E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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—Bueno… —comenzó ella mientras se preparaba para decirle adiós.
—¿Te gustaría cenar conmigo algún día? —preguntó Jeremy de repente.
Kirsten se quedó sin aliento, no esperaba una pregunta así. Pero le encantó que la hiciera.
—Me parece estupendo.
Se mordió de nuevo el labio inferior. No entendía qué le pasaba con ese hombre, le faltaban las palabras y lamentó no haberle dado una respuesta algo más original o sofisticada. Después de todo, era una mujer adulta y acababa de aceptar salir con aquel médico.
—¿Qué te parece mañana por la noche? —le preguntó él.
Era muy pronto.
Se quedó sin palabras. Comenzó a pensar en qué podría ponerse para la cena. Estaba deseando ver a qué restaurante la llevaría. No sabía si aquello era una buena idea, tenía muchas dudas, pero sabía que sólo había una respuesta posible.
—Perfecto.
—Entonces, mañana nos vemos.
Sintió decenas de mariposas en el estómago. No sabía por qué, pero estaba nerviosa e ilusionada.
Jeremy le pidió su dirección y ella le dio todos los detalles.
—Bueno, hasta mañana.
Se despidieron y ella colgó el teléfono. Se quedó absorta y pensativa unos minutos, con el móvil aún en la mano.
Se preguntó si estaría imaginándose la conversación que había tenido o si de verdad acababa de llamar al médico. No podía creerlo. Ese atractivo cirujano quería cenar con ella.
Comenzó a pensar en lo que podría ponerse para la cita. También le preocupaba no mantener una conversación interesante durante la cena. Esperaba no decir nada inapropiado.
No sabía por qué estaba tan nerviosa. Después de todo, era una mujer culta, había ido a la universidad y había trabajado desde entonces como contable. En esos momentos, no tenía trabajo, pero sabía que era sólo algo temporal. Tenía los conocimientos y el currículum necesarios para conseguir otro trabajo.
Alguien golpeó suavemente la ventanilla y el sonido la devolvió a la realidad. Vio que era Max. Quitó el seguro de la puerta para que pudiera entrar y guardó el teléfono móvil en su bolso.
—¿Con quién estabas hablando? —le preguntó Max mientras se sentaba y se ponía el cinturón.
—Con el doctor Fortune. Me ha invitado a cenar con él mañana por la noche y le he dicho que sí. ¿Podrás quedarte tú solo con Anthony?
Max la miró con el ceño fruncido.
—No me lo puedo creer.
—¿Qué es lo que no puedes creerte?
—¿Trajiste a Anthony ayer a la clínica para ligar con un médico? ¿Es algo nuevo?
—¿Qué quieres decir?
—¿Llevas mucho tiempo detrás del doctor Fortune?
—No digas tonterías, no estoy detrás de él. Apenas lo conozco, lo vi ayer por primera vez en el aparcamiento, ya te lo he dicho.
—Entonces ¿qué es lo que pasa?
No sabía cómo contestar esa pregunta. Le gustaba Jeremy Fortune y le atraía la idea de salir con él. Además, por alguna razón que no conseguía entender, ella también parecía gustarle a él.
—No pasa nada especial —repuso entonces—. Como te he dicho, apenas lo conozco.
—Es que nunca has salido con un médico, ¿no te parece que no estás a su altura?
Ella también lo creía, pero no pudo evitar sonreír. Le agradaba la idea de haber conseguido que ese hombre se fijara en ella y estaba deseando ir a cenar con él.
Creía que una parte de ella se sentía como si fuera una especie de Cenicienta. Ella no tenía un par de envidiosas hermanas que le recordaran que nunca podría llegar a convertirse en princesa, pero no las necesitaba. Para eso tenía a su hermano Max y sus propias dudas. Los comentarios de su hermano habían conseguido minar su confianza y temió haberse precipitado al aceptar la invitación del atractivo cirujano.
Pero decidió que no debía dejarse llevar por sus inseguridades, sino que debía disfrutar del momento.
Jeremy aparcó el coche frente a una casa de dos plantas en un tranquilo barrio residencial de Red Rock. El jardín no era como el que había visto en su sueño y la casa era mucho más vieja. No pudo evitar sonreír al darse cuenta de lo irracional que estaba siendo. Después de todo, no había ningún motivo para que se pareciera a la casa del sueño. Tenía que seguir recordando una y otra vez que sólo había sido un sueño, nada más.
Cuando vio a Kirsten en el aparcamiento de la clínica acercándose a él, no pudo evitar recordar a la mujer del sueño, tenía cierto parecido, pero eso había sido sólo una coincidencia. Creía que le habría atraído aunque no le recordara a la mujer del sueño. El parecido no había hecho más que hacerlo más receptivo y distraerlo de los problemas que lo abrumaban permanentemente.
Salió del coche y fue hasta la puerta principal. Cuando llamó al timbre, Max no tardó en abrir la puerta. Vio que lo miraba con el ceño fruncido. Lo invitó a pasar, pero no sonrió.
—¿Qué tal? ¿Cómo va todo? —preguntó Jeremy.
—Bien —repuso Max mientras cerraba la puerta—. Mi hermana no tardará en salir. Siéntese.
Jeremy miró a su alrededor. Todo estaba muy ordenado. Los muebles eran simples y sencillos, como la decoración. Había un sofá beis con cojines de brillantes colores. La pantalla de la lámpara de pie, de hierro forjado, hacía juego con los cojines y el resto de los muebles eran de madera oscura.
Sobre la chimenea había un par de candelabros con velas rojas y fotos de familia.
Era un salón acogedor y cálido. Había algo en la decoración que le decía que Kirsten estaba orgullosa de su casa.
Max se sentó en un sillón sin dejar de mirar el televisor. Estaba viendo un partido de baloncesto. Vio que había una cuna de viaje al lado del sillón. Anthony estaba tumbado en ella boca arriba, mirando absorto un móvil de pequeños dinosaurios y moviendo agitadamente las piernas.
—¿Quién juega? —preguntó Jeremy para intentar mantener una conversación con ese hombre.
Max estaba tan concentrado en el partido que tardó en contestar.
—Oklahoma contra Texas.
Se quedó en silencio, pensando en algo más que pudiera decir.
—¿Y cómo van?
—Van ganando los texanos por cinco puntos.
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