La Corona De Bronce. Stefano Vignaroli

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La Corona De Bronce - Stefano Vignaroli

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que no dejaré de amarte pero non renunciaría de ninguna manera a mis obligaciones.

      Fingiendo hacerse la ofendida Lucia retiró las manos, busco el paquete de cigarrillos y encendió uno.

      ―Sin desdeñar, quizás, alguna aventura amorosa exótica, ¿verdad? Umm… Nunca hay que fiarse de los hombres: son traidores por naturaleza.

      Lucia aspiró con fuerza el cigarrillo y tiró el humo hacia él que se lo cogió de las manos y dio a su vez una calada.

      ―Oh, yo no. ¡Soy un hombre fiel!

      ―Esta afirmación se deberá evaluar. Tienes treinta años cumplidos y haces el amor como una persona experta en la materia. No sé nada de tu vida pasada. ¡Quién sabe con cuántas mujeres has estado antes!

      Para no enredarse en una conversación que no quería tener por nada del mundo, Andrea cambió de tema.

      ―Pero hablemos de tu trabajo. ¿Qué cosa has encontrado tan interesantes en la humilde biblioteca de esta mansión que te ha hecho estar en pie hasta las dos de la madrugada y reencontrarte aquí a las siete de la mañana retomando la lectura?

      A la espera de una respuesta, Andrea aplastó en el cenicero el cigarrillo consumido sólo hasta la mitad. Lucia, nada satisfecha por la dosis de nicotina tomada, sacó del estuche el cigarrillo electrónico y pulsó sobre el botón de encendido. El vapor soplado por la joven se diluyó en el aire de la cocina.

      ―Estos documentos se refieren a la historia de esta ciudad en los primeros decenios del siglo XVI y son interesantes porque describen los acontecimientos sucedidos a la muerte del Cardenal Baldeschi, de manera distinta a como la conocía y de cómo son descritos en los textos oficiales de la historia de Jesi. Es muy extraño cómo la copia de La Storia di Jesi conservada en este edificio, que debería ser igual a las otras dos encontradas en el Palazzo Baldeschi-Balleani y en la Biblioteca Petrucciana, no tiene las páginas arrancadas sino que está íntegra. Pero lo que es más interesante es que algunos detalles se cuentan de manera distinta con respecto a los otros textos que he podido tener entre manos.

      ―¿Por ejemplo? ―preguntó Andrea con curiosidad.

      ―Por ejemplo, yo estaba convencida que otro prelado de la familia Ghislieri había sucedido en el cargo a mi antepasado el Cardenal. En cambio, parece ser que las cosas se desarrollaron de forma distinta y Ghislieri llegó a ocupar este cargo sólo después de un período de tiempo. Pensaba que nunca mi antepasada Lucia Baldeschi había asumido el cargo de Capitano del Popolo y en cambio aquí se cuenta que en el año 1522, durante un cierto tiempo, el gobierno de la ciudad fue llevado a cabo, aunque en colaboración con la clase noble jesina, por una mujer que incluso había evitado una revuelta popular, pacificando los ánimos inflamados con su sensibilidad femenina. ¡Muy extraño para esos tiempos!

      ―Creo que se tiene que evaluar la veracidad de algunas noticias. No es infrecuente que en documentos de épocas remotas se cuenten falsos y clamorosos hechos históricos. Y además, a menudo, quien elaboraba estas crónicas tendía a mezclar realidad y leyenda muy fácilmente. Venga, vistámonos y salgamos a dar una vuelta por el centro histórico antes de que el aire ahí fuera se caliente demasiado. A veces las piedras revelan mucho más que los libros, si uno las sabe interpretar. ¡Déjate guiar por un arqueólogo y no te arrepentirás!

      Convencida de que Andrea sabía muchas más cosas de aquellas que en el curso de algunos meses le había revelado, corrió al baño, dio unas pasadas de secador a los cabellos para acabar de secarlos, se maquilló, se puso una camiseta y un par de pantalones vaqueros y se presentó otra vez en la cocina preparada para salir. Sintió la mirada satisfecha de Andrea sobre ella, dándose cuenta de que, al no haberse preocupado de ponerse un sujetador, la forma de sus pezones estaba perfectamente estampada en la camiseta sin mangas. Pero ¡a quién le importaba! Si incluso Andrea se ponía celoso por sus gracias, mejor así: ¡hombre celoso, hombre enamorado!

