Latinoaméroca en gotas. Mario Diego Peralta
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Mario Diego Peralta Bahl
Latinoamérica en gotas / Mario Diego Peralta Bahl. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-1118-8
1. Crónica de Viajes. I. Título.
CDD 910.4
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Dedicado a Homero
Agradecimientos
A Sil, mito y leyenda en gestión, por recrearlos en cada ilustración.
A Sofi, por sus diseños de portada.
A Magu, por cuidarnos a todos en medio de la pandemia.
A la familia que hizo el aguante.
A los amigos que estuvieron y acompañaron en este viaje.
A
Gabriela,
Timo,
Moni,
Fede,
Mariana,
Cacho,
Vicky,
Nico,
Dani,
Miryam,
Fabri,
Ary,
Bárbara,
Tricio,
Juan y
Facu,
por regalarme una primera lectura.
Selfi
Me dispongo a escribir pero no sé qué saldrá, ni para qué, ni a quién podrá venirle bien leerlo. En principio, quizás el que más lo esté necesitando, al que realmente lo ayude a divertirse y a relajarse, es a mí.
No será esta una crónica de viajes escrita mientras deambulo por ahí. Este libro intenta abrir un espacio sobre los viajes que hice por Latinoamérica durante diez años, con un yo modificado con el correr del tiempo, golpeado por pérdidas y transformado por el tránsito de una enfermedad. El relato surgirá de un momento histórico único, distinto al de cada viaje. Eso me intriga, ¿cómo lo haré? Para expresarlo en términos financieros, trabajar sobre el valor actual de todas esas experiencias. ¿Resultará interesante? Traerlas a hoy, al momento de escribirlas, para devolverlas en un pasado cambiado, quizás muchas de las ciudades sobre las que hablaré, con el correr del tiempo, ya estén modificadas, por lo tanto queda abolida en este instante toda pretensión de escribir una guía de viajes.
Latinoamérica me divierte. Hay similitudes culturales que me acercan y excitan. Como todo porteño, según el criterio de algunos otros latinos conocidos, culturalmente debo haber alimentado esa especie de “rey en la panza”, aunque me resista y crea que no soy digno de autodefinirme como el típico porteño, seguramente tengo mucha de esa boludez, de ese egocentrismo de ciudad capital que lejos está de enorgullecer a nadie, porque el “rey en la panza” no es de argentinos, es de porteños. Desde una Buenos Aires que cuando “se hace la linda” se maquilla de europea y nunca hace mención del parecido de nuestro microcentro con algunas partes del centro histórico de Río de Janeiro, porque parece que la comparación no sumara, aun siendo Brasil el país más grande de la región; parece que no garpara, como si conocer las miserias de alguien imposibilitaran el amor, cuando en verdad lo favorece. No hay enamoramiento sin respeto a las debilidades del otro. ¡Cuidado! De tus miserias te cuido, de tus poquedades quizás me enamore. Los arquitectos, ingenieros y diseñadores que habitaron una misma época en distintos países sudamericanos seguramente estaban influenciados por la mirada estética dominante y puesta la vista en esa meca; los modelos arquitectónicos se repiten en muchos países. Seguramente que es así, no obstante si algún vecino de Buenos Aires recibiera el comentario de lo parecida que es la avenida de Mayo a la Gran Vía madrileña, o alguna zona de Recoleta lo es a algún barrio de París, sería tomado con mayor agrado que si le mencionaran lo parecido de las villas porteñas con las favelas cariocas o los cantegriles uruguayos (con sus características propias, porque la pobreza en Latinoamérica no tiene una única cara, no sale en una única foto). Y me suena lógico que la miseria no enorgullezca; como si fuera la lógica la que explicara este tan “ilógico” fenómeno que nos iguala en toda Latinoamérica. La pobreza no es lógica ni digna, es irracional, es un animal que se come la vida y los sueños de mucha gente.
Su lado moderno, sus barrios de moda, sus villas, su estado presente y ausente a su estilo, su política turbulenta, sus inestables economías, su gente, su historia, sus maneras de contar y autoflagelarse o segregarse mutuamente, todo eso yo lo conozco y me resulta culturalmente atractivo. ¿Puede alguien pretender subjetividad en su relato sobre alguna cultura sin tomar en cuenta que la propia lo está condicionando en su modo de ver y sentir? Se me ocurre pensar que la inseguridad en América Latina puede ser un tema común tanto para un alemancito como para un porteñito, pero no es la misma manera de vivirla y sentirla, conforme no solo las nacionalidades y qué tan acostumbrados están uno y otro a convivir con pobreza y estados pobres, sino a la propia experiencia que cada uno tuvo en el tema. Si me hubieran robado violentamente en alguna ciudad, seguro habría dejado una forma de ver, una especie de filtro, especial, mía, propia, miope; o si hubiera quedado sin nada en Brasil, porque algún oportunista se llevara mi descuido junto con todos mis documentos y dinero en una playa de Ipanema, quizás mi manera de ver estaría empañada por la ira de la situación. Si además, a ese personaje le sumáramos que bien podría haber estado pasando por alguna situación especial personal, la cercanía de la muerte de su padre, por ejemplo; podríamos entender que su latir se altere inevitablemente cuando se hable de Río de Janeiro y así podría esparcir a todo aquel que lo escuche una imagen, que, si bien es real, está muy condicionada por su propia experiencia y momento. Así y todo, conociendo al personaje que pasó por ese momento, puedo decir que Río de Janeiro no quedó asociada para siempre con la inseguridad, porque ese es un común denominador latinoamericano que ya se nos hizo callo. En eso también la mirada personal puede ser transformadora de la realidad. Poder desprenderse de prejuicios y, a la hora del juicio propio, intentar ser justo con la cultura del lugar, con esa gente que uno conoce y que no merece que nadie, en nombre de un acto de inseguridad que existió, agreda su nacionalidad, generando miedo, creando monstruos. Sé que los únicos que existen están debajo de mi cama, tan buenos y tan monstruos como la naturaleza humana lo permite. Haciendo un ejercicio casi