Boca diminuta. [Víctor Roura
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No me morí: aquí estoy,
mirando cómo soy
sin tus palabras hoy.
•
Dime si no piensas en las querencias
que se consumen en doce semanas,
en los amores muertos bajo sábanas
de fino tejido: las inocencias
se deforman con los besos insanos
y el estruendo de los decires vanos.
•
De espaldas, con tus labios en la almohada,
mi boca se satura de redondas
fragancias, alteraciones orondas
de etérea piel y olorosa carnada.
•
Mis pesares aún no se marchitan;
muy adentro mío los labios gritan
—en vano— enmudecidos: ¡no te tengo!
¡Cómo olvido que a ti no voy ni vengo!
•
Las tardes a veces son tristes
no sé si porque estás ausente
o porque la vida luego arde
gratuitamente, inútilmente.
•
Miro tu cuerpo sinuoso de espaldas:
una antigua cascada de ansias breves
me remite a lujuriosas moradas
de incandescencias grotescas y leves.
¿Por qué han de callarme tus grandes ojos
si en tu muda boca caigo de hinojos?
•
Me aíslo en las letras calladas:
d de durmiente despoblado,
v de violento viento alado,
c de cadenciosas vaharadas.
¿Por qué el silencio me atormenta,
por qué una boca muda tienta?
¿Por qué callo ante tu presagio,
por qué todo me sabe a plagio?
Me guardo en las calladas letras:
venas abiertas, danzas muertas.
•
Te desnudo con la luna apagada
para buscar, lento, bajo las sábanas
tu boca, tu pecho, tu luz, tu ombligo
y una certeza cuyo nombre olvido.
VIII. Y pensar que decía
Y pensar que decía que a ti nadie
te iba a querer como yo te quería.
Ahí están las palabras ahora muertas,
en el olvido, prendidas de un árbol
seco, sin vida, con cientos de letras
en su tronco de amantes sigilosos,
que un día creyeron que no moría
su candor eterno, vana ilusión
de los enamorados del momento.
Y pensar que a ti nadie, yo decía,
te iba a querer como yo te quería.
IX. Corazones alados
Soy esquivo, no moro
en cuerpos. Enamoro
con cánticos fallidos,
banales estallidos
de goces simulados.
Corazones alados
que se van como vienen,
que vienen como van:
pernoctan y se van,
despiertan y no vienen.
X. De ásperos brazos
No hay nada como
caminar en
la cuerda floja
sin red y la
filosa Muerte
debajo —tétrica,
de ásperos brazos—,
contando el tiempo,
paciente —eterna—,
para cerrar
las puertas del
circo fatídico
que es nuestra vida.
XI. Febriles ansias corporales
Si digo que yo he errado en los cultivos
del amor, ¿son acaso los altivos
goznes de la inquietante percepción
animal las culpas de mi pasión?
Y paso a enumerar los lacerantes
adjetivos endilgados —danzantes
fugas mal sincronizadas, epítetos
con sorna digeridos en cuartetos
herrumbrosos, alicaídos, débiles—
a mis impudorosas y febriles
ansias nutricionales corporales:
ego