Estás En Mis Manos. Victory Storm

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Estás En Mis Manos - Victory Storm страница 5

Автор:
Жанр:
Серия:
Издательство:
Estás En Mis Manos - Victory Storm

Скачать книгу

y no entendía nada. No tenía ni un solo recuerdo en mi cerebro y ni una sombra del porqué, sólo había dolor y confusión.

      Ese hombre ante mí me daba miedo, pero a la vez me tranquilizaba un poco. ¿Era porque parecía conocerme? Pero su mirada y su actitud, severas e implacables, resonaban como una sirena de alarma para mí.

      Una parte de mí quería huir, mientras que otra me suplicaba que me quedase y le pidiese ayuda. No sabía qué hacer, y cuando una nueva ola de miedo y de dolor me embistió, sólo sentí vagamente algo familiar cuando me encontré entre sus brazos.

      ¿Quizá era el perfume de su piel? Una esencia a madera, fresca y cargada de aromas. Intensa y viril. Me recordaba confusamente a algo… ¿pero al qué?

      Y ese rostro…

      Ya lo había visto, pero todo era tan confuso en mi mente, al menos hasta que su mirada llamó la atención de la mía. Percibía algo en esos ojos de un negro ébano. Era algo salvaje y a la vez conocido; poderoso y magnético, pero también elegante, al igual que la ropa que llevaba.

      De repente, sentí una cierta timidez frente a esa mirada que me observaba, como si soliera recular para evitar desencadenar su lado agresivo, el cual estaba listo para salir de él y destruir a cualquiera que se encontrara cerca.

      Por fin esa voz… Sí, la reconocía. Estaba segura. Era esa voz que me había desconcertado tanto porque estaba segura de haberla oído antes; pero fue ese tono grave, rudo y con un acento extranjero, lo que me puso nerviosa.

      Hasta sus palabras me asustaban. Busqué su significado, la razón por la cual estaba tan enfadado conmigo, pero no la encontré. Ese pensamiento hizo que perdiera la calma y estaba dispuesta a huir de ese peligro que sentía planear por encima de mí cual espada de Damocles.

      Estaba aterrorizada y a la vez debilitada, tanto que mis piernas no podían mantenerme, pero, a punto de desmayarme, pude retomar el aliento entre sus brazos, tranquilizada por el olor de su piel.

      Sin embargo, me dejó, y mientras con mis manos le recorría los brazos hasta la punta de los dedos, sentí sin previo aviso el pánico que me embargaba y me ahogaba. Cuando vi que su mano se separaba de la mía, me invadió un miedo inexplicable.

      Me veía como desde fuera, como una espectadora, mientras que mi cuerpo se iba hacia lo que parecía ser la única salida antes de caer definitivamente al vacío.

      Me incliné hacia delante cuando, de repente, sentí una punzada de dolor en el pecho, un poco por debajo del hombro izquierdo, como si me apuñalasen. Sólo duró un breve momento, y un instante después el mundo real se oscureció a mi alrededor.

      Me sentí desconectada de la realidad, como si hubiera aterrizado en otro universo. Estaba en lo alto de una gran escalera, ancha y elegante. Tenía delante de mí la mano de ese hombre. La tenía tendida frente a mí y podía sentir que mi cuerpo se iba hacia ella, pero el dolor en el pecho me vino de nuevo con más fuerza que antes.

      Se me quedó el aliento en la garganta mientras el cuerpo se me iba hacia atrás, cayendo al vacío. Me esforcé en contrastar esa fuerza invisible que me arrastraba al abismo, en vano.

      Ante mí sólo había ese hombre inclinado hacia adelante para cogerme. Vi su mano tendida hacia mí, pero solamente pude rozarla durante un segundo fugaz. Levanté los ojos brevemente antes de caer. Mi mirada se cruzó con la de ese hombre. Percibí en ella una sombra de miedo y de incredulidad.

      Murmuré: “Alekséi”, en una búsqueda desesperada de ayuda, mientras su mano se alejaba cada vez más y el dolor se hacía más grande hasta resultar intolerable. Luego todo desapareció en la nada.

      Era una oscuridad únicamente desgarrada por mis gritos mezclados con los de ese hombre que llamaba a un médico. Me latía el corazón a toda máquina y, sacudida por el miedo, abrí de nuevo los ojos para darme cuenta de que estaba llorando.

      Estaba totalmente enroscada en mí misma, como una hoja muerta antes de que acabara en la papelera. Parpadeé con los ojos para liberarme de las lágrimas y por fin la vi: la mano de ese hombre estaba entre las mías. Se la cogí fuerte hasta que le hinqué las uñas en la piel. Esa imagen fue como un dulce despertar para mí.

      —Lo he conseguido… Te he atrapado… —balbuceé, sacudida a la vez por los llantos de alivio y de lo que parecía ser una alucinación dado que había vuelto a la habitación blanca donde me había despertado.

      —¿Qué dices? —me preguntó él confundido, con la respiración agitada.

      —Yo... me iba a caer. Alekséi… —intenté explicar, pero sin lograr expresarme. Estaba tan alelada que no era capaz ni de construir una sola frase con sentido.

      —Ahora ya te acuerdas de mí —me susurró él con un deje de sarcasmo en la voz que me perturbó.

      Alekséi. Sí, me acordaba de él, aunque sólo se tratase de un nombre y de un cuerpo físico sin ninguna identidad por ahora.

      Era un pequeño destello de esperanza y los recuerdos de un pasado lejano y todavía confuso. Esbocé una sonrisa de alivio. Justo entonces llegó el médico, acompañado de dos enfermeras. Luego oí al hombre enfadarse y gritar algo. Necesité algo de tiempo para entender que estaba hablando en otra lengua: una lengua que, poco a poco, recordé haber oído.

      Hablaban del shock postraumático, de la hemorragia cerebral en proceso de reabsorción, de ansiolíticos, mientras que el hombre a mi lado estaba furioso por no haber sido informado de lo que acababa de pasar: gritaba que les pagaba lo bastante para obtener respuestas sobre mi salud y para que me curasen.

      —No sabemos cuánto tiempo va a estar así, la verdad, por lo menos una semana —intentó decir el médico en la misma lengua.

      —¡¿Una semana?! —se enfadó el hombre.

      —Dejarla salir antes sería arriesgado. Necesita tiempo para que la micro fractura en el cráneo cicatrice y la hemorragia todavía no está del todo reabsorbida. Vistas las circunstancias, tiene que estar internada al menos dos semanas.

      —¡No puedo quedarme aquí! —dije metiéndome en la conversación, apretando fuerte esa mano que no quería soltar más.

      —Tú también hablas ruso… ¿Por qué no me sorprende? —resopló nerviosamente el hombre, y me dirigió una mirada tan afilada que me dejó sin respiración.

      Dando un fuerte estirón, liberó su mano que yo tenía asida.

      —No… —susurré débilmente, como si no tuviera más aire en los pulmones.

      —Inténtelo todo lo que quiera, pero quiero que esta farsa acabe pronto —gruñó el hombre, y levantándose de la cama, se dirigió a la puerta—. En cuanto a ti, Kendra, tienes hasta mañana para… recobrar la memoria. Hace un siglo que se terminó el juego.

      —Alekséi… —murmuré yo, de nuevo angustiada.

      Pero se marchó, dejándome sola conmigo misma y con esos médicos que me auscultaron inmediatamente y me avasallaron a preguntas.

      Me asusté porque a medida que me preguntaban, iba viendo claro que tenía un enorme agujero negro en el cerebro. La pregunta que me atormentaba era mi identidad: ¿quién soy?

      Alekséi

Скачать книгу