Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández
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Ayúdame, Espíritu Santo, para que pueda mirar a los demás con tus ojos pacientes.
Quiero reconocer tu amor para todos los seres humanos, también para esas personas que yo no puedo amar con paciencia y compasión.
Todos son importantes para el corazón amante de Jesús, todos son sagrados y valiosos.
Nadie ha nacido por casualidad sino que es un proyecto eterno de tu amor.
Libérame de condenar y de prejuzgar a los demás.
Quisiera imaginar sus sufrimientos, sus angustias, esas debilidades que les cuesta superar.
Ayúdame a encontrar siempre alguna excusa para disculparlos y para no mirarlos más con malos ojos.
Derrama en mí toda la paciencia que necesito.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
Febrero
1 “Ven Espíritu Santo, quiero dejar que tu suave soplo me acaricie. A veces no me siento digno de descansar un momento, de gozar en tu presencia, de aliviar mis cansancios en tu amor que restaura. Pero tú no esperas que yo sea perfecto para amarme. Simplemente me amas. Por eso quiero dejarte entrar, Espíritu Santo, para disfrutar por un momento de tu presencia santa, y simplemente dejarme estar en tu presencia. En ti hay infinita paz. En tu presencia todo se aplaca, se apacigua, se aquieta. Todos mis nerviosismos y mis tensiones se van sanando, y me doy cuenta que no vale la pena alimentar el odio, la tristeza, las vanidades que me hacen sufrir.
Ven Espíritu Santo, y trabaja silenciosamente en mi interior con tu gracia. Cura mi interior lastimado por tantas desilusiones, inquietudes y fracasos, por tantos sueños perdidos. Ven a sanar ese mundo inquieto que llevo dentro y regálame el descanso y la serenidad que necesito.
Sabes también que a veces te he fallado, te he rechazado, me he desviado. Pero rocíame y quedaré limpio, purifícame y quedaré más blanco que la nieve (Sal 51,9). Pasa por mi interior como agua de vida, que limpia, renueva, vivifica. Ven Espíritu Santo.
Amén.”
2 El que se empeña en encontrar su fortaleza en lo exterior, se va vaciando cada vez más por dentro, y va creando una horrorosa debilidad interior. Eso le hará experimentar cada vez más el miedo, y la desesperación porque todo se le acaba. Al mismo tiempo, va creciendo un tremendo rechazo por todo lo que sea límite o dolor. Por eso, en realidad sufre mucho más por el miedo a la enfermedad que lo que sufriría por la enfermedad misma.
Pero el hombre lleno del Espíritu, que se deja llevar por la existencia con el impulso de vida del Espíritu Santo, está cada vez más vivo, y así pierde todo temor al desgaste y al paso del tiempo.
Cada vez experimenta una seguridad mayor, vive cada día más “gozo y paz en el Espíritu Santo” (Rom 14,17).
Por eso, el que ha ido creciendo con el poder del Espíritu Santo, cuando tiene cuarenta años no aceptaría jamás volver a los quince o a los veinte, porque no desea volver a la inseguridad, a los temores, a la fragilidad interior, a la inestabilidad afectiva de los años jóvenes. Prefiere la firme vitalidad que le ha ido dando el Espíritu Santo con el paso de los años, y “en la vejez seguirá dando fruto, y estará frondoso y lleno de vida” (Sal 92,15). Cada día que pasa es crecimiento, es adquirir una nueva riqueza que lo hace feliz. Por eso ya no le teme al paso del tiempo, al desgaste. Al contrario, el tiempo que pasa le va dejando un tesoro, y sabe que cada desafío lo hará crecer más todavía en una vida que nunca se acaba.
3 “Ven Espíritu Santo. Hoy quiero pedirte que me ayudes a comunicarme con los demás. Enséñame a decir la palabra justa, a mirar a los demás como ellos necesitan ser mirados, a tener el gesto oportuno.
Todo mi ser está hecho para la comunicación. Por eso te ruego que me liberes de todas las trabas que no me permiten comunicarme bien con los demás.
Con tu agua divina riega todas las cosas buenas que has puesto en mi vida, para que pueda hacer el bien. Enséñame a escuchar, para descubrir lo que los demás esperan de mí, y para que encuentren en mí generosidad y acogida.
Muéstrame la hermosura de abrir el corazón y la propia vida para encontrarme con los demás, y ayúdame a descubrir la belleza del diálogo. Dame la alegría de dar y recibir. Ven Espíritu Santo. Amén.”
4 Es necesario convencerse: el Espíritu Santo es plenitud vital, fuerza, gozo. No hay nada más vivo, más real, más lleno de energía. Necesito convencerme de que él ama mi vida, que me desea rebosante de vitalidad, y de que él puede realmente lograrlo si se lo permito de corazón.
Si no estoy convencido de esto, mi vida espiritual, mi fe, mi cristianismo, serán sólo una especie de barniz. Por fuera pareceré cristiano, pero por dentro estaré buscando la vida en otras cosas, y nunca la alcanzaré verdaderamente.
Dentro de nuestros deseos de vida, está la necesidad de experimentar que no estamos solos, que tenemos con quien compartir nuestra capacidad de amor. Pero no nos engañemos. Por más que estemos rodeados de mucha gente, hay un lugar del corazón, el centro de nuestra intimidad, donde no llega ninguna compañía. Allí siempre nos sentimos solos, si no nos dejamos penetrar por el fuego de amor que es el Espíritu Santo.
5 “Ven Espíritu Santo, porque a veces no entiendo qué sentido tienen las cosas que me pasan, y otras veces no sé para qué estoy viviendo.
Ilumina cada momento con tu presencia, para que pueda descubrir qué me quieres enseñar, para que sepa valorar cada momento y pueda vivir con ganas.
Espíritu Santo, llena de claridad todo lo que hoy me toque vivir, cada una de mis experiencias, para que pueda reconocer la importancia de cada cosa y me entregue de corazón en cada instante.
No dejes que haya momentos vacíos, oscuros, sin sentido. No dejes que mi vida se me vaya escapando sin vivirla a fondo.
Hazte presente en cada momento de esta jornada, para que sienta que vale la pena estar en este mundo. Ven Espíritu Santo.
Amén.”
6 Los que han dado su sangre por Cristo muestran hasta qué punto el Espíritu Santo puede fortalecernos. A veces pensamos que nunca seríamos capaces de soportar ciertas cosas, pero olvidamos que el Espíritu Santo puede fortalecernos de una manera maravillosa. Eso se ve claramente en los mártires.
Hoy la Iglesia celebra a San Pablo Miki y a otros 25 mártires, en su mayoría japoneses, que dieron su vida por Cristo el 5 de febrero de 1597. Son los primeros mártires de la época moderna. Hasta ese momento, la Iglesia veneraba sobre todo a los mártires de los primeros siglos, y cuando pensaba en el martirio recordaba a esos mártires de un pasado lejano. Pero cuando los cristianos se empeñaron decididamente en la evangelización de Asia, y se apasionaron por plantar la Iglesia en Japón y en otros países lejanos, entonces el martirio volvió a aparecer en abundancia, como semilla de nuevas comunidades. En 1597 dan la vida nueve misioneros jesuitas y franciscanos, junto con 17 laicos