Jesús maestro interior 1. José Antonio Pagola Elorza
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Hemos de destacar, sobre todo, el impacto de la televisión. Ella dicta hoy las convicciones, los centros de interés, los gustos, las conversaciones y las expectativas de las gentes. Lo hace de modo sencillo: produce imágenes y arrincona conceptos, desarrolla el acto de mirar, pero atrofia nuestra capacidad de reflexión, da primacía a lo sensacionalista sobre lo real. Cada vez más la televisión actual busca distraer, impactar y aumentar siempre la audiencia. Introduce en nuestra conciencia información, imágenes y reclamos, anulando nuestra atención a lo interior e impidiéndonos cada vez más vivir nuestra existencia desde sus raíces.
Por otra parte, el desarrollo de la telefonía móvil y de la comunicación informática nos ha introducido de manera acelerada en una nueva cultura donde se impone lo virtual y la multiplicidad de contactos. Desde la perspectiva de mi reflexión, solo apuntaré que el mal uso del acceso a lo virtual y la interacción están creando dependencias cada vez más graves. No son pocas las personas que se van aislando de su entorno real, dispersando su atención en los mil atractivos del mundo virtual. Como es evidente, quien queda absorbido por la dependencia de lo virtual fácilmente descuida la atención a otras dimensiones del ser humano, como la relación amorosa, la vida interior, la responsabilidad o la búsqueda de sentido.
Por último, hemos de hablar directamente del ruido. Poco a poco, el ruido se ha apoderado de las calles y los hogares, de los ambientes y las conciencias. Este es un ruido exterior que contamina el espacio urbano, generando estrés, tensión y nerviosismo: un ruido que es parte integrante de la vida actual, cada vez más alejada del entorno sereno de la naturaleza. Pero hay, además, otro ruido que se busca. La persona superficial no soporta el vacío. Lo que busca es ruido interior para no escuchar su propio vacío: palabras, imágenes, música, bullicio… De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior: estar ocupado en algo para no encontrarse con uno mismo.
El ruido está hoy dentro de las personas: en la agitación y la confusión que reinan en su interior, en las prisas y la ansiedad que dominan su vivir diario. Un ruido que, con frecuencia, no es sino proyección de conflictos, vacíos y contradicciones que no han sido resueltos en el silencio de la conciencia interior. Lejos de buscar ese silencio sanador, lo que hoy se busca es un ruido suave, un sonido agradable que permita vivir sin escuchar el silencio. Es significativo el fenómeno de la «explosión musical» en la sociedad actual. La música se ha convertido en el entorno permanente de no pocos. Se oye música en el trabajo y en el restaurante, en el coche, el autobús o el avión. Mientras se lee, se pasea o se hace deporte. Parece como si el hombre de nuestros días sintiera la necesidad secreta de permanecer fuera de sí mismo, con la conciencia agradablemente anestesiada.
3. Algunos rasgos de la crisis de las personas de hoy
No pretendo hacer un análisis sociológico. Solo tomo nota de algunos rasgos tras los cuales no es difícil percibir la necesidad que no pocos hombres y mujeres de hoy tienen de silencio interior, meditación y espiritualidad.
a) Sin interioridad
El ruido disuelve la interioridad; la superficialidad la anula. Privada de silencio, la persona vive desde fuera, en la corteza de sí misma. Toda su vida se va haciendo exterior. Sin contacto con lo esencial de sí mismo, conectado en todo momento con ese mundo exterior en el que se encuentra instalado, el individuo se resiste a toda llamada interior. Prefiere seguir viviendo una existencia intrascendente donde lo importante es vivir entretenido, funcionar sin alma, continuar anestesiado por dentro.
b) Sin núcleo unificador
El consumismo, el ruido, la superficialidad, las prisas… impiden vivir desde un núcleo interior. La existencia se hace cada vez más inestable y agitada. No es posible la consistencia interior. El individuo no tiene ya metas ni referencias básicas. Su vida se va convirtiendo en un laberinto. Ocupado en mil atractivos que lo arrastran, se mueve y agita sin cesar, pero ignora adónde va. Ya no encuentra un hilo conductor que oriente su vida, una razón profunda que sostenga y dé aliento a su existencia.
c) Indiferente a las grandes cuestiones de la existencia
La sociedad posmoderna tiene cada vez más poder sobre sus miembros. Absorbe a las personas mediante ocupaciones, proyectos y expectativas, pero casi nunca es para elevarlas a una vida más noble y digna. Por lo general, el estilo de vida impuesto socialmente aparta a las personas de lo esencial. El hombre o la mujer de hoy no se interesa por las grandes cuestiones de la existencia. No tiene certezas firmes ni convicciones profundas. Lo importante es organizarse la vida de la manera más placentera posible: disfrutar de la vida y sacarle el máximo jugo. No hay prohibiciones ni terrenos vedados. Todo lo más, no hacer daño a nadie. Por lo demás, es bueno lo que me apetece y malo lo que me disgusta. Eso es todo. No hacen falta objetivos ni ideales más nobles. Lo decisivo es pasarlo bien.
d) Gravemente irresponsable
Este es el riesgo de muchos hoy. Vivir perfectamente adaptados a los patrones de vida que se les imponen desde fuera, pero siempre con menos capacidad de enfrentarse a la propia existencia con responsabilidad. Este es el riesgo del que vive sometido a la sociedad. Acostumbrarse a vivir obedeciendo dócilmente un plan de vida que no ha sido trazado por él. Convertirse en una especie de robot programado y dirigido desde el exterior. Un individuo que sobrevive en medio de la sociedad sin saber lo que es vivir desde sus raíces.
e) Una vida sin apenas contenido humano
En la sociedad posmoderna se cuidan cada vez más las apariencias y cada vez menos la vida interior. Los valores son sustituidos por los intereses: al sexo se le llama amor; al placer, felicidad; a la información, cultura... El ser humano corre hoy el riesgo de caer en el tedio y perder hasta el gusto de vivir. Este hombre light se siente cada vez más perdido ante los grandes interrogantes de la existencia.
4. La «crisis de Dios»
La fe en Dios está muriendo en la conciencia del hombre y la mujer de la sociedad posmoderna. En pocas décadas hemos pasado de una afirmación social, masiva, pública e institucional de Dios a un estado de indiferencia generalizado. Dios ha dejado de ser el fundamento del orden social y el principio integrador de la cultura. La cuestión de Dios apenas atrae o inquieta: sencillamente deja indiferente a un número cada vez mayor de personas. Ya no se rechaza la idea de Dios, como sucedía a comienzos de la modernidad: sencillamente se le ignora.
El teólogo alemán Johann Baptist Metz considera esta «crisis de Dios» como un hecho nuclear que está repercutiendo en la configuración del ser humano de nuestro tiempo. Esta «muerte de Dios» no es una buena noticia para nadie, pues está arrastrando a la humanidad hacia un nihilismo que algunos consideran «la definición de nuestra época». La razón es clara. El filósofo mallorquín Gabriel Amengual la resume de manera brillante: «Con la muerte de Dios no se indica solamente la desaparición de la idea de Dios y la metafísica en ella fundada, sino también todo intento de dar coherencia y sentido, fundamento y finalidad, metas e ideales: el derrumbamiento de todos los principios y valores supremos».
No es extraño que la «crisis de Dios» y el consiguiente nihilismo hagan emerger hoy preguntas tan vitales como inquietantes: ¿dónde puede encontrar la convivencia humana un eje para orientar su caminar histórico?, ¿qué