Este morir a gotas. Arturo Pizá Malvido
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—Dicen que el mar, por sí solo, no es azul, que todo depende del reflejo del cielo —dijo muy serio Agustín Rommel, como si el espectáculo que brindaban Pito Tiñoso y Pepe Tavares fuera cosa de todos los días; y, a decir verdad, sí era cosa corriente.
—¡Qué puta cruda! —exclamé nuevamente, pero ahora con cansancio.
—Bueno, también dicen que influye la claridad de la arena. Oye, Semion, ¿qué tonalidad crees que tendría el mar si el cielo fuera del color de la menstruación de tu madre?
—¡Qué puta resaca, coño! —contesté, pronunciando como un gachupín que se sodomiza con sus propios chorizos.
Agustín Rommel asintió con la cabeza y se llevó a la boca las últimas gotas de una botella de mezcal. El fascista hizo un gesto horripilante, el líquido estaba a punto de ebullición. Se limpió los granos de arena que le habían quedado alrededor de la boca y dijo con la botella en lo alto:
—Mientras más cerca del fondo, más cerca del cielo.
—Del infierno —corregí entre dientes, con la intención de ser oído, pero no comprendido.
El neonazi, fuera de sí, soltó el frágil cadáver de alcohol y fue a reunirse con sus amigos en las olas; ellos ya lo esperaban con el aguijón de una mantarraya bien escondido bajo la espuma de las aguas.
“De tus nalgas”, comentó “alguien” desde el interior de mi pantalón corto de baño. Había algo de Alberto Pincherle en esa voz; del perseguido por los fascistas, por supuesto.
Resaca, goma, mariposa negra, hang over... Si de algo estaba seguro en ese momento, era de que en cada cruda se corre el riesgo de perder la razón, de amanecer en un mundo en el que ya no se encuentra acomodo, una realidad en la que el tiempo —esa asquerosa forma a priori— no avanza como lo ha hecho siempre.
“Hay que estar siempre borracho. Todo radica ahí: es la única cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que destroza vuestras espaldas y os inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua.
”¿Y de qué? De vino o de poesía, a vuestro antojo, pero em-borrachaos.
”Y si alguna vez os despertáis en la escalinata de un palacio, en la verde hierba de un foso, en la mustia soledad de vuestro cuarto, habiendo disminuido o desaparecido la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, gime, rueda, canta y habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el reloj os responderán: ¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos martirizados por el Tiempo, emborrachaos, ¡emborrachaos constantemente! De vino o de poesía, a vuestro antojo” —dijo la Verga, parafraseando a un célebre dipsómano del siglo pasado.
País de la muerte, paraíso infernal.
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