SOMOS VOZS. Silvia Adriana Lamanna

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SOMOS VOZS - Silvia Adriana Lamanna

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la procedencia de aquel regalo.

      Por años estuvo en su cuarto: fue alcancía, fue adorno, fue recuerdo y testigo del paso del tiempo. A lo largo de los años, había permanecido ahí, fiel recuerdo de su niñez y de los juguetes de su infancia.

      Como fruto de un hechizo sin romper, había resistido mudanzas, cambios de vida, pilas de años y desprendimientos. Cincuenta otoños y primaveras. Cincuenta navidades. Cincuenta cumpleaños.

      Claro que no siempre estaba colgado en la pared. A veces, guardado en una caja de recuerdos. Otras sobre alguna repisa en la pared.

      Sin embargo, algo extraño pasó aquella mañana. Ella se levantó temprano como siempre. Se preparó un mate y salió al jardín. Era su momento mágico del día, cuando podía escuchar los sonidos de las hojas acariciadas por el viento, cuando podía observar el juego de luces que se producía al asomarse el sol por entre su parra.

      Y en ese instante de silencio, de paz y de lucidez, lo entendió todo.

      Por eso, fue a buscar su cucú. Lo sostuvo en sus manos, lo miró de frente. Largo rato. Algo le decía que esta sería la última vez que lo haría.

      (Antes de seguir con esta historia, aprovecho para hacer un comentario al lector: no sé si usted sabe, pero en la geografía interior de las personas hay de todo: cráteres, montañas, mares, zonas áridas y llanuras. También hay depresiones y volcanes. Ahora sí podrá comprender lo que sigue...)

      Y como si fuera un volcán en erupción, de su interior brotaron emociones como lava, algunas conocidas y otras sin nombre para ella.

      Un miedo profundo, la humillación. “Algo habré hecho”. La vergüenza.

      Todo eso estaba allí, dentro de esa casita de madera que en su fachada ocultaba una amenaza a su inocencia y ternura.

      Buscó alcohol y fósforos. Y en un rinconcito de su jardín, justo debajo de la parra que la cubría con su sombra como un manto de vida, roció aquel cucú con todo lo que llevaba adentro y lo prendió fuego.

      Y recién cuando lo vio arder, la magia la invadió y fue entonces que recuperó la voz y pudo contar lo que le había pasado y lo que el regalo, el histórico e inusitado regalo, había tapado por 18.250 soles y lunas:

      El gesto violento de aquella maestra que le había tapado la boca con una cinta en aquella hora de clase cuando aburrida mi niña... no paraba de hablar.

      - ‐ ‐

       » Disparadores para el trabajo personal y/o grupal

       Recuperando la VOZ

      1.¿Te identificás con alguna escena del cuento?

      2.Juguemos con los símbolos. Contanos qué te representa cada uno.

      - El regalo (El cucú).

      - La cinta en la boca.

      - El volcán (la previa).

      - El fuego.

       ENTRE BARBIJOS, AISLAMIENTO Y CORONA

       Ya no puedo contener mi furiosa belleza.

       Ya no puedo prohibir el deseo desatado,

       yo no puedo impedir que vuele, vuele mi pájaro.

      Escribir estos apuntes sobre feminismo y procesos comunitarios, desde nuestra propia experiencia, nos sorprendió en un momento inédito: la pandemia.

      Llegó de golpe para algunos, otros “la veían venir”. La consigna “quedate en casa”, como lugar seguro, se vivió de muy distintas maneras. Era un abanico entre la invitación de volver a habitar la propia casa (el yo, el nosotros, lo cotidiano, lo importante y verdaderamente necesario) y el pánico de quedar atrapadas en ese terrorismo doméstico que es la violencia de género. La excusa podía ser perfecta, para un lado y para el otro.

      “Quedate en casa” ha sido, para el colectivo de las mujeres, una oportunidad para algunas y una trampa más del patriarcado para otras. Y si al contexto de aislamiento le agregamos el uso obligatorio de “tapabocas”, el mensaje se reforzaba... para un lado y para el otro.

      Tal vez nunca hablamos tanto de cuidarme y cuidarnos como estos meses. La vida nos puso en un escenario único donde no hay matices: hay que parar (el capitalismo casi infarta) para arrancar de nuevo.

      Empezamos a pensar cómo cuidar nuestra integridad en este tiempo, cómo hacer para que el tapaboca no tapara nuestra voz y que el aislamiento no nos aparte de los vínculos y la posibilidad de compartir nuestra vida con otres. Este aislamiento y el tapaboca han existido de manera particular y simbólica en muchas mujeres. Lo que hizo la pandemia y la cuarentena fue terminar de visibilizarlo.

      Con insistencia, habíamos logrado romper ese primer aislamiento y sacarnos ese tapabocas (los simbólicos). Una de nuestras estrategias fue hacer obligatorias las primeras salidas de mujeres para asegurarnos que podríamos verlas, mientras sus hijos quedaban al cuidado del padre o de otra persona.

      La comunidad así se fue activando. Algunas de las iniciativas fueron los grupos de WhatsApp, las videollamadas (así “nos vemos”), escribir y compartir lo que íbamos sintiendo, estar atentas, ayudarnos, cultivar el humor, darnos una mano en las tareas escolares, organizarnos para que a nadie le faltara el pan. Estas acciones, ideas y emociones habitaban ese aislamiento llenándolo de colores, presencias y voces.

      Porque nadie se cuida, ni se salva solo. Nos cuidamos entre todes. Y así, solo así, nos podíamos asegurar que, cuando las casas se volvieran a abrir, estuviéramos todos.

      El cuidado no debía ser solo en relación con “el virus”, porque si el peligro fuera solo ese, con encerrarnos bastaba. Pero la realidad nos mostraba otros riesgos latentes, cotidianos, que no iban a disminuir con el aislamiento, sino que su explosión aceleraba el paso. Nos referimos a los femicidios, a la falta de trabajo, a la pobreza, por nombrar algunos. Y todas creciendo sobre la misma raíz: la desigualdad.

      Así fue que, como parte de los cuidados en nuestra comunidad, fuimos alentando a cuestionarnos, a reflexionar, a tratar de resignificar lo que estábamos viviendo: la caída de todas las seguridades que ya hoy no eran tales. El sentimiento de vulnerabilidad y de finitud de vida nos atraviesa a todes: no hay ricos, no hay pobres, no hay géneros, no hay edades, no hay jerarquías vitalicias que ordenen nuestra vida. Esto genera inseguridad y desconcierto. Como humanidad, vamos a aprendiendo a caminar. Lo que ponemos en cuestionamiento el capitalismo y, por ende, al patriarcado.

      Hoy, mientras miramos las noticias, nos sentimos desorientados e indefensos. La escala de valores, aquello que priorizamos en nuestra vida, empieza a cambiar en medio de un gran sufrimiento y miedo, en muchos casos. Pero en otros empezamos a sentir la pequeña esperanza de que algo puede cambiar: ¡el mundo!

      La reflexión sobre el aislamiento y el uso de tapabocas nos da la oportunidad de cuestionarnos el significado de ciertas ideas. ¿Qué es la normalidad? ¿Es la misma para todes? ¿Se tiene en

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