Hijo secreto. Ким Лоренс
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–Gracias, Albert –el camarero se marchó.
–No recuerdo haberle pedido, en ningún momento, que se sentara conmigo.
Sam la observó detenidamente. Era la primera vez que se fijaba realmente en ella.
No era una de esas bellezas llamativas. Tampoco hacía nada para que lo fuera. Su atuendo era neutro y sencillo. Pero tenía unas bonitas facciones, dulces y delicadas, y un cuerpo realmente hermoso. El cuello largo y delgado era tremendamente tentador.
–No soy muy bueno en eso de los buenos modales.
–Yo sí –respondió ella con total clama–. Ayuda a evitar malentendidos.
Inmediatamente después de decir aquello, Lindy pensó que debería haber mantenido la boca cerrada. Aunque aquella mirada autosuficiente la crispara no tenía sentido que se pusiera tan a la defensiva.
–¿Podemos empezar de nuevo? Soy Sam Rourke y Hope me ha pedido que venga a buscarla –estaba claro que trataba de contener la rabia. No había hecho nada que justificara semejante actitud.
–Sé quién es usted, señor Rourke. Obviamente, absolutamente todo el mundo en este local sabe quién es usted y le aseguro que tanta curiosidad me provocaría una indigestión.
Tampoco a él le gustaba ser el centro de todas las miradas. Por regla general, cuando comía en algún lugar público, solía hacerlo en un reservado.
¿Qué le hacía pensar que le gustara tanta atención?
Lo que estaba claro era que su acompañante tenía una idea preconcebida de sus gustos y preferencias. Y, después de todo, ¿por qué decepcionarla?
Sam volvió la cabeza hacia un grupo de mujeres. Se rieron como si fueran unas colegialas. Él sonrió abiertamente, invitando al murmullo.
Rick, un miembro del equipo con el que solía trabajar Nick, se quedó muy confundido ante aquella actuación de Sam. Lo conocía desde hacía mucho tiempo y sabía que aquél no era su estilo.
La expresión de sus ojos al volverse a Lindy fue absolutamente cínica.
–Le preocupa tremendamente que haya alguien que no se esté fijando en usted –dijo ella.
Sam se dio cuenta, por el brillo que tenía en los ojos, que ella se sentía mucho mejor desde que sus sospechas habían sido confirmadas.
Sam era un profesional y sabía darle al público lo que quería ver.
–Por favor, dígame cómo se va a casa de mi hermana y le dejaré que coma tranquilamente. Un momento, tengo un cuaderno en el bolso.
–¿Tiene algún problema? –preguntó él.
Ella levantó la cabeza.
–¿Perdón?
–Sí, me gustaría saber si tiene algo personal contra mí.
–Le pediré su autógrafo, si eso le va a ayudar a vencer el ataque de ansiedad –una vez más, se arrepintió de la frase nada más haberla dicho. ¿Por qué estaba creando semejante hostilidad entre ellos? No era su modo de hacer las cosas.
–Escuche, puedo tolerar la frialdad británica, pero creo que acaba de incurrir en la mala educación. Escuche, ya me ha quedado claro que no le gusto. Pero yo le he dado mi palabra a Hope de que la llevaría salva y sana a su casa. No pienso darle ninguna indicación de cómo llegar allí. El único modo de llegar allí soy yo.
Lindy se puso furiosa.
–No tengo hambre.
–Según mi lógica deductiva, si lleva varias horas de viaje, necesitará comer.
La lógica deductiva era, por desgracia, completamente ilógica. ¿Por qué, si no, estaba montando aquel numerito espectacular? ¿Qué le impedía tener con Sam Rourke la misma actitud que tendría con cualquier persona a la que acabara de conocer?
Además, la langosta estaba deliciosa.
–¡Estoy llenísima! –dijo ella, después de acabar su ración.
Sam soltó una hermosa carcajada.
–Acaba de parecerse a Hope.
–Somos hermanas.
–Hasta ahora me ha resultado difícil creerlo.
–Hope es hermosísima –dijo Lindy, sin ninguna traza de celos. Lindy se sabía atractiva, pero jamás se había planteado competir con la extrema belleza de su hermana.
La verdad era que las tres hermanas se parecían mucho entre sí, no sólo en el físico, sino también en la forma de ser.
–No me refería a lo externo, sino a que Hope es muy cálida y espontánea…muy abierta.
–Yo no suelo ser muy efusiva con extraños –respondió ella en venganza por haberla llamado pescado frío.
–¿Nunca hace una tregua? –preguntó él–. Claro que sé que me va a responder que eso no es asunto mío. Mi cometido aquí es ejercer de guía y es lo que voy a hacer.
Ella bajó la cabeza.
–Lo siento. Creo que me he excedido.
–Gracias. No suelo provocar tanta violencia a las mujeres. A los hombres sí. Suelen decirme eso de nunca veo películas de ese tipo. Luego está el subtipo que trata de demostrarme que no soy tan duro como aparento en pantalla.
–¿Lo es?
–¡Vaya, un poco de interés! –dijo él con sorna–. ¿Qué ha ocurrido con la actitud de «no me impresiona usted para nada»?
Lindy no pudo evitar ruborizarse. Él respondió antes de que ella pudiera decir nada.
–No me dedico a hacer hazañas para impresionar a las damiselas. Tampoco podría arriesgarme a partirme la cara. Me da demasiado dinero –su tono era sarcástico y ligeramente cínico.
–Gajes del oficio. La gente tiende a confundir a la persona con los personajes que interpreta, aunque sean…
–Continúe –le pidió él.
–Aunque sean completamente planos y estereotipados –levantó la barbilla, tratando de no sentirse culpable por el crítico comentario que acababa de hacer.
Sam respiró profundamente.
–¡Vaya! –exclamó él, en una profusión de sincero dolor–. ¿No le parece que está siendo usted la primera culpable en juzgarme por los personajes que interpreto? Ya sabe, uno de esos tipos que siempre acaba con la rubia del brazo…
–En la cama, más bien –respondió ella, al recordar su última película. Sólo que recordó muchas cosas más, especialmente su torso, bien