El precio de una pasión peligrosa. Jane Porter
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El precio de una pasión peligrosa - Jane Porter страница 4
–Los dos tomamos precauciones.
–Al parecer, un ser tiene muchas ganas de nacer y ser parte de este mundo –respondió ella enderezando los hombros.
–Un ser con mucha fuerza de voluntad –replicó él.
Charlotte le dedicó la más encantadora de las sonrisas, consciente de que ambos estaban jugando a lo mismo.
–Lo que es admirable.
–Estoy de acuerdo –Brando titubeó unos segundos–. ¿No consideraste la posibilidad de abortar?
–No. ¿Habrías preferido que lo hubiera hecho?
–Soy italiano. Católico. Así que la respuesta es no.
–Yo no soy ni italiana ni católica, pero tampoco quería abortar.
–Y ahora estás aquí –declaró él.
–Sí –respondió ella alzando la barbilla–. Me pareció mejor decírtelo en persona. Sabía que preferirías saberlo, que mereces saberlo. Pensé que no era justo tomar todas las decisiones sin consultarte.
Brando arqueó las cejas.
–No me has consultado nada.
–Lo sé. Es por eso por lo que he venido.
Se hizo un prolongado silencio. Ese no era el Brando que ella conocía. Se estaban comportando como dos desconocidos, a pesar de haber tenido una relación íntima. Se había entregado a él y no se había arrepentido hasta descubrir las consecuencias de aquella noche de pasión.
–Me sentí muy confusa al enterarme de que estaba embarazada –dijo ella, interrumpiendo el silencio–. Me llevó varias semanas asimilarlo. Pero ahora, la verdad es que me hace ilusión la idea de ser madre.
–Esta visita tuya… ¿Qué es lo que pretendes? ¿Quieres dinero? ¿Quieres apoyo económico?
–No.
–Entonces… ¿qué?
Su plan era ofrecer a Brando justo lo que él no quería, la oportunidad de ejercer de padre. Iba a ofrecerle criar a su futuro hijo con ella, algo que sabía que Brando rechazaría; entonces, le ofrecería encargarse de todo ella sola y él aceptaría. Brando era un hombre guapo e inteligente, pero no estaba listo para sentar la cabeza. La propia hermana de Brando lo había dicho en más de una ocasión. Brando era el rebelde de la familia y, sobre todo, valoraba su independencia. Cosa que ella comprendía muy bien porque le ocurría lo mismo.
–Quiero que seas un padre para el niño o la niña… si quieres serlo –declaró Charlotte en voz baja–. Y si no quieres, no hay problema, estoy segura de que me enamoraré y me casaré con alguien que quiera ser el padre de mi hijo. Entretanto, reconozco tus derechos y quiero incluirte en la toma de decisiones… si es que quieres participar.
–Cuando fui a Los Ángeles al principio del año, ya sabías que estabas embarazada, ¿verdad?
–Sí.
–¿Por qué no me lo dijiste entonces?
–Hacía poco tiempo que me había enterado y no sabía qué iba a pasar con mi embarazo. Mis hermanas han tenido abortos naturales en los tres primeros meses y me advirtieron de que a mí podía ocurrirme lo mismo.
–Entonces… ¿lo sabe tu familia?
–No. He conseguido disimular hasta ahora, pero a partir de este momento va a resultar imposible. Se me nota.
–¿Por qué no se lo has dicho a tu familia?
–Porque no tiene nada que ver con ellos –Charlotte se llevó una mano al vientre–. Y antes de decírselo a nadie más, sabía que tú eras el primero que debía saberlo.
Charlotte Parks estaba tan guapa como la última vez que la había visto, desnuda, en su cama, con sus dorados cabellos esparcidos por la almohada y la boca enrojecida por sus besos. En esos momentos, la veía sorprendentemente distante y sorprendentemente resplandeciente. El embarazo le sentaba bien. La piel parecía brillarle, sus ojos se veían más azules y el cabello rubio le brillaba bajo los rayos del sol que se filtraban por la ventana.
Y ahora, al parecer, él la había dejado embarazada.
No era la primera vez que una mujer aseguraba que él la había dejado embarazada. Le había ocurrido unos años atrás. Por suerte, la prueba de ADN había dado resultados negativos. Y se alegraba infinitamente de ello.
Ahora… Ahora no sabía qué pensar.
–¿No te ha resultado difícil mantener en secreto el embarazo hasta ahora? –preguntó él.
–No.
–¿En serio?
–No siento necesidad de pedir ayuda para tomar decisiones y tampoco pido consejo a nadie. Lo que necesitaba era tiempo, lo he tenido y por eso estoy aquí, lista para hablar contigo del futuro.
–Sí. Pero todo esto me pilla de sorpresa –interpuso Brando.
–Tienes razón –Charlotte lo miró a los ojos–. Supongo que, como es natural, querrás una prueba de ADN. He confeccionado una lista de las clínicas en Florencia que hacen estas pruebas. Es un procedimiento muy sencillo. Podríamos hacerla hoy mismo si quieres. Cuanto antes tengamos el resultado, mejor.
–¿Y si resulta que soy el padre?
–Aunque seas el padre, te aseguro que lo tengo todo bajo control. No quiero exigir nada de ti. De hecho, tú podrás seguir con tu vida como hasta ahora. Solo quería hacer lo correcto y…. –Brando lanzó una ronca carcajada, interrumpiéndola. Ella arqueó las cejas y enrojeció visiblemente–. ¿Qué es lo que te ha hecho tanta gracia?
–Eso de que podré seguir con mi vida como hasta ahora. Bella, mi vida entera va a cambiar. Ya ha cambiado… si soy el padre.
–Es obvio que yo voy a ser madre, pero tú no tienes por qué involucrarte en esto. No me importa la idea de criar al niño, o la niña, yo sola.
–Todo eso está muy bien, si yo no fuera el padre. Pero si soy yo el padre de la criatura, puedes estar segura de que voy a formar parte de su vida.
–Me sorprende que te lo hayas tomado tan bien –declaró ella–. Solo pasamos una noche juntos, apenas fue una aventura pasajera, y, sin embargo, estás dispuesto a ejercer de padre.
–Siempre he tomado precauciones para evitar un embarazo accidental; no obstante, ahora que nos encontramos en esta encrucijada, no lo considero una tragedia, no lo veo como algo a lo que hay que resignarse. Somos dos personas adultas e independientes, capaces de proporcionar un hogar seguro y feliz a nuestro hijo.
Charlotte abrió los labios y volvió a cerrarlos. El sonrojo de sus mejillas se intensificó, el brillo de sus ojos aumentó.
De repente, Brando, sorprendido, se dio cuenta de que había dejado perpleja a Charlotte. ¿Qué había imaginado ella