Mujercitas. Louisa May Alcott
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The Pickwick Portfolio
20 de mayo de 18—
El rincón del poeta
ODA DE ANIVERSARIO
Una vez más, nos reunimos para celebrar,
con este rito, solemne y solidario,
en una sede que no podemos más que alabar,
nuestro quincuagésimo segundo aniversario.
Nadie nuestro pequeño club ha abandonado,
volvemos a vernos felices las caras;
hallándonos todas en perfecto estado,
nos estrechamos las manos entusiasmadas.
A nuestro querido Pickwick, siempre atento,
le damos la bienvenida con sumo respeto.
Él se pone las gafas y ocupa su puesto
y lee nuestro boletín con contento.
Aunque está resfriado y estornuda,
somos felices al escuchar tan sabia lectura.
La tos intenta volver su voz muda,
pero él siempre está a la altura.
El bueno de Snodgrass, alto y desgarbado,
con gracia elefantina en la sala
saluda a su equipo, tan entregado,
con una alegría que en el alma cala.
El fuego poético ilumina su mirada
y, aunque lucha por resistir,
lleva la ambición en la frente marcada
¡Y en su nariz, una mancha nos va a divertir!
Entra el tranquilo Tupman a continuación,
tan sonrosado, gordete y almibarado.
De risas llena la habitación
y de la silla cae al suelo azorado.
El remilgado de Winkle también acude a la reunión
Es un modelo de buena educación
y acude bien peinado y listo para la actuación
aunque lavarse la cara cada día le parece un tostón.
Ha pasado un año y seguimos funcionando,
y mientras recorremos el camino literario,
que gloria aporta a quienes lo van caminando,
reímos, leemos y compartimos escenario.
Larga vida tenga nuestro club amado,
que nada enturbie su existencia plácida
y que los años por venir sean un dechado
de bienaventuranzas y alegría compartida.
A. SNODGRASS
EL MATRIMONIO ENMASCARADO
UN CUENTO VENECIANO
Las góndolas iban llegando, una tras otra, a la escalinata de mármol, y sus elegantes pasajeros se sumaban a la brillante multitud congregada en los suntuosos salones de la residencia del conde de Adelon. Caballeros y damas, elfos y pajes, monjes y jovencitas, todos se mezclaban alegremente en el baile. Dulces voces y armoniosas melodías flotaban en el ambiente y, entre los mirtos y la música, el baile de máscaras continuaba.
—¿Ha visto Su Excelencia a lady Viola esta noche? —preguntó un galante trovador a la reina de las hadas, que atravesaba el salón cogida de su brazo.
—Sí. Está preciosa aunque parece triste. Ha elegido muy bien su vestido. Dentro de una semana, se casará con el conde Antonio, al que detesta con toda su alma.
—¡Por Dios, cómo envidio a ese hombre! Aquí viene, vestido de novio y con una máscara negra. Cuando se la quite, podremos ver cómo mira a la elegante dama cuyo corazón no puede conquistar, aunque su estricto padre le haya concedido la mano —comentó el trovador.
—Se rumorea que ella ama a un joven artista inglés que también la pretende y al que el viejo conde desprecia —apuntó la dama cuando se unieron al baile.
La fiesta estaba en su máximo apogeo cuando llegó un cura que, tras conducir a la pareja a un nicho cubierto de terciopelo púrpura, les pidió que se arrodillaran. La animada multitud guardó silencio de inmediato. No se oía nada, excepto el rumor de las fuentes y el ronquido de los recolectores de nade Adelon habló de este modo:
—Queridas damas y caballeros, disculpen que les haya convocado por medio de un engaño para celebrar la boda de mi hija. Padre, puede empezar con el servicio.
Todas las miradas se dirigieron a la pareja de novios y un murmullo de sorpresa se elevó de los invitados al observar que ni el novio ni la novia se quitaban las máscaras. La curiosidad se apoderó de todos, pero nadie dijo nada por respeto hasta que el rito sagrado hubo terminado. Entonces, algunos de los presentes más curiosos se reunieron en torno al conde y le pidieron una explicación.
—Os la daría con gusto, si pudiera; pero solo sé que éste es el deseo de mi querida y tímida hija Viola, al que me he plegado. Ahora, queridos míos, quitaos las máscaras para recibir mi bendición.
Sin embargo, la pareja no se arrodilló. El novio se quitó la mascara para dejar al descubierto el noble rostro de Ferdinand Devereux, el amante artista, contra cuyo pecho, en el que ahora resplandecía la estrella de un conde inglés, se apoyaba la adorable Viola, bellísima y radiante de felicidad. El joven habló en un tono que dejó perpleja a la concurrencia:
—Mi señor, me negó la mano de su hija aun cuando podía jactarme de poseer tan buen nombre y una fortuna tan vasta como el conde Antonio. Aún puedo hacer más, Estoy seguro de que su ambicioso corazón no podrá rechazar la oferta del conde de Devereux y De Veré, que está dispuesto a renunciar a SU antiguo nombre y a su inmensa riqueza a cambio de la mano de su amada, ahora convertida en su esposa.
El conde se quedó de una pieza. Ferdinand se volvió hacia los asistentes, que estaban pasmados, y añadió:
—En cuanto a ustedes, mis galantes amigos, deseo que vuestros compromisos matrimoniales prosperen como el mío y que conquistéis una novia tan hermosa como la que yo he conseguido en este baile de máscaras.
S. PICKWICK
¿Por qué el Club Pickwick parece la torre de Babel? Está