La soberanía y el ovni. Alexander Wendt
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Con todo, este desprecio académico por los ovnis no se detiene aquí, pues se les niega incluso, de forma activa, su condición de objeto. La ufología es tachada de pseudociencia y se le reprocha minar los cimientos de la autoridad científica,7 mientras que los pocos científicos que se han interesado públicamente por los ovnis lo han hecho a un coste considerable. Por su parte, los Estados han desestimado la «creencia» en los ovnis tachándola de irracional (como queda de manifiesto en la pregunta: «¿Crees en los ovnis?»), mientras guardaban un significativo secretismo con respecto a sus propios informes.8 Con su liderazgo, el Estado establece una distinción entre los ovnis y otras anomalías, frente a las cuales la resistencia científica se explica por norma general en términos sociológicos.9 La negación de la existencia de los ovnis se nos antoja tan política como sociológica, más parecida a cómo la Iglesia católica rechazó las ideas de Galileo por considerarlas políticas que a las mofas con las que fue recibida en su momento la teoría de la deriva continental. En pocas palabras, obviar el fenómeno ovni y convertirlo en objeto de mofa y desprecio requiere un ingente trabajo. Tanto es así que podríamos referirnos a un «tabú ovni», una prohibición de tomarse en serio los ovnis en el marco del discurso público autorizado semejante a un mandamiento que podría rezar como sigue: «No te esforzarás en descubrir qué son los ovnis».10
Con todo, para las élites modernas no es necesario estudiar los ovnis porque se les suponen explicaciones convencionales —es decir, no extraterrestres—, ya sean bulos, fenómenos atmosféricos inusuales, fallos instrumentales, errores de los testigos o tecnologías secretas del gobierno. Los ciudadanos de a pie pueden creer que los ovnis son extraterrestres, pero, si nos acogemos al consenso científico, sabemos que no es así.
En el apartado siguiente impugnaremos esta reivindicación de saber. No lo haremos afirmando que los ovnis son extraterrestres, puesto que no tenemos la menor idea de lo que son (no en vano son por definición objetos «no identificados»). Pero se trata precisamente de eso. Científicamente, los seres humanos no saben si todos los ovnis tienen explicaciones convencionales, pero aun así prefieren mantenerse en la ignorancia.
Desde este punto de vista, el tabú ovni resulta absolutamente desconcertante. En primer lugar, si se descubriera que algún fenómeno ovni es en efecto extraterrestre, se trataría de uno de los acontecimientos más importantes de la historia humana y, por ello, lo lógico sería que dichos fenómenos se investigaran por más que las posibilidades fueran remotas. Esa lógica fue la que impulsó al gobierno estadounidense a financiar el proyecto seti (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, por sus siglas en inglés), con el que se buscan indicios de vida en torno a estrellas distantes. Dado que no contamos con ninguna prueba de que exista vida tan lejos, ¿por qué no estudiar los ovnis, que están mucho más cerca y sí dejan pruebas?11 En segundo lugar, los Estados parecen empeñados en «securitizar» cualquier clase de amenaza a sus sociedades o su gobierno.12 Dicha securitización a menudo permite la expansión del poder del Estado; entonces, ¿por qué no securitizar también los ovnis, que brindan posibilidades inéditas en este sentido? Por último, cabría mencionar la simple curiosidad científica: ¿por qué no estudiar los ovnis, como estudiamos cualquier otra cosa? En el peor de los casos podríamos aprender algo interesante sobre la Naturaleza. Sin embargo, y pese a todas estas razones de peso, las autoridades contemporáneas no han tratado seriamente de identificar los ovnis. Ello apunta a que la ignorancia en cuanto al fenómeno no es sólo una laguna en nuestro conocimiento, como puede serlo la cura del cáncer, sino algo que se reproduce de forma activa mediante el tabú.
Interpretando este tabú como síntoma en la línea de Nancy Tuana,13 nos proponemos indagar en la «epistemología de la ignorancia [con respecto a los ovnis]» o, dicho de otro modo, la producción de un (no) conocimiento sobre los ovnis y la importancia que ello tiene para la gobernanza moderna. Aquí, nos interesa especialmente el papel del Estado, aun reconociendo asimismo que esta historia también tiene que ver con la ciencia.14 Así pues, el enigma que abordaremos no es la pregunta típica de la ufología —«¿Qué son los ovnis?»—, sino: «¿Por qué las autoridades desprecian el fenómeno?». ¿Por qué no sólo se oculta la ignorancia humana sino que además se niega de forma tan rotunda? En síntesis, ¿a qué obedece este tabú? Estas preguntas se encuadran mejor en las ciencias sociales que en la ciencia física y no presuponen que ninguno de los fenómenos ovnis sea extraterrestre. Tan sólo que podrían serlo.
1. El informe oficial de la Fuerza Aérea belga puede consultarse en el Apéndice 2.
2. En la bibliografía disponible, esa cifra de cien mil casos es aproximada dado que no existe una base de datos completa.
3. Peter Sturrock, «Report on a Survey of the Membership of the American Astronomical Society Concerning the ufo Problem», Journal of Scientific Exploration 8 (1994): 1-45.
4. Carecemos del espacio necesario para defender este supuesto empírico clave en nuestra argumentación. Baste señalar que, pese a darse cierta variabilidad en el secretismo que rodea al fenómeno ovni, entendemos que la única excepción reseñable a este tabú podría darse en Francia (si bien se ha sugerido que la Unión Soviética mostró interés por los ovnis durante los últimos días del régimen). Desde 1977, el gobierno francés ha financiado discretamente el estudio de una selección de casos; ver Gildas Bourdais, «The Death and Rebirth of Official French ufo Studies», International ufo Reporter 31 (2007): 12-16. En su conjunto, dista mucho de constituir un esfuerzo sistemático para averiguar qué son los ovnis, pero a la luz de nuestro argumento merecería la pena examinar en detalle el caso francés (y quizá también el soviético).
5. El único estudio supuestamente científico de los ovnis realizado en Estados Unidos fue el «Informe Condon» de 1969, politizado y con errores metodológicos; Edward Condon y Daniel Gillmor, eds., Scientific Study of Unidentified Flying Objects (Nueva York: E.P. Dutton, 1969). Para críticas a este informe, ver David Saunders y Roger Harkins, ufos? Yes! Where the Condon Committee Went Wrong (Nueva York: World Publishing, 1968); J. Allen Hynek, The ufo Experience (Nueva York: Marlowe, 1972); James MacDonald, «Science in Default: Twenty-two Years of Inadequate ufo Investigations», en ufos — A Scientific Debate, ed. Carl Sagan y Thornton Page (Ithaca, Nueva York: Cornell University Press, 1972), 52-122; y Peter Sturrock, «An Analysis of the Condon Report on the Colorado ufo Project», Journal of Scientific Exploration 1 (1987): 75-100.
6. Cf. Lorraine Daston, ed., Biographies of Scientific Objects (Chicago: University of Chicago Press, 2000).
7. La actitud ortodoxa hacia la ufología queda perfectamente representada por la revista Skeptical Inquirer (con una circulación de 35.000 ejemplares), editada por el csicop (por sus siglas en inglés: Comité para la Investigación Científica de Testimonios de Actividad Paranormal). Ver T. Pinch y H. M. Collins, «Private Science and Public Knowledge», Social Studies of Science 14 (1984): 521-548.
8. Sobre la implicación del gobierno estadounidense en la problemática ovni, ver David Jacobs, The ufo Controversy in America (Bloomington: Indiana University Press, 1975), y Richard Dolan, ufos and the National Security State (Rochester, Nueva York: Keyhole, 2000).