¿Por qué ser médico hoy?. Autores Varios

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¿Por qué ser médico hoy? - Autores Varios

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tercera posible respuesta describe la responsabilidad del médico, al tener en sus manos la vida de otras personas, definición paradigmática del cirujano, anestesista o intensivista. Pero, acaso, ¿un ingeniero que diseña un puente, un arquitecto que calcula el soporte para un balcón, un chofer de transporte público o un piloto de avión no confrontan responsabilidades similares? Otra alternativa es considerar la medicina como una fuente de ingresos, un trabajo. Y es bueno que esto sea así, dado que el médico es un trabajador, por cierto especializado, dentro del equipo de salud. Obviamente, ésta tampoco es una característica exclusiva de la profesión. Desde la mirada de Florencio Sánchez (M’ hijo el dotor), la medicina es un facilitador del ascenso social, por el prestigio y respeto que la actividad inspira. O mejor debería decir inspiraba, ya que la realidad actual del ejercicio profesional, al menos en nuestro país, hace de esa pieza teatral un documento histórico que, como tal, remite al pasado. En todo caso, tanto en lo económico como en lo relativo al ascenso social son muchas las actividades mejor recompensadas que la medicina.

      Ser médico hoy implica, al menos en nuestro país, además de todo lo descripto, saber que la práctica de la medicina se inscribe en una atmósfera poco amigable, cuando no hostil. El médico de hospital es la cara visible de un sistema ineficiente, expulsivo y poco amigable para el supuesto beneficiario, el otro que padece. El médico de prepaga u obra social, obligado a trabajar a destajo por la degradante remuneración que recibe, con contadísimas excepciones, es el rostro de una institución que aumenta sus cuotas y/o restringe servicios al supuesto beneficiario.

      El libro que tengo el honor de prologar nos ofrece un variado mosaico de puntos de vista que procuran responder esta desafiante pregunta: ¿por qué ser médico hoy?

      Alberto Agrest le escribe a algún interlocutor imaginario que desee ser médico que “acertaría si aprende a amar lo que hace y se frustraría si sólo desea hacer lo que ama”. También nos recuerda el progresivo abandono del estado de sus responsabilidades, en manos inescrupulosas que usan a la salud como un campo para sus negocios, en ocasiones más cercanos al código penal que al juramento hipocrático. Y, en pocas palabras describe, con la claridad de los maestros: “Hoy la medicina asistencial es una industria que produce recursos para combatir enfermedades pero, sobre todo, riesgos y los vende como seguros de salud. Los médicos hemos pasado a ser concesionarios de esa industria”.

      El decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, Prof. Alfredo Buzzi, ofrece una prolija descripción del camino que deberá recorrer el estudiante interesado en aprender y ejercer esta profesión, desde el Ciclo Básico Común hasta la culminación de la Residencia, en un relato que nos permite entender por qué la universidad pública en general –y la Universidad de Buenos Aires en particular– sigue siendo el sitio de excelencia para la formación médica en nuestro país.

      El cambio en las condiciones de ejercicio de la medicina, la deformante sobrevaloración de la tecnología como “elixir mágico” y las consecuencias de la mercantilización de la profesión son discutidos por el Dr. José María Ceriani Cernadas, quien nos advierte sobre el creciente fenómeno de insatisfacción que ya es objeto de estudio en diferentes países, como resultado de la “pérdida progresiva de nuestra dignidad como profesionales, la profunda alteración en la relación médico-paciente”; derivación directa de esto es, a su entender, el empeoramiento paulatino en el cuidado de la salud de la población.

      El Dr. Carlos Gherardi describe cómo se deshumaniza el médico, al hacerse experto en interpretar estudios complementarios, sin conocer la biografía de quien presta su cuerpo para su obtención, hecho que desemboca en una incapacidad para interpretar su significado en relación con el paciente. Esta deshumanización opaca la figura del médico. Sin embargo, no lo releva de la responsabilidad profesional que la tarea implica. Por ello, Gherardi nos convoca a “trabajar por un nuevo perfil de médico y recrear la confianza de la sociedad en las personas que manejan este avance incontenible”, avisándonos que “resultará una empresa difícil pero imprescindible. Por lo menos quien desee hoy ser médico y afrontar la responsabilidad de la atención de los pacientes deberá también trabajar para reconstituir la confianza de la sociedad en esta noble profesión que debe ser reconocida como un proyecto moral”.

