El camino de la imperfección. Andre Daigneault
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Ese adulto de corazón herido, engañado por el fariseísmo, podría a pesar de todo hundirse enseguida, dado que siempre está pendiente de la admiración de los otros, y esa admiración –siempre ligada a sus exhibiciones– puede desmoronarse de golpe.
Exteriormente, desde lo alto de la escalera de sus obras y de su perfección, el fariseo parece perfecto, poderoso, seguro de sí. Pero siempre tiene miedo de cometer un error y se siente débil, ansioso, inferior e impotente. Yo diría que la herida del fariseo hace que busque la grandeza y el poder para compensar su falta de confianza en Dios y su inseguridad, que le hacen buscar siempre los primeros lugares al lado de las personas influyentes y poderosas.
Helmut Jaschke escribe:
El deseo de poder es un sustituto del amor reprimido. El hombre que no puede gozar del mayor de los placeres, el de ser amado, compensa esa falta con el ejercicio del poder. Este último contiene siempre un elemento de venganza: como no me amáis, entonces os controlo 6.
A su vez, Scott Peck, en su libro El mal y la mentira, nos da una imagen del espíritu de los fariseos:
Totalmente preocupados por proteger su imagen de perfección, se esfuerzan sin cesar en mantener una apariencia de pureza moral. Las palabras «imagen», «apariencia» y «exteriormente» son cruciales para comprenderlos. Su disfraz es muchas veces impenetrable. Trabajan mucho y se agotarán en el esfuerzo por proyectar y mantener la imagen de su moralidad. Solo hay un dolor que ellos no pueden soportar: el disgusto de constatar sus propios pecados y sus imperfecciones 7.
ACEPTAR EXPONERSE
El mayor obstáculo para la santidad es el orgullo espiritual y un cierto fariseísmo. Ciertas personas nunca quieren reconocer en sí mismas el mínimo trazo de debilidad. La vida de esas personas puede parecer exteriormente muy generosa, porque trabajan mucho y hacen grandes esfuerzos; pero están siempre algo tensas, hay en ellas algo de forzado, les falta versatilidad y compasión. Si no bajan, se encontrarán un día al borde del endurecimiento y de la ceguera espiritual. Es necesario aceptar exponerse, incluso a los ojos de los otros, como seres débiles y heridos, y al mismo tiempo entregados a la misericordia de Dios.
Es necesario bajar y no subir.
Es siempre abajo, en el corazón de nuestra debilidad, donde Dios nos espera. Por eso el discípulo que quiere seguir a Jesús debe también él bajar y aceptar su debilidad. Mientras nos opongamos a nuestra debilidad o la neguemos, Dios no puede actuar en nosotros.
Muchas veces nos apoyamos en nuestra energía natural, en nuestro temperamento voluntarioso, e intentamos subir la escalera de la perfección a partir de nuestra generosidad; todo eso puede durar un cierto tiempo, pero no es el camino de la santidad evangélica. Tenemos que rebajarnos y descender a nuestra pobreza para que el poder de Dios se derrame en nuestra debilidad.
NUESTRA PERLA PRECIOSA
En el fondo, el fariseo y el publicano combaten en cada uno de nosotros. El fariseo representa el camino de una perfección natural, y el publicano, los pasos por un camino propiamente cristiano, que es el de la conversión a través de la bajada a nuestra miseria.
No hay otro camino fuera de esa pequeña vía del descenso a la debilidad, que nos hará descubrir nuestra pobreza como la perla preciosa por la cual tenemos el coraje de vender todas nuestras riquezas para poseerla.
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