Economía verde en México. Sergio Medina

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Economía verde en México - Sergio Medina

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del Estado debe ser limitado a la hora de involucrarse en los asuntos de los mercados y su funcionamiento, ya que el sector privado por sí mismo puede regularse y crear las condiciones necesarias para que el proceso de innovación, que detona el crecimiento y desarrollo económico sea llevado a cabo, es necesario corregir esta visión, pues se ha demostrado que el Estado juega un papel determinante dentro de esta fase. El conocimiento empírico ha probado que el Estado no se limita a reparar las fallas del mercado para funcionar libremente, sino que este tiene también la capacidad de detonar el proceso de innovación, promoviendo el desarrollo tecnológico de las industrias del país mediante la inversión en capital de riesgo, buscando con esto que mediante el emprendimiento y la innovación, se logre el crecimiento económico, la inclusión social, mejores técnicas y tecnología más amigable con el medio ambiente.

      En este sentido, Mariana Mazzucato (2013) subraya la importancia del Estado para generar las condiciones necesarias para fortalecer el proceso de innovación no solo dentro de las industrias, sino también dentro de las universidades, para crear de esta manera los llamados «ecosistemas de innovación», orientados a la creación y configuración de mercados económicos. Respecto al papel de los gobiernos en este proceso, también menciona que «los responsables políticos y los gobiernos de todo el mundo deben replantearse cómo ganar en futuras inversiones, esto ayudará a que haya suficiente dinero para reactivar las tecnologías del mañana» (Mazzucato, 2013). Es decir, los gobiernos también deben obtener alguna utilidad o beneficio y no solo asumir riesgos.

      El Estado mexicano debe involucrarse y asumirse como el principal promotor de la innovación, a través de un cambio institucional de los tres poderes para que, de esta manera, logre garantizar justicia, transparencia y un Estado de bienestar económico, social y ambiental para todos los mexicanos. Para lograrlo, será necesario fomentar y profundizar decididamente en el desarrollo de una cultura de la innovación que intervenga en todos los ámbitos de la vida económica, y de un liderazgo activo alrededor del país para dirigir el proceso; del mismo modo, demandará el diseño de políticas públicas y de agendas de innovación locales y regionales que actúen de manera coordinada interinstitucionalmente con una agenda nacional de innovación, así como los mecanismos apropiados de financiamiento. Todo ello será determinante para sentar las bases para el desarrollo en nuestro país de una nueva economía verde.

      El desarrollo económico de las últimas décadas se ha guiado por los principios de una economía marrón; es decir, una economía basada en el pensamiento neoclásico y cuyos procesos productivos se concentran en la búsqueda de la maximización de los beneficios y el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB); beneficios económicos que han deteriorado el entorno natural debido a la utilización de combustibles fósiles en los procesos productivos, a la sobreexplotación de los recursos naturales y al aumento en la cantidad de desechos derivados de la producción y el consumo; lo que también ha traído un deterioro social, ya que la riqueza se ha ido acumulando en unas cuantas manos con el paso de los años. Esta es una visión que busca el desarrollo individual por encima del bienestar general y el medio ambiente.

      Por otro lado, a pesar de que la ciencia y la tecnología han evolucionado exponencialmente trayendo consigo mejoras en la calidad de vida, además de haber obtenido grandes beneficios económicos bajo la premisa de la economía marrón, también se ha dejado de lado la cuestión social y ambiental; lo que ha generado un sistema donde la desigualdad social y el deterioro del medio ambiente no son atendidos como las variables importantes o cruciales dentro de la economía. Por el contrario, desarrollar una economía verde es pensar en una economía más multidimensional y multidisciplinaria dentro de la que se incorporen no solo las variables económico-financieras, sino los aspectos sociales para una mayor inclusión y cohesión social, y la correspondiente mejora en la calidad del medio ambiente.