      En un sentido similar, el Dr. Arnoldo Kraus nos convoca a recuperar la escucha, como base para volver al diálogo fecundo entre paciente y médico. Y nos dice: “La clínica y lo que ahí sucede, es decir, la cara que mira y las manos que palpan, sigue siendo la parte medular, no sólo de la escuela, sino de la vida de la medicina. La clínica es la morada obligada a la cual deben siempre recurrir los doctores; es el instrumento que le permite al galeno entender lo que dice el enfermo. En ese espacio, la tecnología no irrumpe ni manda”.

      A su vez, el Dr. Enrique Graue Wiechers de la Universidad Autónoma de México describe la tarea del médico centrada en confrontar con la muerte y que, para cuando ésta llegue, “lo haga silenciosa y prudentemente; sin agobios ni dolor”. Lejos de limitar su responsabilidad a esta trascendente cuestión, el autor subraya la necesidad de abordarla con un fuerte compromiso social. Así, influir positivamente en la sociedad parece ser parte del compromiso del médico.

      Francisco Maglio, mi maestro, describe la relación médico-paciente como la de dos “cosufrientes” encerrados en un triángulo cuyos lados son el modelo médico hegemónico, la medicalización y la formación enfática. Nos convoca a comprender al paciente desde el paciente, ya que en esta relación no hay una sola racionalidad, la médica, sino también la del paciente, igualmente válida. Y como si esto no representara suficiente desafío nos convoca al afecto, recordándonos que “el paciente necesita ser querido”, pero además nos advierte que debemos hacerlo sin perder la objetividad: “Se trata de estar con el paciente sin ser el paciente”. Veracidad, integridad, ecuanimidad, respeto, privilegio de la confidencialidad, autonomía y privacidad forman parte del listado de cualidades exigibles al médico de hoy y de siempre, según Maglio. Al igual que Arnoldo Kraus, subraya la importancia de la escucha. Y como complemento imprescindible, saber confortar y acompañar para estar, como Hipócrates, no al lado, sino del lado del paciente.

      El Prof. Leonardo Palacios, de Colombia, señala que los profesores debemos actuar como mediadores en el encuentro alumno-conocimiento, orientar y guiar la actividad, proporcionando ayuda pedagógica, procurando incrementar las competencias del alumno, su comprensión y actuación autónoma. Tras describir algunos de los dilemas éticos que nos plantea el avance científico-técnico, el autor nos plantea el interrogante acerca de si aún vale la pena elegir la profesión médica. Y de inmediato nos entrega valiosos argumentos para considerar, llegando a la conclusión de que “estudiar medicina en el siglo XXI es una apasionante decisión”.

      La Dra. Zulma Ortiz, desde su particular visión de epidemióloga nos relata el desafío que implica “escribir sobre la profesión y tal vez sobre las razones para no ser médico”, y nos propone reflexionar sobre tres conceptos: se es médico para toda la vida, la medicina no es inocua (el clásico primum non nocere) y finalmente, los actos médicos son una expresión de hegemonía.

      Los tres remiten al imaginario colectivo: el médico sabe siempre sin importar su especialización; el médico debe acertar siempre; y como consecuencia su palabra es siempre verdadera. A partir de estos tres planteos, la autora nos invita a pensar acerca de si ¿se puede ser médico/a sin asistir pacientes? Invito al lector ansioso por conocer la respuesta a abandonar este prólogo y sumergirse directamente en el capítulo de la Dra. Ortiz. El manejo del error en medicina, su potencial rol docente y sus implicancias legales son analizados desde la mejor perspectiva: la bioética y dos de sus principios esenciales: la beneficencia y la no maleficencia. Para hacerlo, se apoya en Michel Foucault para describir lo que este considera como un poder-saber, es decir, “un saber al servicio del poder, un poder que se vale de saberes concebidos como verdaderos e incuestionables”. Su contratara, la medicalización de la vida social, cierra este valioso capítulo, no sin antes incluir los otros elementos esenciales de la bioética, esto es los principios de autonomía y de justicia.

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