Seis rojos meses en Rusia. Louise Stevens Bryant
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Una cosa que hubiera podido salvar aquel pre-parlamento lamentable, aun en los últimos días, fue la Conferencia de los Aliados para Discutir los Objetivos de la Guerra que la nueva Rusia había reivindicado al principio de la revolución y que se iba a inaugurar en junio; pero fue pospuesta hasta septiembre, luego a noviembre y por fin suspendida, aparentemente, por tiempo indefinido. Con la decisión final de los aliados y el ahora famoso discurso de Bonar Law, el último resto de influencia del Consejo de la República Rusa desapareció. Toda Rusia se estaba muriendo lentamente de hambre, se acercaba otro invierno terrible y no había nada definido para sostener sus esperanzas. El propio Kerenski era consciente del peligro de tal confusión. Pero pocos días antes de que el gobierno provisional cayera, él mismo dijo que el pueblo había perdido la confianza y estaba demasiado agotado económicamente como para seguir resistiendo de manera efectiva contra los alemanes.
“La Asamblea Constituyente tiene que ser el factor decisivo, de una manera u otra”, dijo. Esperaba poder mantener al país unido hasta ese momento, pero no creo para nada que pensara que era posible mantenerlo más tiempo. No se atrevió a profetizar qué iba a salir de la Constituyente cuando se reuniera.
El 25 de octubre, el Congreso de los Soviets de Toda Rusia se iba a inaugurar en Petrogrado. No cabía duda de que ese organismo tremendamente poderoso pediría una acción inmediata de todos los asuntos apremiantes; tampoco cabía duda de que si el gobierno provisional rechazaba aquellas demandas ellos tomarían el poder. Kerenski creyó que debía impedir esa reunión a cualquier precio, incluso con la fuerza de las armas. No se daba cuenta de cuán lejos había llegado la influencia de los bolcheviques. Las masas se movieron rápidamente en aquellos días y el ejército se había vuelto profundamente bolchevique.
Sin embargo, Kerenski tomaba en cuenta el que la guarnición de Petrogrado se componía principalmente de bolcheviques, por lo que el 14 de octubre dio órdenes para que esta guarnición se fuera al frente, con el fin de reemplazarla por tropas menos bolcheviques. Naturalmente la guarnición de Petrogrado protestó y apeló al soviet de Petrogrado. Éste designó a una comisión para que se fuera al frente, se reuniera con el general Tcherimisov y le pidiera que, si él enviaba a regimientos para remplazar a la guarnición de Petrogrado, el soviet de Petrogrado debería poder escogerlos. Este general Tcherimisov se negó rotundamente y dijo que él era el Comandante en Jefe del Ejército y que debían obedecer sus órdenes.
Entretanto, miembros de la guarnición de Petrogrado se reunieron y eligieron al ahora famoso Comité Militar Revolucionario; pidieron que se autorizara la presencia de un representante de este Comité en el Estado Mayor del Distrito de Petrogrado. El Estado Mayor de Petrogrado se negó a tomar en cuenta esta petición. En respuesta, la guarnición de Petrogrado declaró que no aceptaría ninguna orden de nadie que no fuera avalada por el Comité Militar Revolucionario, ya que sospechaban que el Estado Mayor estaba tomando medidas secretas para dispersar violentamente la reunión de los soviets de toda Rusia.
El 23 de octubre, Kerenski anunció ante el Consejo de la República que se había dado una orden para arrestar al Comité Militar Revolucionario. En la noche siguiente varios miembros del regimiento de Pavlovsk se escondieron en la oficina del Estado Mayor y descubrieron que se estaban preparando planes para tomar la ciudad con la ayuda de los regimientos junkers e impedir forzosamente la reunión de los Soviets de Toda Rusia planeada para el día siguiente; aquella noche Kerenski ordenó la supresión de todos los periódicos radicales y conservadores. Pero era demasiado tarde; hubiera sido pedir la luna. Los soviets habían terminado por convertirse en la expresión política de la voluntad popular, y los bolcheviques eran sus defensores.
Después de que el regimiento de Pavlovsk descubriera los planes del gobierno provisional, colocaron centinelas y empezaron a arrestar a todas las personas que entraban o salían del Estado Mayor. Antes, los junkers habían empezado a requisar automóviles y a llevarlos al Palacio de Invierno. También ocupaban las oficinas editoriales y las imprentas de los periódicos bolcheviques. Durante toda esa confusión, una reunión del viejo Comité Ejecutivo de los Soviets se estaba llevando a cabo en Smolny. Este Comité Ejecutivo Central estaba compuesto en su mayoría de mencheviques y social-revolucionarios de izquierda; pero los nuevos delegados eran casi totalmente bolcheviques. No había nada que hacer sino elegir inmediatamente a un nuevo Comité Ejecutivo Central.
En la tarde siguiente salí, como era mi costumbre, para asistir a la sesión regular del Consejo de la República Rusa. Una mirada alrededor de la plaza ante el palacio Marinski me dio la seguridad de que la largamente esperada guerra civil había empezado. Soldados y marinos cuidaban los pequeños puentes sobre el Moika, un grupo nutrido de marinos estaba a la puerta del palacio y otros construían rápidamente unas barricadas. Circuló un rumor en el sentido de que estaban arrestando al Consejo de la República. De hecho, nadie pensaba que el Consejo de la República tenía suficiente importancia para que se lo arrestara. Lo que realmente ocurrió fue trágicamente divertido. Un marino robusto de Cronstadt entró en la gran sala de la asamblea, decorada de oro y rojo, y anunció con potente voz: “¡Ya basta con los Consejos! ¡Váyanse a su casa!” Y el Consejo se fue y así desapareció para siempre como influencia en la vida política de Rusia.
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