Arriesgando el corazón. Amanda Browning
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–Estoy contenta con mi vida tal como es, Sarah.
Su amiga sonrió.
–Kari, ¿te has preguntado alguna vez si Russ aprobaría lo que estás haciendo?
Kari tragó saliva, sorprendida.
–¿Qué?
–Yo conocía a Russ, ¿recuerdas? Él amaba la vida. ¿No habría querido él que conocieras a otro, Kari?
Kari tardó un par de segundos en recuperar la voz, ya que sabía que Sarah tenía razón. Russ le habría dicho que encontrara a otro al que amar. Pero no fue él quien se quedó solo y dolorido.
–Eso es pedirme demasiado. Llámalo cobardía, si quieres. Llámalo lo que quieras, pero no puedo aceptar ese riesgo, Sarah.
–Pero… Cielos, me gustaría saber qué decir para convencerte.
Kari cerró los ojos y se pasó la mano por el anillo de boda con diamante que seguía llevando.
–No hay nada que me puedas decir. Tú sabes lo que es amar a alguien con todo tu corazón, Sarah. Ruego a Dios que nunca sepas lo que es perderlo.
Sarah calló por un momento y le dijo:
–Sólo me puedo imaginar cómo fue.
–Si te lo puedes imaginar, sabrás por qué no me puedo volver a arriesgar a pasar por algo así. Duele demasiado, Sarah. Duele demasiado.
La única manera que tenía de no resultar herida de nuevo era teniendo su corazón encerrado a salvo.
–Lo siento –añadió Sarah–. Te prometo que no te voy a presionar más. Sólo dime que sigues pensando venir a la boda.
–Por supuesto que iré –le confirmó Kari sin dudarlo–. No me la perdería por nada del mundo.
–¿No estás enfadada conmigo por lo que he dicho?
Kari se rió suavemente.
–Sarah, tú eres mi mejor amiga. Sé que lo has dicho porque te preocupas por mí. Necesitarías mucho más que eso para hacerme enfadar.
–Sólo quiero que seas tan feliz como lo soy yo.
Kari lo sabía. Sarah era una de las pocas personas que sabían lo que había sucedido ese verano de hacía casi cinco años. Su apoyo había sido un gran consuelo para ella.
–Verte feliz me hace estarlo a mí, muchacha. Ahora será mejor que me ponga a trabajar un poco antes de que Jenny me dedique una de sus miradas. Saluda a Mark cuando lo veas.
–De acuerdo. Ah, una cosa más. ¿Vendrás a cenar con nosotros el jueves?
–Me encantaría, pero no puedo. Papá ha invitado a cenar a un amigo y le prometí que estaría allí. Probablemente sea uno de sus viejos amigos diplomáticos.
Ella siempre había llamado mamá y papá a los padres de Russ porque sus propios padres habían muerto cuando ella era sólo una niña.
–Parece divertido –dijo Sarah irónicamente.
–Sobreviviré. Que os divirtáis los dos. Te llamaré dentro de un par de días.
Kari colgó y respiró profundamente. Echaría de menos a su amiga cuando se casara. Su relación no volvería a ser la misma. Mark sería el centro de su mundo y así tenía que ser.
Se puso en pie y se dirigió al pequeño cuarto de baño para ponerse la ropa de trabajo. Se miró en el espejo y su reflejo le reveló a una mujer hermosa. Nada revelaba el horrible acto de violencia de hacía más de cuatro años. Físicamente estaba curada, pero las cicatrices invisibles eran profundas.
Cerró los ojos un momento y luego agitó la cabeza y se cambió. Tenía muchas cosas que hacer y, por ese día, no iba a volver a pensar en el pasado. Se iba a sumergir por completo en el trabajo. Sonrió amargamente. Eso era lo que tenían de bueno los libros, que no te pueden hacer daño a no ser que una caja se te caiga en un pie. No como la vida.
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