      En este sentido, transitar de una economía marrón a una verde representa un cambio de paradigma que requiere de un conjunto de cambios paulatinos, constantes y exponenciales dentro de las distintas áreas y sectores de la economía que en el mediano y largo plazo reflejarán una mayor eficiencia y crecimiento económico sostenido; un cambio que no comprometa el acceso a los recursos naturales y la calidad del medio ambiente, que asegure la inclusión social reduciendo los niveles de pobreza y de desigualdad económica, así como los problemas de desempleo, algo que México necesita con urgencia.

      Enverdecer la economía no solo representa un reto para alguna oficina gubernamental en particular o para algunas empresas y corporaciones nacionales, sino que el desafío es para toda la sociedad en su conjunto, ya que se requiere una transformación de los hábitos y prácticas desarrolladas alrededor de la actividad económica que no han sido alterados en los últimos siglos. Este enverdecimiento económico implica, principalmente, la instrumentación de políticas de crecimiento alineadas con el estímulo de actividades que protejan el medio ambiente y redistribuyan la riqueza, lo que a su vez requiere de cambios institucionales o regulatorios que deben alinearse con las señales emitidas por los mercados y con los recursos financieros que apoyen esta transición (Studer & Contreras, 2012, pág. 2).

      Para alcanzar este objetivo, es preciso comprender cómo funciona la economía actual (economía marrón), así como las divergencias entre esta y las cuestiones que serán necesarias cambiar para transitar hacia una verde. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA, 2011) especifica que «una economía verde puede generar el mismo nivel de crecimiento y empleo que una economía marrón, teniendo un mejor desempeño que ésta a mediano y largo plazo, y generando beneficios ambientales y sociales significativamente mayores» (PNUMA, 2011, pág. 38).

      Existen notables diferencias entre estas dos economías. Mientras que los sistemas productivos de la economía marrón, y su manera de consumir y desechar, han provocado el deterioro y la contaminación del medio ambiente de manera acelerada, la economía verde se basa en un sentido más social, pues no solo busca el beneficio económico, sino también el beneficio para la sociedad de manera conjunta con el medio ambiente, pensando además en el futuro inmediato y planificando a mediano y largo plazo; tomando el desarrollo sostenible como un sistema en el que es preciso que cada parte funcione de manera eficiente, que se apoye una en la otra para su óptimo funcionamiento.

      Con estas premisas, en diversas regiones del mundo ya se realizan importantes esfuerzos para el enverdecimiento de sus economías, tal es el caso de países como Alemania, Brasil, Canadá, China y Reino Unido, por mencionar algunos; cada uno de ellos ha desarrollado una serie de acciones y políticas públicas acordes con sus circunstancias socioeconómicas y ambientales. Al respecto, Mazzucato afirma que algunos países han estado utilizando el gasto público como herramienta para estimular la economía verde ante las crisis a las que se han enfrentado como una manera de dirigir las inversiones de sus gobiernos dentro de la industria global de las tecnologías limpias con dos objetivos generales: uno, generar crecimiento económico y dos, mitigar el cambio climático (2015, pág. 128).

      Estos países no solo están encaminando sus procesos de desarrollo y aplicación de políticas públicas hacia una economía verde, sino que además están creciendo económicamente, mejorando las condiciones sociales y protegiendo el medio ambiente. Así, mientras algunas naciones impulsan decididamente la innovación para transitar hacia la nueva economía y se posicionan como líderes en esta visión, otras se empiezan a quedar rezagadas, ya que dentro del proceso de innovación las inversiones son acumulativas, es decir, la innovación actual depende directamente de la del día de ayer, por lo que estos líderes emergentes muy probablemente continuarán siéndolo en los años venideros (Mazzucato, 2015, pág. 128).

      Ante este escenario, es importante la cooperación internacional entre los países avanzados en la materia y los que aún no han logrado despuntar, ya que como indican Studer y Contreras (2012, pág. 2) «en la medida en que se establezca un marco claro de cooperación para la definición de metas y estándares comunes, para la transferencia y el desarrollo de tecnología verde, para la eliminación de las barreras al comercio de bienes y servicios verdes,

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