Sociedad, cultura y esfera civil. Liliana Martínez Pérez

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último integró tanto la teoría del performance cultural de Alexander como los elementos estructurales y pragmáticos que habían constituido el foco del análisis del programa fuerte en la década inmediatamente previa.

      Desde entonces, cada instancia de la vida social fue abordada por los investigadores del programa fuerte como un performance cultural en el que las estructuras sociales y culturales, por un lado y, la acción, por el otro, se articularían para coordinar a los participantes en cada proceso de interacción en torno a un horizonte común de interpretación y cursos específicos de acción. Cuando esos elementos se fusionan, el performance alcanza un carácter muy parecido al del ritual y el sentido logrará imbuir más poderosamente a las estructuras en juego en la vida social. Esto, a su vez, reproducirá el estado de encantamiento que Durkheim y muchos antropólogos han encontrado repetidamente en las comunidades tradicionales. Cuando, al contrario, los elementos que concurren en una interacción social no consiguen fusionarse, el performance cultural se diluye y progresivamente surge una brecha entre la vida social y los sentidos que se le asignan. En estas circunstancias, la cultura disipará parte de la sutil influencia que puede ejercer sobre la vida social.

      A través de su giro performativo, el programa fuerte en sociología cultural se estableció como programa neodurkheimiano, generalizando, para las sociedades modernas, la perspectiva de la sociedad como representación que Durkheim planteaba en Las formas elementales de la vida religiosa. De acuerdo a este último, la sociedad como representación social se encarna en la vida de las personas mediante los procesos rituales. Sin embargo, en los escenarios de interacción a los cuales él se refirió, los participantes eran relativamente homogéneos e ingresaban al ritual de manera relativamente entregada, lo que permitía que experimentaran en plenitud el sentido que el ritual buscaba transmitir. En las sociedades modernas, en cambio, la diferenciación estructural y la reflexividad provocan que esa plenitud del sentido no sea el punto de partida sino el de llegada del performance (Smith y Alexander, 2005). Los participantes en los diferentes escenarios rituales de la vida social moderna no ingresan convencidos del sentido que esos rituales buscan establecer en relación con esas interacciones. Al contrario, es necesario que el performance los convenza, y esto se da, según Alexander, cuando los elementos de este último —libretos, actores, audiencias, representaciones colectivas de trasfondo, puesta en escena, medios de producción simbólica y poder social— se fusionan coherentemente proyectando así un efecto de autenticidad. Cuando esto se da, el performance alcanza el estatus de ritual. De este modo, la mirada durkheimiana acerca del ritual termina identificando un caso particular en el marco de una teoría más general que busca explicar, tanto para sociedades modernas como para contextos tradicionales, la forma en la que la sociedad alcanza a cristalizarse como representación mediante procesos rituales de interacción.

      A finales de la primera década del presente siglo, el programa fuerte en sociología cultural experimentó un giro icónico que le permitió recuperar la materialidad como foco de la reflexión sociológica (Alexander, Bartmański y Giesen, 2012). Después de Durkheim y su reflexión sobre el tótem, a lo largo del siglo XX la sociología paulatinamente fue perdiendo la atención en los objetos como portadores de sentido. Con frecuencia, a la luz de la dinámica capitalista, los teóricos sociales asumieron que los objetos quedarían sin sentido, limitándose a su mera función utilitaria y racional. Mediante su giro icónico, el programa fuerte pudo mostrar de qué manera y bajo cuáles circunstancias los objetos ejercen poder icónico logrando que su superficie estética entre en resonancia (performativa) con la cultura de sus contextos.

