E-Pack HQN Sherryl Woods 3. Sherryl Woods
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–En eso tienes razón. ¿Adónde quieres llegar?
Él la observó de arriba abajo con una mirada penetrante que la hizo sonrojar antes de contestar:
–Me gustaría saber qué pensarían esos clientes tuyos si te vieran en pantalón corto y con una camiseta que lleva en la espalda la etiqueta de una tienda barata –le guiñó el ojo al quitarle dicha etiqueta, y le rozó la piel desnuda con los dedos más tiempo del necesario antes de añadir–: Yo creo que estás increíblemente sexy.
Ella contuvo el aliento, y no pudo disimular cuánto estaba costándole mantener la compostura.
–Boone, por favor, no vayamos por ahí. No tenemos más remedio que intentar llevarnos bien durante un par de semanas por el bien de mi abuela, pero cada uno volverá a tomar su propio camino después de eso. Cometer una locura solo servirá para ponernos las cosas más difíciles cuando llegue la despedida.
La advertencia estaba clara, y él la entendió a la primera.
–Vale, nada de locuras, aunque me gustaría que concretaras bien cuál es la locura que crees que deberíamos evitar.
–Nada de peleas, de caricias ni de besos –le contestó ella de inmediato, ruborizada–. Sabes perfectamente bien lo que quiero decir, así que no te hagas el tonto. Está claro que aún basta con muy poco para encendernos.
Él sonrió al oír aquello.
–Si tú eres capaz de morderte la lengua y de mantener las manos quietecitas, yo también.
–De acuerdo.
A Boone le pareció ver cierta desilusión en su mirada, pero se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Al verla dar media vuelta para volver a entrar en el restaurante, le puso una mano en el hombro para detenerla y notó que el contacto la acaloraba aún más y la estremecía.
–Una cosa más –le dijo, sin dejar de sostenerle la mirada–, ¿por qué estabas llorando cuando he salido a hablar contigo?
–Por nada, bobadas mías.
Estaba claro que no quería hablar del tema, pero él sabía que no estaba siendo sincera, que se trataba de algo más hondo. Durante todo el tiempo que habían estado juntos, la había visto luchar por ganarse la elusiva aprobación de su padre… y también, en cierta medida, la de su abuela. En su opinión, Cora Jane nunca había escatimado a la hora de darle su aprobación a sus nietas, pero eso era algo que Emily había sido incapaz de ver en algunas ocasiones; en cuanto a Sam Castle, la distancia que le separaba de sus hijas siempre había sido insalvable.
–Te has ofendido cuando Cora Jane ha rechazado tu ofrecimiento, ¿verdad? Has pensado que ella no te necesita aquí, y que por eso no ha aceptado tus sugerencias respecto a las reformas.
–Puede ser –las lágrimas que le inundaron los ojos sirvieron para corroborar la teoría de Boone.
Él le puso un dedo bajo la barbilla antes de asegurarle con voz firme:
–Tu abuela te necesita, Em. Necesita teneros a las tres aquí, y no por lo que podáis hacer ni por la ayuda que podáis prestarle, sino porque está envejeciendo y os echa de menos. Tenlo en cuenta, por favor. Os quería lo suficiente como para dejaros ir, pero eso no quiere decir que no quiera teneros a su lado de vez en cuando. Le hace falta cuidaros, entrometerse un poco en vuestras vidas, volver a sentirse querida por vosotras –se sintió mal al ver que ella lloraba aún más.
–¿Cuándo demonios te has vuelto tan listo y sensible? –le preguntó, con la voz entrecortada.
–Siempre lo he sido –le aseguró él, sonriente–. A lo mejor no te diste cuenta en aquel entonces porque lo único que te interesaba de mí era mi cuerpo.
Como ante eso no tenía ninguna respuesta que no fuera una mentira descarada, Emily dio media vuelta y se alejó mientras se secaba con exasperación las lágrimas.
Boone se echó a reír al ver que no contestaba, pero no pudo evitar seguirla con la mirada y preguntarse hasta qué punto iba a complicarse su vida. A pesar de lo que ella había afirmado, a pesar de lo que él le había prometido, estaba convencido de que lo que había entre ellos no había terminado ni mucho menos… y lo más probable era que eso causara unos problemas y un dolor que él no estaba preparado para afrontar de nuevo.
Capítulo 4
A última hora de la mañana, el móvil de Cora Jane había sonado media docena de veces y habían aparecido para ayudar a limpiar tanto camareros como miembros del personal de cocina del restaurante. Ella les había puesto a trabajar en la cocina, para que quedara limpia como una patena y pudiera pasar, si fuera necesario, incluso la más dura de las inspecciones sanitarias.
El último en llegar fue Jeremiah Beaudreaux, más conocido como Jerry, que prácticamente llevaba cocinando en el Castle’s desde que el restaurante había abierto por primera vez sus puertas. Aquel hombre que en otra época había sido un pescador de Luisiana tenía sesenta y tantos años, medía más de metro ochenta, seguía gozando de una buena salud y, aunque tenía el rostro curtido por el tiempo y el pelo canoso, seguía teniendo una sonrisa que iluminaba sus brillantes ojos azules.
–¿Qué ven mis ojos?, ¡qué sorpresa tan agradable! –exclamó al ver a Emily, Samantha y Gabriella, que estaban barriendo el comedor y apilando los escombros–. Está claro que no hay mal que por bien no venga, Cora Jane.
–Yo de ti esperaría a ver en cuántos líos se meten, Jerry –le contestó ella, en tono de broma.
–¡Venid a que os dé un abrazo! –exclamó, antes de darle a cada una de ellas un abrazo de oso que las levantó del suelo.
–¿Cómo te has puesto tan fuerte? –le preguntó Emily, sonriente, tal y como había hecho la primera vez en que la había lanzado al aire de niña. En comparación con su delgado abuelo, Jerry le había parecido un cariñoso gigante.
–Cargando esas ollas de hierro llenas de sopa de cangrejo para tu abuela. Bueno, voy a la cocina para ver qué es lo que hay que hacer. Esos jovencitos que tienes trabajando ahí van a hacer una chapuza sin mi supervisión, Cora Jane.
–Algunos de esos «jovencitos» son tan viejos como tú, Jeremiah Beaudreaux. Saben bien lo que tienen que hacer.
–Estaré más tranquilo si veo los resultados con mis propios ojos –miró sonriente a Emily y a sus hermanas, y les guiñó el ojo–. Nos sentaremos a charlar largo y tendido cuando este sitio esté arreglado. Cora Jane, Andrew me ha dicho que estará aquí dentro de una hora más o menos, en cuanto ayude a su abuela a poner a secar al sol unas cuantas cosas. Ponle a trabajar en lo que haga falta, le prometí a su abuela que aquí le tendríamos ocupado para que no se meta en líos –al ver a B.J., exclamó–: ¡Aquí está mi mejor ayudante! ¿Te vienes conmigo, jovencito?
–¡Claro, te ayudo en lo que haga falta! –le contestó el niño con entusiasmo.
Antes de entrar en la cocina, Jerry se detuvo y miró a Cora Jane con ojos penetrantes.
–¿Estás bien? Tendremos este sitio a punto en un periquete, no te preocupes por nada. ¿De acuerdo?
Emily