el grupo de los conservadores y reformistas debido a que los nacionalistas flamencos renunciaban a dar soporte a los independentistas catalanes. Una afirmación que se mostró falsa tras la toma de posesión del acta de eurodiputado de Carles Puigdemont y Toni Comín, que fueron acompañados en todo momento por los diputados de la Nueva Alianza Flamenca como cicerones.

      Estas profundas diferencias, enraizadas de forma troncal en los sentimientos nacionalistas contradictorios de todas estas formaciones de extrema derecha, impiden establecer con trazo grueso una equiparación entre los movimientos posfascistas europeos. Las similitudes son menos que las diferencias, pero eso no impide plantear líneas discursivas, estrategias de actuación y una cultura política asimilable que ayude a comprender la realidad de la extrema derecha en Europa. Entonces, es indispensable contar con una brújula con la que orientarse en el complejo mapa de la derecha radical. El trabajo que nos presentan Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg satisface con creces esta necesidad.

       Cómo nacen las extremas derechas

      «Extrema derecha»: el término ha ilustrado el comentario y el análisis de la actualidad política francesa desde el ascenso electoral del Front National [Frente Nacional] a mediados de los años ochenta y se nos ha vuelto familiar por hechos acontecidos en el extranjero, tan disímiles como la entrada en el gobierno austríaco (2000) del Freiheitliche Partei Österreichs (FPÖ), dirigido por Jörg Haider, las revueltas raciales de Burnley, Bradford y Oldham en el Reino Unido (2001) o los atentados cometidos por Anders Behring Breivik en Noruega (2011). La ambigüedad fundamental del término reside en que generalmente los adversarios políticos de la «extrema derecha» lo utilizan como término descalificador, incluso estigmatizante, que apunta a remitir y reducir todas las formas de nacionalismo partidario a las experiencias históricas del fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán y sus más o menos cercanas declinaciones nacionales de la primera mitad del siglo XX. La etiqueta «extrema derecha» casi nunca es asumida por las personas a quienes se les adjudica (1) y prefieren autodesignarse con denominaciones tales como «movimiento nacional» o «derecha nacional».

      Sin embargo, la literatura científica coincide en validar la existencia de una familia de partidos de extrema derecha. Cierto es que creer en la universalidad de los valores democráticos no necesariamente equivale a pensar que la división derecha-izquierda es atemporal o universal. Por un lado, «extrema derecha» sigue siendo, en lo esencial, una categoría de análisis adaptada al marco político europeo occidental: en rigor, puede atribuirse al One Nation Party australiano, a algunos grupos estadounidenses marginales (el American Party) e incluso a las formaciones sudafricanas nostálgicas del apartheid (Vryheidsfront, Herstigte Nasionale Party), pero no a las diversas dictaduras «caudillistas» reaccionarias y clericales de América Latina (el Chile de Pinochet, la Argentina de Videla). Por otro lado, «extrema derecha» no termina de dar cuenta de la situación específica de las nuevas democracias de Europa central y oriental, donde prosperan partidos nacionalistas, populistas y xenófobos, como el Samobroona polaco, el LNNK letón (Alianza por la Patria y la Libertad) o el SRS (Partido Radical Serbio), que se vinculan, más que con las formaciones de extrema derecha occidentales, con las corrientes nacionalistas etnicistas autoritarias, que en los primeros treinta años del siglo XX acompañaron la llegada de dichos países a la independencia. Por lo tanto, para comprender la extrema derecha actual europea, es preciso comenzar por la historia en Francia. A partir de allí, podremos elaborar una teoría general de la extrema derecha.

      En la Asamblea Constituyente —denominación que adoptan los Estados Generales a partir del 9 de julio de 1789—, nacen los primeros partidos políticos. En ese entonces, la organización espacial de la sala de reuniones ubica a la derecha del presidente a los aristócratas («Negros»), es decir, a los partidarios del Antiguo Régimen que rechazan totalmente la Revolución. Después, de derecha a izquierda, se coloca a los monárquicos, que son partidarios de la monarquía parlamentaria bicameral a la inglesa; luego, a los patriotas o los constitucionales, que buscan reducir al mínimo los poderes del rey y desean una Cámara única, y, por último, en el extremo izquierdo, a los demócratas, partidarios del sufragio universal.

      Esta distribución en la Salle du Manège del castillo de las Tullerías en París parece datar del 11 de septiembre de 1789, cuando los partidarios del derecho a veto del rey se colocan a la derecha del presidente y los opositores al veto, a su izquierda. La fracción ubicada más a la derecha, que se encuentra por fuera de la Asamblea en el Salón Francés, es liderada por el vizconde de Mirabeau, llamado Mirabeau-Tonneau (hermano de Honoré Gabriel de Mirabeau), el oficial de Cazalès y el abad Maury. Esta fracción abandona rápidamente los debates. Ya a fines de 1789, alrededor de doscientos de sus miembros, en su mayoría nobles, han emigrado, mientras que otros 194 se han retirado a sus tierras. A lo largo de la Revolución francesa, durante el Consulado y el Imperio, principalmente en la emigración, durante la Restauración y la Monarquía de Julio, y por último durante el Segundo Imperio, el campo contrarrevolucionario, muy heteróclito, encarna aquello que prefigura a la extrema derecha. Pero, aunque las palabras y las ideas ya están ahí, su difusión es un tema aparte... Porque, si bien ya a comienzos del siglo XIX las calificaciones políticas están dispuestas (extrema derecha, derecha, etcétera), no es sino hasta la Primera Guerra Mundial cuando los ciudadanos se clasifican a sí mismos en el eje derecha-izquierda: los posicionamientos políticos todavía se corresponden sobre todo con la vida parlamentaria.(2)

      Las primeras menciones taxonómicas que se encuentran no son poco interesantes. Durante el reinado de Carlos X (1824-1830), un libelo presenta al «hombre de extrema derecha»: hostil tanto al estado de cosas como a las elites instaladas, escéptico, adepto a la tabula rasa para restablecer el orden, desconfiado de los políticos, pero elogioso de la acción y la fuerza, temeroso de una revolución por venir. (3) Hay allí un carácter antes que una ortodoxia, pero aquella pista no es inexacta, y al menos ese retrato es coherente. Los actuales herederos de aquellos contrarrevolucionarios son los legitimistas, ese pequeño ámbito realista que se identifica con la rama española de los Borbones, al igual que el catolicismo integrista, como por ejemplo el de los discípulos de monseñor Marcel Lefebvre. Los doctrinarios de la Contrarrevolución tienen una mirada del mundo de naturaleza político-teológica que descansa en una noción de orden (Joseph de Maistre, Louis de Bonald, Antoine de Rivarol, entre los más conocidos). Para ellos, el orden natural, tal como lo define el catolicismo, impone un modo de gobierno —la monarquía— y de organización social que asigna a cada «orden», precisamente, una función establecida e inmutable. Son franceses, pero el nacionalismo, tal como comienza a entenderse a partir de la década de 1870, no es la piedra angular de sus ideas. Además, tienen una deuda intelectual con el inglés Edmund Burke,

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