Rebelión en la granja. George Orwell

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Rebelión en la granja - George Orwell

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día que esos potentes músculos tuyos pierdan su fuerza, Jones te venderá al matarife que te cortará la garganta y pondrá a hervir tu carne para alimentar a los perros de caza. En lo que respecta a los perros, cuando estos envejecen y pierden los dientes, Jones ata un ladrillo alrededor de sus cuellos y los ahoga en la laguna más cercana.

      «No está clarísimo, entonces, compañeros, ¿que todos los males de nuestras vidas provienen de la tiranía de los seres humanos? Hay que deshacerse del Hombre para que el producto de nuestro trabajo nos pertenezca. Podríamos ser ricos y libres de la noche a la mañana. ¿Qué debemos hacer, entonces? Pues bien, trabajar día y noche, con cuerpo y alma, ¡para derrotar al género humano! Ese es mi legado para ustedes, compañeros. ¡Rebelión! No sé cuándo llegará esa Rebelión; podrá ser en una semana o en cien años más, pero tengo la certeza, tan real como la paja bajo mis pies, que tarde o temprano se hará justicia. Concéntrese en eso, compañeros, durante todo el corto período de sus vidas y, sobre todo, transmitan mi mensaje a aquéllos que vendrán después, para que las generaciones futuras continúen luchando hasta vencer.

      «Les recuerdo, compañeros, que no deben flaquear, que no deben dejarse convencer con falsos argumentos. No presten oídos cuando les digan que el Hombre y los animales tienen intereses comunes, que la prosperidad de uno acarrea la prosperidad de los otros. Son mentiras. El Hombre no busca el beneficio de ninguna creatura, excepto el suyo. Deseo que haya una unión perfecta entre nosotros, los animales; un perfecto compañerismo para la lucha. Todos los hombres son nuestros enemigos; todos los animales son nuestros compañeros».

      En ese momento se produjo una inmensa conmoción. Durante el discurso de Mayor, cuatro grandes ratas habían salido cautelosamente de sus cuevas y, sentadas sobre sus patas traseras, lo escuchaban con atención. Los perros las habían descubierto de pronto y solamente lograron salvar sus vidas porque volvieron a entrar a sus cuevas con gran celeridad.

      Mayor alzó su pata para pedir silencio.

      –Compañeros –advirtió–, aquí hay algo que debemos dejar en claro. Las creaturas salvajes como las ratas y los conejos, ¿son amigos o enemigos? Sometámoslo a votación. Propongo esta consideración a la asamblea: ¿Son las ratas compañeras nuestras?

      Se contaron los votos de inmediato y se acordó por abrumadora mayoría que las ratas eran compañeras. Hubo solamente cuatro votos disidentes: los tres perros y la gata, la cual según se descubrió más tarde, había votado en ambos sentidos. Mayor continuó diciendo:

      –Tengo muy poco más que decir. Simplemente reitero que deben recordar siempre su deber de tratar como enemigo al Hombre y todo lo relacionado con él. Todo el que se desplaza en dos patas es un enemigo. Todo el que se desplaza en cuatro patas o tiene alas, es un amigo. Recuerden también, que en la lucha contra el Hombre no debemos llegar a parecernos a él. Incluso cuando lo hayan vencido, no adopten sus malas costumbres. Ningún animal debe vivir jamás en una casa, usar ropa, beber alcohol, fumar tabaco, manejar dinero, o hacer negocios. Todas las costumbres del Hombre son perniciosas. Por sobre todas las cosas, ningún animal debe jamás oprimir a sus semejantes. Débiles o fuertes, inteligentes o ingenuos, somos todos hermanos. Ningún animal debe dar muerte a otro animal. Todos los animales son iguales.

      «Ahora, compañeros, les contaré sobre mi sueño de anoche. No se los puedo describir; era un sueño sobre cómo será la Tierra cuando el Hombre haya desaparecido. Pero les puedo contar que me hizo recordar algo que hace mucho tiempo había olvidado. Hace muchos años, cuando yo era un pequeño lechón, mi madre y las demás cerdas solían cantar una antigua canción de la cual conocían solamente la melodía y las primeras tres palabras. Durante mi infancia yo me sabía la melodía, pero hace ya mucho tiempo que la había olvidado. Lo extraño es que anoche esta se me presentó en sueños, y lo que es más, también apareció la letra. Una letra que, estoy seguro, era cantada por los animales de antaño y había estado perdida por varias generaciones. Les cantaré esa canción ahora, compañeros. Soy viejo, y mi voz ha enronquecido, pero una vez que se las haya enseñado, ustedes la podrán cantar mejor que yo. Se llama Bestias de Inglaterra.

      El viejo Mayor carraspeó y comenzó a cantar. Tal como lo había dicho, su voz era ronca, pero cantó bastante bien. Era una melodía conmovedora, un poco entre Clementine y La Cucaracha. La letra decía así:

      Bestias de Inglaterra, Bestias de Irlanda,

      bestias de todos los países y regiones,

      escuchad ahora las buenas nuevas

      del maravilloso tiempo que vendrá.

      Tarde o temprano llegará el momento

      en que el humano tirano será vencido.

      Sólo las bestias recorrerán

      los fértiles campos de Inglaterra.

      No más anillos en las narices,

      no más arneses en las espaldas,

      el freno y la espuela por siempre olvidaremos,

      y nadie más sufrirá por el látigo cruel.

      Riquezas increíbles,

      trigo, cebada, avena y heno,

      trébol, granos y rojas remolachas

      serán nuestros ese día.

      Brillarán los campos ingleses,

      sus aguas serán cristalinas

      dulcemente soplarán sus brisas,

      el día que seamos libres.

      Por ese día trabajemos todos,

      y aunque la muerte llegue antes del amanecer,

      las vacas, caballos, gansos y pavos,

      juntos deben luchar por la libertad.

      Bestias de Inglaterra, Bestias de Irlanda,

      bestias de todos los países y regiones,

      escuchad ahora las buenas nuevas

      del maravilloso tiempo que vendrá.

      El mero hecho de cantar esta canción produjo una enorme agitación entre los animales. Casi antes que Mayor llegara a la última estrofa, ellos ya la estaban coreando. Hasta los más tontos del grupo se habían aprendido la melodía y unas cuantas palabras. Los inteligentes, por su lado, como los cerdos y los perros, se habían aprendido de memoria toda la canción al correr de pocos instantes. Luego, después de algunos intentos preliminares, la granja entera entonó el himno Bestias de Inglaterra en una ejecución tremendamente armoniosa. Las vacas la mugieron, los perros la aullaron, las ovejas la balaron, los caballos la relincharon, los patos la graznaron. Estaban tan encantados con la canción, que la cantaron cinco veces de principio a fin y podrían haber seguido entonándola toda la noche, de no haber sido interrumpidos.

      Desgraciadamente el barullo había despertado al señor Jones, quien saltó raudo de su cama pensando que había un zorro en el patio. Tomó la escopeta que mantenía todo el tiempo apoyada en un rincón del dormitorio y con ella lanzó una descarga de perdigones número seis hacia la oscuridad de la noche. Los perdigones se enterraron en el muro del establo y la reunión terminó apresuradamente. Todos se dirigieron velozmente a sus respectivos lugares. Las aves saltaron hacia sus perchas, los animales se

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