      Mientras volvían a subir, con las manos cogidas, las escaleras de Costa Baldassini, gozando del aire todavía fresco de las primeras horas de la mañana, Lucia dejó que las piedras de las antiguas construcciones le susurrasen historias antiguas de siglos, dándole vueltas en su cabeza a todo lo que había leído la noche anterior.

      MISERIA

      Las incursiones de los ejércitos invasores no habían terminado y, entre el año 1520 y el 1521 se pararon en nuestra zona los hombres de Giovanni Dei Medici, primero, y los de Leone X, después. Estos últimos eran suizos a sueldo del Papa y se quedaron durante veintiséis días, produciendo infinitos daños a la ciudad.

      Además de los daños y vejaciones, la peste había vuelto como una pesadilla aterrorizando a la población. En un Consejo general del 6 de diciembre de 1522, intentando tomar decisiones idóneas acerca del amenazador paso de 2.500 soldados españoles al servicio del Papa, se decidió hacerlos pasar lo más rápido posible para alejarlos, incluso con algún regalo y, si de todas formas querían venir, recibirlos fuera de la ciudad, sabiendo perfectamente que con ellos traían el contagio. Toda Italia, por otra parte, en esos años, había quedado reducida a la más miserable de las condiciones. A la ruina y las carnicerías causadas por las batallas y por las correrías de los ejércitos extranjeros, se añadían los aluviones y la peste, que continuaba, por todas partes, produciendo víctimas. A pesar de las labores de prevención de los ciudadanos, la terrible enfermedad, según algunos, en concreto según el historiador Antonio Gianandrea, habría llegado a Jesi proveniente de Ancona, en algunos fardos de cuerdas. Se dice que dicha peste llegó por justicia divina, porque el año anterior algunos jóvenes, encontrando el cuerpo muerto de un forastero en casa Caldora, todo entero, para divertirse, lo llevaron durante los días de Carnaval disfrazado por la ciudad y, al no ser castigados por esto, sino que fueron ayudados por todo el pueblo, en sueños se les apareció la imagen de un hombre negro que les advertía que poco después morirían por la peste. Es un hecho que la peste sumergió a la población en la más negra de las miserias.

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      Ya el año anterior una multitud de langostas había comido casi toda la avena, trayendo hambruna y muchas otras penurias, fue opinión universal que, si el Magistrado no hubiese ayudado a muchos con el dinero público y ordenado que se premiase a aquellos que mataban una cierta cantidad de langostas, el año siguiente una buena parte de la ciudadanía habría muerto de hambre. Fue tal la miseria que los más pobres, no teniendo con que matar el hambre se habían visto obligados a comer hierba, como las bestias, y un poco de sémola.

      Mientras, los dos jóvenes, jadeantes, habían llegado a lo alto de la cuesta, habían recorrido un pequeño tramo de Via Roccabella y habían desembocado en Piazza Colocci, iluminada por el sol de una espléndida jornada de julio, parándose a admirar la fachada del Palazzo del Governo, conocido por la mayoría como Palazzo della Signoria.

      ―No veo por qué se insiste en llamarlo Palazzo della Signoria cuando en Jesi nunca ha existido un señorío ―dijo Lucia volviéndose hacia su erudito compañero y esperando su competente intervención.

      ―Y, en efecto, Jesi era una república, como se cuenta en diversas inscripciones sobre las imágenes de las paredes de este palacio. Una república, de todas formas, subyugada al más alto poder papal que extendía hasta aquí sus alas protectoras: Rex Publica Aesina, Libertas ecclesiastica – Alexander VI pontifex maximus. Esto para recordar a todos que el mismo Papa Alessandro VI, en el año 1500, inauguró y bendijo este palacio, obra del arquitecto Francesco di Giorgio Martini, concediendo a la ciudad de Jesi que continuase siendo una república independiente y poder seguir decorando el símbolo de la ciudad, el león rampante, con la corona real, siempre y cuando fuese sierva del poder de la Iglesia y al mismo tiempo

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