Manifiesto por una izquierda digital. José Moisés Martín Carretero

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Manifiesto por una izquierda digital - José Moisés Martín Carretero Urgentes

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vivienda y energía, y recibimos a la vez un dinero mensual para acceder a otras necesidades básicas como la comida y el ocio. ¿Esto quiere decir que todos disponemos de la misma cantidad de recursos? No, claro que no. Solo que percibimos esa «base» que nos permite vivir con dignidad, una base a partir de la cual cada quien puede luego obtener una mayor o menor recompensa en función de lo que aporte a la comunidad (dicho aparte, esta recompensa no tiene por qué tener forma de dinero). Tanto la pobreza extrema como la exclusión social fueron de raíz eliminadas.

      Las ganancias de productividad generadas por el progreso técnico sirvieron para facilitar reducciones paulatinas y continuadas del tiempo de trabajo (primero a 35 horas, luego a cuatro días semanales, luego a tres…) y han finalmente concluido en un proceso en el que la mayoría de los empleos es realizada por máquinas, dejando reservadas para el ser humano aquellas tareas que nos permiten enriquecernos como personas. Esto nos brindó recursos extra para tener mayor calidad de vida. El tiempo destinado al trabajo es sustancialmente menor al que hace cien años le dedicábamos, con lo que ahora podemos contar con largas horas para el ocio, la familia, la cultura, el enriquecimiento personal, la creatividad y el trabajo comunitario.

      Gozamos de muy buena salud gracias a técnicas de análisis genético que incluso antes de nacer nos ayudan a saber cuáles son las enfermedades que tenemos más probabilidades de contraer, luego de lo cual es posible llevar a cabo una modificación genética parar eliminar de plano esos riesgos. Durante toda nuestra vida permanecemos médicamente monitorizados en tiempo real a través de diferentes dispositivos, con lo que cualquier anomalía que en forma automática se detecte puede ser tratada al instante, ya sea vía medicamentos o a través de la regeneración de órganos. La aparición de nuevos virus es detectada al instante, y tenemos la posibilidad de «atajarlos» antes de que su propagación se inicie. Claro que estas tecnologías aumentaron dramáticamente nuestra esperanza de vida. Por eso, para evitar que la superpoblación se vuelva imposible de gestionar y pueda dañar incluso nuestro planeta, se consensuaron estrictas políticas de control de la natalidad y hasta de colonización de otros planetas y satélites. Estas restricciones a la procreación no fueron un problema: la necesidad de tener hijos propios se ha vuelto algo minoritario gracias a los cambios culturales que lentamente fueron modificando nuestras prioridades. Tampoco prima ya la idea de que reproducirnos representa en este mundo un objetivo prioritario.

      Realizando las modificaciones genéticas correspondientes también estamos en condiciones de elegir cómo queremos que nuestro hijo luzca. Pero no lo hacemos. A lo largo del siglo que pasó logramos ponernos de acuerdo en la idea de que los avances genéticos solo se utilizarían para evitar el desarrollo de enfermedades y no para la elección de determinadas características físicas, que por otro lado nos hubieran llevado a convertirnos en una especie de clones de seres físicamente perfectos. Entre todos llegamos a la conclusión de que es mucho más enriquecedor seguir contando con una sociedad de seres iguales pero diferentes: iguales en nuestros derechos y deberes, pero diferentes en nuestros colores, en nuestra altura, en nuestros rasgos y en nuestros intereses.

      Logramos detener el deterioro que estábamos provocando a nuestro medio natural e incluso hemos empezado a regenerar lo que habíamos dañado, recuperando espacios naturales que alguna vez habían sido ocupados por seres humanos. Todo esto fue posible gracias a un concepto urbano distinto, también gracias a entender que no era posible sostener un modelo basado en la extracción de recursos naturales finitos. Ahora hacemos uso de todos los materiales de los que disponemos en unos ciclos que nos permiten una y otra vez volver a emplearlos al final de su vida útil, y así los residuos que las diferentes actividades van dejando a su paso se convierten rápidamente en insumos de nuevos procesos productivos. El hidrógeno por fin pudo sustituir a todos los combustibles contaminantes, a esto se han sumado diversas vías para que podamos tener energía en nuestras casas.

