Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
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Читать онлайн книгу Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean страница 15
Había ido más allá de lo que había imaginado. Aquel hombre había ido más allá de lo que ella había imaginado. Al pensarlo, lo atrajo de nuevo, sus dedos asieron su pelo, tiró de él hasta que volvieron a besarse. Esta vez, sin embargo, fue ella la que lamió sus labios. Fue él quien se abrió a ella. Ella la que saqueó. Él el que se sometió.
Y fue glorioso.
Las manos masculinas llegaron a sus pechos, sus pulgares buscaron sus erizados pezones, que acarició y pellizcó hasta que ella jadeó y se retorció contra él, perdida en él.
Y ni siquiera sabía su nombre.
La idea la paralizó.
«Ni siquiera sé su nombre».
—Espera. —Se apartó de él, lamentando la decisión al segundo, cuando la soltó sin dudarlo; su contacto desapareció como si nunca hubiera existido. Él dio un paso atrás.
Se cerró el corpiño sobre los pechos, que protestaron, y cruzó los brazos, su hambre regresó con un gran pinchazo de dolor en todos aquellos lugares en que se habían tocado. Sus labios comenzaron a hormiguear, su beso parecía un fantasma. Se lamió los labios y la mirada ámbar de él se posó en su boca. También parecía hambriento mientras la escuchaba.
—No sé tu nombre.
—Bestia. —Por una vez, no dudó.
—¿Perdón? —Había escuchado mal.
—Me llaman Bestia.
—Eso es… —Sacudió la cabeza. Buscó la palabra—. Ridículo.
—¿Por qué?
—Porque… tú eres el hombre más guapo que he visto jamás. —Hizo una pausa—. Eres el hombre más perfecto que cualquiera haya visto jamás. Empíricamente hablando.
—No es normal que una dama diga cosas así. —Arqueó las cejas, alzó una mano y se la pasó por el cabello hasta llegar a la nuca. ¿Era posible que estuviera sintiendo vergüenza?
—Pero es que es obvio. Como el calor o la lluvia. Pero supongo que la gente señala lo evidente cada vez que te llaman con ese absurdo apodo. Me imagino que se supone que es irónico.
—No lo es —dijo, bajando la mano.
—No lo entiendo. —Parpadeó.
—Lo harás.
—¿Lo haré? —La promesa la recorrió causándole inquietud.
—Los que me roban, los que amenazan lo que es mío, ellos conocen la verdad. —Se acercó de nuevo y le cubrió la mejilla con la palma de la mano, haciendo que ella quisiera entregarse al calor de él.
Su corazón comenzó a acelerarse. Se refería a Augie. Este no era un hombre que castigara a medias. Cuando fuera a por su hermano, no tendría ningún reparo. Su hermano era un verdadero imbécil, pero ella no quería que sufriera. O algo peor. No, lo que fuera que Augie hubiera hecho, lo que fuera que hubiera robado, ella se lo devolvería. Y entonces se dio cuenta de que el beso que acababan de compartir, la oferta que él le había hecho, no había sido porque la deseara.
Había sido porque deseaba vengarse.
«No ha sido por mí». Por supuesto que no.
Después de todo, aquel hombre, con su pasión controlada y su observación silenciosa, no era el tipo de hombre que deseara a Henrietta Sedley, solterona regordeta con manchas de tinta en las muñecas.
No, a menos que ella pudiera entregarle algo. Podía ser que aquel hombre no quisiera una dote, sin embargo, algo deseaba.
Ignoró la punzada de tristeza que la invadió al entenderlo, fingió no notar el escozor en los ojos ni el indicio de una emoción no deseada en su garganta. Cruzó con más fuerza los brazos sobre el pecho y pasó por delante de él hasta donde se había dejado el chal.
Una vez envuelta en la rica tela de color turquesa, se volvió hacia él, que miró al lugar donde el chal cubría el vestido desgarrado que ella misma le había exigido rasgar.
Hattie respiró hondo. Si podía decir una cosa, también podía decir otra.
—Me parece, señor, que usted preferiría hablar de negocios. —El arqueó una de sus oscuras cejas con curiosidad—. No negaré que sé quién ha tenido algo que ver con la «situación» de esta noche. Los dos somos demasiado inteligentes para jugar al gato y al ratón.
Él asintió con un gruñido.
—Iré a buscar lo que ha perdido. Se lo devolveré. Por un precio —le ofreció.
—Tu virginidad. —La observó durante un largo instante.
—Usted quiere un castigo; yo quiero un futuro. Hace dos horas, estaba preparado para una especie de transacción, así que ¿por qué no ahora? —Hattie hizo un gesto de asentimiento que él no respondió, así que levantó la barbilla negándose a dejar que viera su decepción—. No hay necesidad de fingir que deseaba hacerlo por la bondad de su corazón. No soy una ingenua. Tengo ojos y un espejo.
Sin embargo, lo había sido por un momento. Casi la había engañado para que hiciera ese papel.
—Y usted no es un caballero de brillante armadura, ansioso de cortejarme. —Silencio. Maldito silencio—. ¿Verdad?
—No lo soy. —Whit se apoyó en el poste de la cama y cruzó los brazos.
El hombre podría al menos haber fingido. Pues no. No quería fingir. Prefería la sinceridad.
—¿Y entonces? —La observó durante un largo rato; aquellos ojos infernales que lo veían todo se negaban a quitarle la vista de encima —. ¿Quién eres?
—Hattie —dijo encogiendo levemente los hombros.
—¿Tienes un apellido?
—Todos