Teoría feminista 03. Celia Amorós
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Teoría feminista 03 - Celia Amorós страница 9
Fraser nos ofrece la posibilidad de pensar las identidades sociales como complejas, cambiantes y construidas discursivamente.
Han sido tejidas a partir de una pluralidad de descripciones diferentes que surgen de prácticas de significación diferentes. Por lo tanto, nadie es simplemente una mujer; somos, por ejemplo, mujer, blanca, judía, de clase media, filósofa, lesbiana, socialista y madre. Adicionalmente, puesto que todos actuamos en una pluralidad de contextos sociales, las diversas descripciones que comprenden la identidad social de cualquier individuo, entran y salen del centro de atención. Por lo tanto, no se es siempre una mujer en el mismo grado; en algunos contextos el ser mujer figura de manera fundamental en el conjunto de descripciones según las cuales actuamos; en otros, es algo periférico o latente44.
Esta concepción de la identidad, basada en el enfoque pragmático del discurso, es la que ella propone como alternativa, por una parte, frente a las concepciones reificadas y esencialistas de la identidad de género y, por otra, frente a las negaciones o dispersiones de la identidad. Sin embargo, para Seyla Benhabib esta concepción podría plantear problemas en lo que respecta al «yo» individual, sobre todo porque puede no existir acuerdo en la forma en la que la identidad de raza, de género y de clase social deben engarzarse para confluir en un solo yo.
Raramente, por no decir nunca, se plantea la cuestión de qué entendimiento del yo se debe presuponer para conceptualizar la confluencia de estas identidades. ¿Son éstas aditivas? ¿Son como ropajes superpuestos que los actores sociales pueden ponerse o quitarse? ¿Cómo las experimenta una mujer que es, en sí misma, una totalidad concreta que las reúne todas en una única historia vital? Las categorías de raza, género, clase son distinciones analíticas en el nivel de la teoría; en cualquier investigación social, histórica y cultural concreta debemos mostrar cómo llegan a constituirse conjuntamente como aspectos de las identidades de individuos específicos.[…] Dentro del actual panorama teórico de fragmentación y multiplicidad, la cuestión de la unidad del yo raramente se plantea. Este problema no es sólo de interés teórico; a menudo esas identidades existen en conflicto unas con otras. Las exigencias normativas que pesan sobre las identidades individuales de raza/ género/ clase y sobre otras dimensiones constituyentes del yo pueden estar en conflicto y, de hecho, pueden ser irreconciliables45.
En definitiva, para Benhabib sólo en la medida en que la teoría feminista sea capaz de desarrollar un concepto de agency normativa fuerte para discriminar entre esas identidades o dimensiones en conflicto, podrá seguir teniendo la agudeza crítica que ha mostrado en tantas ocasiones.
En Europa, la socióloga feminista francesa Christine Delphy no se opone tampoco a la utilización del concepto de género, siempre que se delimite claramente y que complemente al de patriarcado. Para Delphy los conceptos de «género», «patriarcado» y «opresión de las mujeres» son sólo diferentes aspectos del mismo fenómeno. La utilización del término «opresión» en los años 70 tuvo un valor simbólico y la sociedad lo comprendió muy bien; no se trataba de mejorar la situación de las mujeres en el marco de un «programa social», sino de la rebelión de todo un grupo social. «Patriarcado» es un término que designa el sistema de opresión de las mujeres. Tiene un sentido analítico (designa a un sistema y no a un conjunto de coincidencias) y sintético (se trata de un sistema político). El «género» es el sistema de división jerárquica de la humanidad en dos mitades desiguales. Según esta acepción del término, la jerarquía es tan importante como la división y para Delphy «género» puede utilizarse como sinónimo de patriarcado46.
Entre las feministas españolas, la filósofa Celia Amorós está también en contra de eliminar el concepto de «patriarcado» porque considera, a diferencia de Rubin, que tanto éste como el de «sistema de género-sexo» son ideas que no poseen la misma significación, ya que si existiera un sistema igualitario (lo que, según Rubin, es posible en teoría), no produciría la marca de género, ya que ésta no es sino el signo de la pertenencia a un grupo social con determinadas características y funciones. La socialización de género, dice Amorós, tiende, en primer lugar, a inducir una identidad sexuada, determina un rango distinto para hombres y mujeres y prescribe un rol sexual. El patriarcado consiste, fundamentalmente, en un sistema de dominación que se constituye mediante mecanismos de autodesignación que marcan la pertenencia al conjunto de dominadores y, correlativamente, mediante el de la heterodesignación, de las dominadas.
C. Amorós está convencida de que un sistema como el patriarcado no puede desaparecer de un día a otro, como postulan las pensadoras de la «diferencia sexual» sólo por el hecho de que algunas mujeres decidan no tenerlo en cuenta.
Tanto el sistema de género-sexo como el patriarcado tienen que ser «irracionalizados» por la teoría feminista para ser superados, y para ello es preciso plantearnos una nueva concepción del sujeto. «Es un concepto, pues, que debe ser adjetivado y contextualizado»; el prescindir de él hace que las feministas nos quedemos sin concepto alguno que dé cuenta, «distinta y cabalmente, de la dominación que ejerce el conjunto de los varones sobre las mujeres. A la vez somos conscientes de que el concepto requiere, para ser operativo, ciertas redefiniciones (…) Las grandes dificultades en que se encuentra la teoría política feminista de orientación postmoderna para reconstruir algo así como una identidad colectiva “mujeres” (…) están íntimamente relacionadas con el abandono del concepto de patriarcado por totalizador, “ahistórico” y “esencialista”»47.
De forma que será preciso efectuar una «re-significación» no sólo del concepto de género sino también del de patriarcado, si queremos avanzar en la reconstrucción del sujeto y no caer en una concepción del género donde «cabe todo». Amorós afirma que la conciencia feminista puede distanciarse de identidades adscriptivas, como la del género (identidad que, para la autora, «es la más cardinal y constrictiva de nuestras identidades»48) para re-significarlas y, así, transformarlas. La autora cree que puede hablarse de patriarcado como de un «conjunto práctico» en el sentido del Sartre de la Critique de la Raison Dialectique, es decir, que se constituye mediante un sistema de prácticas reales y simbólicas. Según esta autora el patriarcado es «un conjunto meta-estable de pactos —asimismo meta-estables— entre los varones por el cual se constituye el colectivo de éstos como género-sexo y, correlativamente, el de las mujeres»49. De esta forma evita cualquier tipo de unidad ontológica (un conjunto práctico no puede tenerla) o cualquier posible esencialización de «lo femenino» o «lo masculino» y pone de manifiesto que «la construcción social de los géneros, tal como nos es conocida no es sino la construcción misma de la jerarquización patriarcal.»
Cristina Molina, por su parte, cree que el feminismo ha de tener ante este concepto una actitud doble; por un lado, «ha de armarse contra el género, en la medida en que el género es un aparato de poder, es normativo, es heterodesignación; pero ha de pertrecharse con el género como categoría