      La igualdad entre hombres y mujeres es un hecho. La paridad de géneros finalmente se ha alcanzado, incluyendo también a las otrora llamadas sexualidades disidentes. La división sexual del trabajo quedó sepultada en el fondo de la historia, ahora todos podemos dedicarnos a lo que mejor nos resulte o a aquello que nos plazca y sin esos antiguos moldes que durante tantos siglos supieron segregarnos en compartimentos rosas y celestes. Muy atrás quedó aquel tiempo en el que por el deber de cumplir con las tareas de cuidado las mujeres experimentaban una doble y hasta triple jornada laboral: ahora la atención de los hijos y de los adultos mayores se reparte de una forma equitativa, en comunidad y con la ayuda del Estado.

      La educación es gratuita, para todos y en todas las etapas. Las diferencias entre unos y otros solo dependen de sus talentos y de sus deseos, lo que en todo caso se busca es que cada quien desarrolle al máximo su creatividad y las aptitudes que a lo largo de la vida le permitan enriquecerse. Hoy es posible identificar desde edades muy tempranas cuáles son las potencialidades de cada uno para llevar luego y con énfasis en ellas una educación personalizada que a lo largo de los años podrá ir complementándose con renovados intereses personales. Esta formación individual se integra con actividades grupales en las que se fomenta la construcción colectiva, los cuidados mutuos y el desarrollo de habilidades sociales.

      Las religiones que tantas guerras han provocado y tanto han condicionado el desarrollo del ser humano han desaparecido de la faz de la tierra. Las personas solo dejaron de tener la necesidad de atarse a «algo superior» después de comprender que en los momentos de debilidad y dudas el mejor compañero al que se puede aspirar no es otro que el propio ser humano, ese mismo ser humano que a lo largo de estos 100 años fue evolucionando hasta el punto de alcanzar mediante un amplísimo consenso una serie de nuevos y profundos valores universales.

      Las zonas que llamábamos «desfavorecidas» y «tercer mundo» han conseguido un desarrollo equivalente a las del resto del planeta después de años de políticas destinadas a garantizar la viabilidad de cultivos de alimentos y gracias a un acceso a las técnicas de producción y tecnología iguales a las del resto del mundo.

      Desaparecieron las fronteras, también la emigración motivada por las guerras o la pobreza. Ahora cada ser humano vive en la zona del planeta que le permite desarrollarse como persona según sus inquietudes y sus intereses. Todos hemos pasado a ser ciudadanos del mundo. Las diferencias de idioma tampoco suponen una barrera, ya que implantes en el cerebro nos permiten hablar y comprender casi cualquier expresión o palabra que alguna vez se haya pronunciado en la tierra.

      Nos movemos con suma facilidad y en poco tiempo gracias al desarrollo de nuevos medios de transporte que nos permiten recorrer cualquier país, y hasta movernos entre países en tiempos insignificantes (desde luego que estos medios de transporte son gratuitos para todos).

      Al contrario de lo que solíamos ver en películas futuristas, cada quien viste de una forma distinta, y las casas tienen cada una su decoración distintiva. En la sociedad actual cada ser humano busca desarrollar su propia personalidad: lo opuesto a un ejército de clones. La diferenciación individual nunca dejó de formar parte de nuestra naturaleza, y la expresamos a través de la diversidad y no de la desigualdad.

      Al desaparecer el hambre, las religiones, las fronteras y la necesidad acuciante de más y más fuentes de energía las guerras ya no existen. Aunque a decir verdad tampoco existen los países, ni los diferentes gobiernos que antes los encabezaban. Lo que ahora tenemos es un único parlamento y un único gobierno. Durante un momento particular del último siglo cobró vigor la discusión acerca de si los políticos debían o no ser reemplazados por robots. Fue descartada cuando se comprobó que estos últimos no eran capaces de mostrar los sentimientos, ni la empatía, ni la sensibilidad que hasta hoy resultan imprescindibles para hacerse cargo de la tarea pública. Para dirigir las diferentes áreas de este nuevo gobierno mundial elegimos periódicamente entre las personas que mayor preparación y conocimiento tienen sobre cada temática, involucrando en las discusiones a todos los habitantes de la tierra que lo deseen y estén preparados para debatir. Sin embargo, durante las asambleas los políticos sobresalen del resto por su capacidad de trabajo en equipo, escucha, empatía, sensibilidad y el conocimiento

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