Teoría feminista 03. Celia Amorós
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A este respecto, la lingüista Violeta Demonte afirma que no hay en las lenguas humanas una correlación entre el género gramatical y las características sexuales: existen lenguas en las que la marca de género gramatical se basa en otras distinciones, tales como animado/inanimado, humano/no humano, racional/no racional, o personal/no personal; sin embargo,
…en las lenguas indoeuropeas, en las cuales se señalan desde muy pronto las diferencias de género gramatical, existe alguna conexión —aunque con muchos matices— entre el género de los sustantivos y el sexo de sus referentes y, más específicamente, entre género gramatical y propiedades estereotipadas de sus referentes. […] Esas diferencias entre las lenguas revelan que no hay una propiedad intrínseca de las lenguas humanas, pero implican también que las lenguas que posean esta correlación ofrecerán un campo interesante de contrastación para la hipótesis de que la discriminación sexual puede estar de alguna manera gramaticalizada4.
De la misma forma, J. Greville Corbett, después de examinar más de doscientas lenguas, afirma que el número de géneros no se limita a tres; «cuatro es bastante común y veinte es posible»5. Por tanto, el término género es enormemente versátil en la lingüística, lo que le despoja de cualquier sombra de determinismo biológico.
La propia Demonte subraya el hecho de que en las lenguas que tienen género gramatical, la clasificación de ciertos sustantivos para designar al conjunto de individuos —tanto de sexo femenino como masculino— se marca con género masculino. La autora se plantea, en consecuencia, si la adopción de términos denominados «genéricos» ha estado o está determinada desde el punto de vista del sexo. Aunque señala que sigue siendo objeto de controversia entre los especialistas si la adopción originaria del genérico masculino obedecería sólo a razones lingüísticas o existirían otro tipo de causas, Demonte sostiene que en el origen de ciertas clasificaciones de la gramática están presentes los significados sociales de género. En apoyo de su tesis, la autora cita el ejemplo de una gramática inglesa de 1898 en la que su autor recomienda que «el principio general sea el de dar el género masculino a las palabras que sugieran ideas tales como fuerza, fiereza, terror, mientras que el género femenino se asociará a las ideas opuestas de amabilidad, delicadeza y belleza, junto con la fertilidad»6. Hay que reconocer, por tanto, como señala la antropóloga feminista Virginia Maquieira, que «los usos de la gramática pueden operar muy fuertemente en favor de la discriminación.» También para la historiadora J. W. Scott, «en gramática, el género es la manera de clasificar a los fenómenos, un acuerdo social acerca de los sistemas de distinciones, más que una descripción objetiva de rasgos inherentes».
2. CONSTITUCIÓN DEL GÉNERO COMO CATEGORÍA ANALÍTICA EN KATE MILLET Y GAYLE RUBIN
Fue el médico John Money en 1955 quien tomó el término «gender» de la lingüística y lo aplicó a la sexualidad cuando estudiaba los problemas de hermafroditismo en el Hospital de la John Hopkins University. Unos años más tarde, el psiquiatra Robert Stoller utilizó el concepto de «identidad de género» en el Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en 1963, y en su obra Sex and Gender, publicada en 1968, afirmó: «El vocablo género no tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural. Los términos que mejor corresponden al sexo son «macho» y «hembra», mientras que los que mejor califican al género son «masculino» y femenino; éstos pueden llegar a ser independientes del sexo (biológico)». La idea de que no tiene por qué existir una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo y género y que, por tanto, su desarrollo puede tomar caminos independientes será recogida en la obra Política sexual de Kate Millet, publicada en 1970, quien cita este texto de Stoller y dice estar de acuerdo con él en la idea de que el papel genérico depende de ciertos factores adquiridos, independientes de la anatomía y fisiología de los órganos genitales.
