E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis
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–De todos modos, inténtalo.
Ella lo miró pensativamente.
–¿Qué recuerdas de la otra noche?
Lucas se encogió de hombros.
–Había intentado salir a correr ese día por primera vez desde el disparo, y llegué a casa con un dolor terrible en el costado. Me tomé dos pastillas de analgésico. Después, recibí un mensaje para que fuera al pub, porque había aparecido un cliente con el que habíamos quedado y a mí se me había olvidado. Él nos invitó a una ronda y brindó conmigo, y yo bebí –dijo, cabeceando–. Fue una estupidez por mi parte, pero así fue, y no recuerdo nada más hasta que me desperté contigo encima de mí.
–Yo no estaba encima de ti… –dijo ella, pero se interrumpió al ver que él enarcaba una ceja–. Está bien. Sí, estaba pegada a ti porque eres como una estufa y tenía frío, nada más.
–O…
–¿O qué?
–No lo sé, Molly, dímelo tú. Pero quiero que me digas la verdad. Sé que no tuvimos relaciones sexuales, porque ese beso… Sé que ha sido el primero entre nosotros. Me habría acordado de cualquier otro, y me habría acordado de lo que hubiera ocurrido después. Y tú, también.
Ella se ruborizó y puso los ojos en blanco.
–Sí, está bien. No lo hicimos. Yo nunca me habría aprovechado así de ti.
Al oír aquella respuesta, él se quedó sorprendido.
–Yo ya estaba en el pub cuando tú llegaste –continuó Molly–. Parecía que estabas perfectamente hasta que tomaste alcohol. Entonces, te pusiste pálido y empezaste a temblar y, cuando te pregunté si te encontrabas bien, me dijiste que necesitabas irte a la cama. El pub estaba abarrotado y todo el mundo estaba jugando al billar, o a los dardos, o bailando. Parecía que a nadie le importaba que llegaras sano y salvo a tu casa, así que te acompañé yo.
–Y, entonces…
–Te ayudé a subir las escaleras. Te caíste en la cama y me arrastraste contigo.
Él se quedó helado.
–¿Te obligué a tumbarte en la cama conmigo?
–¡No! No, nada de eso. Estabas jugando, haciendo bromas y diciendo que yo quería taparte como si fueras un bebé. De repente, se te cerraron los ojos y te caíste redondo. Ocurrió tan rápidamente, que me asusté. Y me quedé donde estaba.
–En mi cama.
–Sí.
–Porque estabas preocupada por mí.
–Sí.
–Entonces, yo… no intenté nada.
Ella se mordió el labio.
Oh, Dios. Lo había intentado. Tuvo una visión de Archer asesinándolo lentamente, pero, entonces, ella dijo:
–No fuiste tú, fui yo.
Él enarcó tanto las cejas, que se le escondieron en el pelo, y se le escapó una carcajada de alivio.
–¿Tú intentaste algo?
–No, yo no intenté nada. Pero quería hacerlo.
Él sonrió, y ella le dio un empujoncito.
–¿Quieres tomártelo en serio?
Lucas se sintió conmovido con su sinceridad. Claramente, se importaban el uno al otro, así que tenía que ser sincero con ella, porque aquello no podía suceder.
Nunca.
Apoyó la frente en la de ella, y dijo:
–No podemos.
Ella cerró los ojos y se apartó. Se dio la vuelta.
–Claro que no. Sería una estupidez. No sé en qué estaba pensando. No estaba pensando, en realidad.
Tomó el bolso y se dirigió directamente hacia la puerta.
Lucas la agarró de la mano y tiró de ella.
–No te atrevas a decir que lo sientes por mí –rugió Molly.
Él le acarició la sien con un dedo y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.
–No, no lo siento por ti. Siento lo que me estoy perdiendo.
–Bueno, yo, también –respondió ella, zafándose–. Porque te habría vuelto loco. Ahora tengo que irme a resolver mi caso.
Cerró la puerta antes de que él pudiera decir algo más, y lo dejó impresionado. No había mucha gente que pudiera hacerle sentir como un estúpido, y ella lo había conseguido sin esfuerzo.
La alcanzó en el ascensor, y no se le escapó que tenía una expresión dolida. Cuando ella alzó la mirada y lo sorprendió observándola, él sacó suavemente su teléfono móvil y se puso a mirar la pantalla.
–No tienes por qué fingir que no te das cuenta –dijo ella, cuando las puertas del ascensor se abrían al patio del edificio.
Hacía una noche muy fría, pero Molly salió sin detenerse y aminoró el paso cuando llegó a la altura del callejón del viejo Eddie, que estaba sentado en su caja. En aquella ocasión no estaba con Caleb, sino con una mujer, algo que era una novedad. Ella tenía el pelo plateado y la piel sonrosada, y Eddie y ella se estaban riendo de algo.
–Os presento a Virginia –dijo Eddie–. Es mi novia. Nos hemos conocido porque ella ha venido a buscar un poco de mi muérdago especial.
Lo más probable era que aquel muérdago especial fuera marihuana, y si Archer le pillaba vendiéndolo de nuevo, Spence y él tendrían que intervenir, como ocurría todos los años.
–Creía que te habías comprometido a no volver a vender más… muérdago –comentó Lucas.
Virginia sonrió a Eddie.
–No me va a cobrar. Hoy celebramos una semana juntos.
Eddie le guiñó un ojo.
–Pues espera, porque estoy reservando lo mejor para la segunda semana –dijo. Miró a Molly y señaló a Lucas–. ¿Te trata bien?
Molly miró a Lucas.
–Oh. No, no es nada de eso.
–Ah –dijo Eddie, y miró con decepción a Lucas–. Creía que eras más habilidoso.
Virginia se echó a reír.
–¿Habilidoso? Cariño, anoche me besaste y te tiraste un pedo a la vez.
–Fue por los tacos