Amor inesperado. Elle Kennedy

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Amor inesperado - Elle Kennedy Love Me

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Solo quiero que ganéis. Que ganemos. —Y estamos tan cerca que casi noto el sabor de la victoria.

      Llevamos… mierda, ni siquiera sé cuánto hace que Harvard no gana el campeonato de la NCAA de hockey. De todos modos, no lo ha hecho durante mi liderazgo.

      —¿Cuánto hace que los Carmesí no ganamos la Frozen Four? —le pregunto a Aldrick, nuestro chico de estadísticas residente. Su mente es como una enciclopedia. Sabe cualquier trivialidad que exista sobre el hockey, por minúscula que sea.

      —1989 —confirma.

      —Ochenta y nueve —repito—. Hace casi tres décadas que no nos coronamos campeones nacionales. Los partidos del Beanpot no importan. La final de la liga no cuenta. Nos centramos en el premio de verdad.

      Barro la sala con la mirada de nuevo. Para colmo, McCarthy está mirando el móvil otra vez, y ni siquiera se molesta en disimularlo.

      —En serio, ¿sabes qué le estaban haciendo a mi polla cuando has convocado esta reunión? —se queja Brooks—. Había sirope de chocolate de por medio.

      Algunos de los chicos aúllan.

      —¿Y lo único que querías hacer era soltarnos este discursito digno de El Milagro? Porque, sí, lo entendemos —añade Brooks—. Tenemos que ganar.

      —Sí, tenemos que hacerlo. Y no necesitamos distracciones. —Le dedico a Brooks una mirada penetrante y, luego, hago lo mismo con McCarthy.

      El de segundo se alarma.

      —¿Qué?

      —Que también me refiero a ti. —Fijo la mirada en la suya—. Déjate de jueguecitos con la hija de Chad Jensen.

      La aflicción se refleja en su rostro. No me siento mal por delatar a McCarthy a quien sea que no lo supiera, porque estoy bastante seguro de que todo el mundo ya lo sabía y sus madres también. Lleva su rollo con Brenna como una insignia de honor. No habla del tema en los vestuarios como un cerdo, pero tampoco se calla la boca sobre lo guapa que es la chica.

      —Mira, no suelo deciros qué hacer con vuestras pollas, pero estamos hablando de unas pocas semanas. Seguro que las podéis tener guardaditas en los pantalones durante este tiempo.

      —¿Entonces no tenemos permiso para follar? —exclama horrorizado Jonah, uno de tercero—. Porque, si es así, me gustaría que fueras tú quien llamara a mi novia para informarla del tema.

      —Buena suerte, capitán. Vi es una ninfómana —añade Heath entre risas, en referencia a la chica de Jonah de toda la vida.

      —Espera un segundo. ¿Tú no saliste del bar con una pelirroja guapísima la otra noche? —pregunta Coby—. Porque no parece que hagas lo que predicas, hermano.

      —La hipocresía es la muleta del demonio —dice Brooks con solemnidad.

      Reprimo un suspiro y levanto una mano para que dejen de hablar.

      —No digo que no tengáis rollitos; solo quiero que no os distraigáis. Si no puedes organizarte con el rollo, no lo tengas. Jonah, Vi y tú folláis como conejos y nunca ha afectado a tu rendimiento sobre el hielo. Así que, por mí, seguid haciéndolo. Pero tú… —Echo otra mirada severa a McCarthy—. Tú la has liado durante toda la semana en los entrenamientos.

      —Qué va —protesta.

      Nuestro portero, Johansson, se une a la conversación:

      —Has fallado todos los tiros a puerta en el ejercicio de esta mañana.

      McCarthy se queda atónito.

      —Tú has parado todos mis tiros. ¿Me estáis echando esto en cara porque tú eres un buen portero?

      —Eres nuestro mejor marcador después de Jake —responde Johansson, y se encoge de hombros—. Tendrías que haber metido al menos un par.

      —¿Y por qué tiene que ser culpa de Brenna que haya tenido un mal día? Yo… —se calla de golpe y se mira la mano. Supongo que ha recibido una notificación.

      —Por Dios, acabas de confirmar lo que dice Connelly —ruge Potts, uno de nuestros delanteros—. Deja el móvil. Algunos de nosotros queremos que la reunión se termine ya para irnos a casa y abrirnos una cerveza.

      Me giro hacia Potts.

      —Hablando de cerveza… Bray y tú tenéis oficialmente prohibido asistir a fiestas de hermandades hasta nuevo aviso.

      —Venga ya, Connelly —se resiste Will Bray.

      —El beer pong es divertido, lo entiendo, pero vosotros dos tendréis que absteneros. Por el amor de Dios, Potts, te está saliendo barriga cervecera.

      Todos los ojos de la sala se posan en su torso. Lo lleva cubierto por una sudadera de Harvard, pero lo veo en el vestuario cada día. Sé lo que hay debajo.

      Brooks me chista con desaprobación.

      —No puedo creer que estés avergonzando a Potts por su cuerpo.

      Le frunzo el ceño a mi compañero de piso.

      —No lo avergüenzo. Solo señalo que todos esos torneos de beer pong lo ralentizan en la pista.

      —Es verdad —dice Potts, taciturno—. Últimamente, meto mucho la pata.

      Alguien se ríe.

      —No estás metiendo la pata —le aseguro—. Pero sí, podrías considerar dejar la cerveza un par de semanas. Y tú. —Es el turno de Weston—. Llegó la hora de la abstinencia para ti también.

      —Que te den. El sexo me da superpoderes.

      Pongo los ojos en blanco. Lo hago mucho con Brooks.

      —No hablo del sexo. Me refiero a esa mierda que tomas en las fiestas.

      Se le tensa la mandíbula. Sabe perfectamente a qué me refiero, igual que el resto de nuestros compañeros. No es un secreto que a Brooks le gusta consumir alguna que otra droga en las fiestas. Un porrito por aquí, una raya de cocaína por allá. Va con cuidado respecto a las cantidades y a cuándo lo hace, y supongo que el hecho de que la cocaína solo permanece en la sangre durante cuarenta y ocho horas también ayuda.

      Pero eso no significa que lo tolere. No es así. Pero decirle a Brooks lo que tiene que hacer es tan efectivo como hablar con una pared. Una vez, amenacé con decírselo al entrenador, pero Weston no estaba dispuesto a detenerme. Juega a hockey porque es divertido, no porque le encante el deporte y quiera convertirse en profesional. Podría dejarlo en un abrir y cerrar de ojos, y las amenazas no funcionan con alguien que no teme perder.

      No es el primero que tontea con las drogas ocasionalmente, y tampoco será el último. Aunque parece que es puramente recreacional y nunca toma en días de partido. Pero ¿y en la fiesta de después? Hagan sus apuestas.

      —Si te pillan con algo de material o no superas un análisis de orina, ya sabes lo que pasa. Así que, enhorabuena, vas a estar oficialmente limpio hasta después de la Frozen Four —le informo—. ¿Lo pillas?

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