      Los objetos se transforman en íconos cuando poseen fuerza material y poder simbólico. Los actores adquieren conciencia icónica cuando experimentan los objetos materiales en términos cognitivos y morales y los sienten como una fuerza estética y sensitiva. Los íconos pueden ser vistos como condensaciones simbólicas de sentido social que están cristalizadas de forma material, lo que permite que las abstracciones morales que se encuentran tras de ellas se hagan visibles por vía de elementos estéticos, lo que da lugar a formas específicas de cognición y clasificación del mundo social. El sentido icónico emerge, sugiere Alexander (2010), a través de algo hermoso, sublime y feo, incluso en la vida material banal. La conciencia icónica aparece cuando una forma estética material adquiere un valor social. No obstante, el contacto con la superficie estética no es comunicacional en un sentido convencional, está más relacionado con la experiencia y las emociones. Para ser icónicamente conscientes es necesario entender sin conocer; en otras palabras, entender por vía de las emociones o por la “evidencia del sentido”, más que por el discernimiento puramente racional.

      Así, durante las últimas tres décadas, el programa fuerte en sociología cultural ha contribuido a un amplio espectro de campos y temas como la política, la economía, los medios, la raza y la inmigración, la religión, los movimientos sociales, el trauma, la materialidad y el conocimiento.

      Desafíos actuales para la sociología cultural

      La tendencia del programa fuerte a globalizarse ha derivado en su inevitable proyección más allá de sus contextos sociales e institucionales de origen, y lo ha dispuesto a encontrarse con una muy amplia variedad de realidades. En esta etapa, la diferencia cultural se ha transformado en un pasaje fundamental para la conversión del programa fuerte en un paradigma genuinamente global.

      Hasta ahora el fenómeno de la diferencia cultural no ha recibido suficiente atención en este paradigma. Obviamente, sus investigadores han resaltado la influencia de múltiples recursos culturales sobre la vida social y han dado cuenta del hecho de que, a lo largo de los procesos sociales, distintos recursos —símbolos, códigos, narrativas, discursos, imágenes— compiten entre sí y algunos consiguen prevalecer sobre otros. Este análisis, no obstante, no aborda los mecanismos culturales mediante los cuales códigos, narrativas, discursos e imágenes entran en contacto y se traslapan y recombinan. Un trabajo que antropólogos, lingüistas e historiadores interesados en el fenómeno del contacto cultural han explorado ya desde hace varias décadas. En esta etapa es necesario poder capturar analíticamente la mecánica fina de esos procesos de contacto y de mezcla cultural para tener la posibilidad de describirla en detalle —algo que el programa fuerte no hizo durante su etapa más estructural en la primera mitad de los noventa—. Las literaturas sobre ambigüedad y ambivalencia, hibridación e interculturalidad, constituyen para ese efecto una fuente importante de inspiración.

      Por otro lado, en estas tres décadas los sociólogos culturales se han quedado con una mera descripción ex post de los fenómenos sociales. Sin embargo, para un amplio espectro de actores sociales e institucionales esto no es suficiente. A fin de orientar sus políticas y acciones, las agencias gubernamentales, los actores económicos y las organizaciones de la sociedad civil necesitan de una sociología cultural capaz de predecir los efectos que el despliegue de ciertos recursos culturales —o su combinación— tendría sobre su acción y dinámicas organizacionales. La aplicación en sociología de métodos de análisis computacional de datos lingüísticos, en particular en relación a la big data y su integración con métodos analíticos interpretativos, está actualmente posicionándose como una de las nuevas fronteras en la investigación sociológica. La publicación del número de julio de 2014 de Theory & Society dio una clara señal en ese sentido.

      Pero dar pasos hacia una sociología cultural más incisiva sobre nuestra realidad social no solo exige ampliar las metodologías de análisis actualmente utilizadas, también significa retos metodológicos y teóricos. Veamos.

      Como se ha aclarado previamente, el programa fuerte en sociología cultural se aproxima a cada interacción social como performance y analiza hasta qué punto los elementos que lo componen —guiones, representaciones colectivas de trasfondo, actores, audiencias, puesta en escena, medios de producción simbólica y poder social— logran fusionarse. En caso de que esto suceda, el performance parece auténtico y los actores conseguirán persuadir a sus audiencias de que acojan su horizonte de interpretación sobre el sentido de la interacción y sobre

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