Aunque se considere un instinto la tendencia sexual de los seres humanos, es preciso señalar que esa importante faceta de nuestras vidas que llamamos «conducta sexual» es el fruto de un aprendizaje que comienza con la temprana «socialización» del individuo y queda reforzada por las experiencias del adulto. […] La influencia que ejercen sobre nosotros las normas patriarcales sobre el temperamento y el papel de los sexos no se deja empañar por la arbitrariedad que suponen. Tampoco plantean cuestiones debidamente serias las cualidades privativas, contradictorias y radicalmente opuestas entre sí que imponen a la personalidad humana lo «masculino» y lo «femenino». Bajo su égida, cada persona se limita a alcanzar poco más, o incluso menos, de la mitad de su potencialidad humana. Ahora bien, desde el punto de vista político, el hecho de que cada grupo sexual presente una personalidad y un campo de acción restringidos pero complementarios está supeditado a la diferencia de posición (basada en una división de poder) que existe entre ambos. En lo que atañe al conformismo, el patriarcado es una ideología dominante que no admite rival; tal vez ningún otro sistema haya ejercido un control tan completo sobre sus súbditos7.
Desde luego Millet no se inspira sólo en la obra de Stoller, sino que conoce bien la obra de Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, publicada en 1949 y en la que, al hacer de la noción de «mujer» una categoría cultural («No se nace mujer, se llega a serlo»), esta utilizando implícitamente la categoría de género, sobre todo en su dimensión de identidad genérica, aunque sin llegar a tematizarla. Ya en la propia obra de K. Millet las virtualidades de la categoría «género» empiezan a aplicarse al análisis literario: las obras de autores como H. Miller, D.H. Lawrence y N. Mailer son contempladas bajo una nueva luz. Esta misma indagación será realizada a partir de entonces por otras teóricas feministas no ya sólo sobre obras literarias y artísticas, sino también sobre textos de historia y filosofía, poniendo de relieve que la opresión de las mujeres puede, o bien tematizarse de forma ostensible (hay muchos ejemplos en autores de la Ilustración), o bien manifestarse en forma de exclusión o de invisibilización; a esto se le ha denominado sacar a la luz el «subtexto genérico».
Por tanto, me parece imprescindible destacar el hecho de que, cuando aparece la noción de género en la teoría feminista, lo hace vinculada a la división de poder y al patriarcado. Esto coincide con la tesis, sostenida por Mary Hawkesworth, de que la primera virtualidad que tuvo el concepto de género fue la de deconstruir la «actitud natural», actitud que podría resumirse en estos supuestos: sólo hay dos géneros; el sexo corporal genital es el signo esencial del género; la dicotomía macho-hembra es natural; todos los individuos deben ser clasificados como masculino o femenino y cualquier desviación ha de considerarse como patológica8.
El siguiente paso en la consideración del género lo dio la antropóloga americana Gayle Rubin, quien propone la denominación de «sistema de sexo-género» (sex-gender system), en un célebre artículo publicado en 1975 y titulado «The Traffic in Women: Notes on the «Political Economy» of Sex»9, para suplir las carencias que, en su opinión, presentaban los tres referentes conceptuales presentes en el momento en que escribe su ensayo: el marxismo, el psicoanálisis y la teoría de Lévi-Strauss sobre las estructuras de parentesco. De esta forma, Gayle Rubin intentó poner los cimiento de una teoría que pudiera explicar la opresión de la mujer en su «infinita variedad y en su monótona similitud.»
En primer lugar, Rubin constata que Marx explica claramente la utilidad que ofrece la opresión de las mujeres para el capitalismo como elemento fundamental para la reproducción y el mantenimiento del trabajador y, por tanto, para la creación de la plusvalía. «El trabajo del hogar constituye un elemento clave en el proceso de reproducción del trabajador de quien se obtiene la plusvalía». Ahora bien, esa utilidad de las mujeres para el capitalismo no explica la génesis de la opresión de la mujer. Únicamente en la obra de Engels