Hijo secreto. Ким Лоренс
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–A lo mejor, resulta que soy un gran actor y no tengo nada que ver con mis personajes –sugirió él.
Ella sonrió distante.
–¿Quiere decir que, en realidad, no es un egocéntrico, narcisista?
–Bueno, no espere milagros. Pero, al menos, trataré de no llamarla «nena». Me va a costar, pero haré un esfuerzo.
–Vaya, me provoca usted un verdadero cargo de conciencia.
Lindy había visto a Sam en una película cómica y tenía que reconocer que era bueno. Pero, sin duda, le parecía mucho más atractivo cuando hacía de hombre duro, predecible y deleznable.
Lo que no podía obviar era que, a pesar de la imagen que proyectaba en pantalla, Sam Rourke era mucho más complicado que todo aquello.
–Bueno, doctora, creo que va a tener que aprender a relajarse en compañía de estrellas de la gran pantalla, puesto que va a estar rodeada.
–Lo tengo asumido –dijo ella.
La oferta de un trabajo como asesora médica en la película en la que estaba su hermana le había venido como caído del cielo. El médico que ocupaba su puesto anteriormente había tenido que marcharse. Aún no habían empezado a rodar ninguna de las escenas médicas.
Aquel cambio de ambiente sería para ella como una ráfaga de aire puro.
Acaba de dejar su trabajo en un hospital de Londres y necesitaba un poco de tiempo para saber qué debía hacer a partir de entonces.
–¿La gente no verá mal que haya conseguido ese trabajo por ser la hermana de Hope? –preguntó ella. De pronto, sentía cierta nostalgia de su casa.
–El nepotismo es uno de los modos más habituales de conseguir trabajo en este medio –afirmó Sam sin reparos.
–¿No me estará diciendo que aún funciona lo de acostarse con el director de la película para conseguir un papel? –sonrió ella.
–¡Qué inocente! Me refería al asesinato, la extorsión, el chantaje… pero los viejos métodos todavía funcionan… –se burló él.
Ella lo miró de reojo, con cinismo. No sabía si estaba bromeando o no.
Conseguir un trabajo en su campo le había resultado muy difícil. Sin embargo, aquel nuevo puesto lo había conseguido con mucha facilidad. Además, le pagarían muy bien por una tarea que no le parecía nada agotadora.
–Se limitaron a llamarme por teléfono y darme un billete de primera clase para venir hasta aquí –dijo ella.
–No, por favor, no se preocupe. Haré que trabaje mucho para ganarse el sueldo. ¿Ha sido un hombre?
Ella lo miró confusa.
–¿Un hombre? –de pronto, se dio cuenta de que Sam Rourke sería su jefe. ¡Podría haberse dado cuenta antes de arremeter contra él!
–Un corazón roto, una aventura insensata… ¿Ha sido algo así? No parece del tipo que… –la miró durante unos segundos. No era correcto decirle a ninguna mujer, por muy contenida que pareciera, que no parecía tener sangre en las venas.
–¿De las que pierde la cabeza por nadie?
–Sí, exactamente –afirmó él.
–No lo soy –afirmó ella.
No tenía intención alguna de contarle que sí había sido un hombre el causante de que tuviera que abandonar su trabajo. Simon Morgan.
Desde el primer momento, el médico jefe había mostrado un interés más que especial en ella. No le había seguido el juego, pero Morgan era otro de esos que se creen irresistibles y que considera que cualquier mujer debe caer rendida a sus pies.
Al principio, había creído que su rechazo era parte del juego que él quería jugar. Pero cuando finalmente había descubierto que no era así, las cosas se habían puesto francamente difíciles para ella.
Podría haber puesto una denuncia por acoso. Pero no era tan fácil. Aunque hubiera ganado, aquello podría haber arruinado su carrera.
–Deberíamos marcharnos –dijo ella.
Rick se acercó a ellos.
–Nos vemos mañana, Sam –Rick era un joven delgado, pelirrojo. Miraba a Lindy con curiosidad.
–Es la nueva asesora médica, Rick –respondió Sam a la tácita pregunta que no se llegaba a formular.
–Encantado –dijo Rick con una amplia y amigable sonrisa–. Por favor, no me lo tenga despierto hasta muy tarde. Mañana empezamos a rodar a primera hora. Hasta mañana.
Sam y Lindy siguieron la figura del joven hasta que desapareció por la puerta.
–¿Un actor?
–Del equipo técnico.
–No pensaría que nosotros… –preguntó ella incómoda.
–No lo creo –dijo Sam mientras pagaba con la tarjeta de crédito–. No es usted mi tipo.
–¡Qué crueldad la suya, arruinar todas mis fantasías adolescentes con una afirmación tan rotunda! –respondió ella con toda la ironía que correspondía mientras se dirigían a la puerta.
Llegaron junto al coche que había alquilado Lindy para llegar hasta allí.
Sam abrió el maletero.
–Debería haberlo cerrado con llave –fue sacando todas las maletas.
–¿Qué se supone que está haciendo?
–El estudio le proporcionará otro coche. Vendrán a recoger éste.
Se metieron en el coche de él y se pusieron en marcha.
–¿Está muy lejos?
–A unos veinte minutos –giró hacia la derecha y entró en una carretera algo tortuosa–. Hope ha encontrado una casa muy interesante.
–Me dijo que estaba junto al mar –Lindy trató de recobrar el optimismo y la emoción que había sentido la primera vez al saber que trabajaría allí.
–Sí.
–¿Está trabajando? –preguntó ella.
Sam la miró de reojo.
–No hay rodaje hoy.
–Pero supuse…
–Dije que no podía ir a recogerla, no que estuviera trabajando.
Había algo indefinible en su voz.
–Bueno, pues ¿qué es lo que está haciendo?
–Algo