#Metoo. Marisol Navarro
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Escuché un ruido y me asusté. Me volví… Vi una sombra que se abalanzaba sobre mí… El sonido del golpe al caerme al suelo… La sensación pesada del cuerpo encima de mí… El olor a alcohol…
No sé cuánto tiempo estuve en el suelo ni qué más sucedió. Lo siguiente que recuerdo fue levantarme y salir corriendo en dirección a la zona de los bares. Sabía perfectamente que cerca había gente. Llegué corriendo a un restaurante al que solía ir con mi familia. Entré. Supongo que estaba muy agitada porque uno de los camareros me preguntó si estaba bien. Solo le pregunté dónde estaba el teléfono público. Quería llamar a casa. Me señaló que estaba junto a una pared lateral. Me di cuenta de que no tenía mi bolsito así que no tenía dinero para la llamada. No quería salir de ahí sola, me armé de valor para pedir unas monedas a una pareja que estaba cenando en una mesa cerca del teléfono y que, muy amables, me las dieron. Descolgué el teléfono, marqué el número de casa y escuché la voz de mi padre:
—¿Quién es? —dijo mi padre.
Sentí un nudo en mi garganta que no me dejaba hablar. Pensé que me pondría a llorar, así que tragué saliva. Le dije a mi padre dónde estaba, y que por favor me recogiera en coche. Al cabo de unos minutos, que se me hicieron eternos, llegó. Me monté en el coche y empecé a temblar. Llegamos a casa y, como pude, conté a mis padres lo sucedido. Recuerdo que quería que mi padre fuera a buscarlo para matarlo.
Después de ese día nunca más se volvió a hablar de este suceso.
Comienza el cambio
Juan llamó a casa al día siguiente, mi madre le dijo que no estaba. Pasaron dos días más cuando volvió a llamar, mi madre le dijo que no me encontraba bien. Terminaron las vacaciones. Era el momento de volver a clase.
Los días siguientes a aquella noche, hasta el comienzo de las clases, los pasé en casa. Sin salir.
El primer día me levanté muy nerviosa. Por el camino al instituto dudé si llegar o no. Al final decidí hacerlo. Conforme subía las escaleras que llevaban a mi clase tenía la sensación de que todos me miraban. Por fin llegué, entré y me senté en un pupitre mientras buscaba con la mirada a mi amiga Carmen. Hablamos un poco de las vacaciones; por supuesto no le comenté nada de lo ocurrido en el parque. Llegó la hora del descanso, que era el momento en el que me encontraba con Juan, pero no me sentía nada bien. Conforme iba bajando las escaleras, cada vez más despacio, oía a los chicos y a las chicas bajar hablando en voz alta, rápidamente, deseosos de salir. Yo no tenía ganas de llegar abajo, comenzaron a temblarme las piernas, noté mi estómago revuelto. Me detuve a mitad de las escaleras, me di la vuelta y comencé a subir de nuevo. A la salida de clase me fui a casa rápidamente.
Al día siguiente tampoco fui a encontrarme con Juan durante el descanso; había decido que no quería saber nada de él. Al terminar las clases, estaba esperándome en la puerta principal, se acercó a mí cogiéndome del brazo:
—¿Se puede saber qué te pasa? —gritó enojado.
Noté como mi cuerpo se ponía rígido, me solté. Me fui a casa corriendo. Me metí en mi cuarto y empecé a llorar. No podía dejar de llorar. A partir de aquel día no volví a tener contacto con él. Nunca le conté lo que me había pasado.
En la actualidad
Me pregunto cómo se sintieron mis padres y cuán difícil debió de ser para ellos saber que a su hija le había ocurrido algo así. Lo cierto es que no volvieron a hablar sobre el tema. No me preguntaron cómo estaba ni si necesitaba algún tipo de ayuda, pero estoy segura de que estaban preocupados y que les afectó enormemente. Y aunque durante mucho tiempo estuve enfadada con mi padre por no salir a defenderme, ahora entiendo que lo hizo lo mejor que supo entonces.
El silencio era su forma de afrontar este tipo de situaciones. Pero hizo que, de una manera sutil, yo entendiera que era mejor no contarlo, no hablar sobre ello. Vivir como si no hubiera ocurrido.
Con el tiempo descubrí que esta opción no fue la mejor para mí.
Sabías que…
… entre un diez y un veinte por ciento de la población ha sido víctima de abusos sexuales en la infancia.
(Save the Children)
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